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2015, el año que vivimos en peligro y el imperio del «todo vale»

2015, el año que vivimos en peligro y el imperio del «todo vale»

En el balance de la temporada se decantan varios episodios de ética cuestionable protagonizados por algunas figuras populares -Vidal, Paredes y Jara, entre otros- cuyas experiencias fueron asimiladas sin crítica por un medio tiranizado por los resultados y un peligroso discurso…


El año 1982, la Roja del técnico Luis Santibáñez jugó sin éxito el Mundial de España y en las marquesinas de las principales capitales refulgía la cinta «El año que vivimos en peligro», dirigida por el galardonado Peter Weir.

Varias décadas después , y en un país transformado en cuerpo y alma, la Selección Chilena ya cerró su temporada futbolística, mientras los mediocres torneos locales se encuentran en el umbral de sus respectivas culminaciones.
En rigor, Colo Colo y Universidad Católica ya son campeones virtuales de la irregularidad, mientras que Universidad de Chile intenta amortizar las deudas con su hinchada a través de una copa modesta que podría concederle alguna indulgencia de la crítica por su decepcionante desempeño.

Sin embargo, más allá de las evoluciones, retrocesos y confusiones tácticas, así como aquellos novedosos «productos» -como definió Claudio Bravo a los jugadores- que asomaron en el mercado, un primer balance enseña que -descartando por cierto el escándalo de corrupción de la FIFA que contaminó a todas las federaciones- la moral de nuestro medio futbolero se relajó de manera significativa y, lamentablemente, sin que muchos se preocuparan de alertar sobre el mensaje implícito y explícito que llegaba a la opinión pública.

Uno de esos espisodios de escándalo que pasaron colados en el filtro ético nacional, fue el accidente protagonizado por Arturo Vidal en estado de ebriedad. Luego del susto, la adhesión del entorno y la respectiva gestión judicial para evitar consecuencias, el asunto quedó olvidado en un baúl de los recuerdos malditos de la Copa América, que Chile ganó de manera impecable dentro de la cancha.

En su momento, el mensaje de Jorge Sampaoli -«profesor», para muchos efectos- fue soslayar el conflicto y una eventual sanción para privilegiar los intereses del equipo y el objetivo final. Entre las burbujas de champaña, las cuentas económicas alegres y las vueltas de carnaval a la Plaza Italia, casi nadie quiso escupir el asado e ir más allá en el mensaje que esa sola actitud transmitió a millones de niños y jóvenes, quienes desde el candor y la ilusión de la calle y la población, siguen viendo el fútbol como un espejo y una puerta salvadora para su vida.

Sin descontar la «viveza criolla» de Gonzao Jara, un par de meses después, el goleador del campeonato y frecuente nominado a la Selección apareció esposado frente a una jueza luego de comprar especies robadas. Hinchas y otros no tanto se condolieron de esa aparente exageración de ver a Esteban Paredes con las manos inmovilizadas frente a las cámaras, y en las redes sociales se hizo escarnio público del crack devenido en reducirdor de modernos televisores para su uso propio y de otros compañeros, como el paraguayo Villar. Tras un soplo efímero de lástima, de nuevo nadie puso cordura desde el club u otro ámbito para aclarar que una figura popular no debe transformarse en un paradigma pernicioso con su comportamiento y, ya recuperado del impacto emocional, el propio Paredes y su técnico concordaron relajadamente en el consuelo de que «a cualquiera le puede pasar», como si hubiera tropezado con una piedra o sufrido una alegria primaveral.

En una actividad multitudinaria, pasional y millonaria como el fútbol, de pronto se extraña una cuota mayor de racionalidad y de respeto por aquellos valores y principios que a diario intentan inculcar la familia, el colegio y la sociedad a esos mismos muchachos que juegan y se sorprenden comprobando que -tan a menudo- la vida se «juega» distinto en una cancha…

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