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La Celeste: un mito que se destiñe

La Celeste: un mito que se destiñe

La verborrea charrúa y de sus corifeos se estrella contra la realidad. Después de México 70 Uruguay vive una declinación estadísticamente inobjetable que la obligó a encerrarse en su leyenda prehistórica y en este juego amarrete, mañoso y un tanto prepotente que los sudamericanos sufrimos a menudo.


Hace 41 años hubo un punto de inflexión para los entonces tres gigantes del fútbol sudamericano.

Ocurrió en el Mundial de Alemania 1974. Brasil, Argentina y Uruguay acudieron con sus armas de siempre y se devolvieron humillados por el nuevo fútbol europeo, rápido, dinámico y tácticamente a años luz de las viejas recetas de nuestro continente.

Alemania, Polonia y, sobre todo, Holanda, les dieron una dura lección.

Tan chocante fue que Brasil y Argentina repensaron sus testamentos, los arrojaron al canasto y concluyeron que debían cambiar su concepción del juego si querían mantenerse en la primera línea mundial.

A los albicelestes les tomó menos tiempo, a los verde amarelos un poco más. Pero ambos lo consiguieron. Desde entonces Argentina ganó dos mundiales y fue subcampeón en otros dos. Brasil se hizo también de dos mundiales y escoltó al monarca en otro. Nada tiene que ver el juego que ambas potencias despliegan hoy con el que mostraron Brindisi, Babington, Telch, Wolff, Rivelinho, Paulo César Lima y Dirceu cuando hace cuatro décadas miraron volar a sus rivales.

Los charrúas en cambio no tomaron nota debida. Siguieron como si nada. Y lo han pagado caro.

Para ser justos, la inexistencia de filmaciones adecuadas impide hacerse una idea cabal del fútbol uruguayo de comienzos de siglo, aquel que construyó la leyenda que, remendada y todo, subsiste hasta hoy, gracias a los dos títulos olímpicos y uno mundial, enriquecida después con la hazaña del Maracanazo y, por cierto, con la interesada letanía de algunos analistas y relatores que por congraciarse con el fútbol rioplatense y ganar rating siguen hablando de la grandeza charrúa.

¿Serían técnicos, hábiles y escurridizos los héroes celestes de aquella época prehistórica del fútbol? ¿Lo serían, pero también guapeaban, provocaban y golpeaban? ¿O eran tan defensivos y amarretes como ahora?

A lo mejor los historiadores del fútbol uruguayo puedan esclarecer tales dudas. Aunque sin imágenes en movimiento, dar por cierto relatos teñidos de fervor es un acto algo aventurado. ¡Y vaya que abunda la subjetividad por esas tierras!

Quienes, en cambio, siendo niños quedamos atónitos cuando los sólidos y altivos Mazurkiewicz, Montero Castillo, Rocha, Espárrago y Cubilla de México 70 eran barridos cuatro años después en canchas germanas, sólo podemos dar fe de lo que hemos visto.

Y lo que hemos visto, poco tiene de esplendoroso.

Uruguay sigue poblando las canchas sudamericanas y europeas de cientos de jugadores de recia personalidad a los que poco les cuesta ser titulares. También entrega, de vez en cuando, algunos ejemplares de talla mundial. No muchos, pero suficientes.

Y también ha seguido obteniendo algunos títulos sudamericanos. Claro que de los 15 a su haber 11 los consiguieron antes de 1970.

Y basta.

NÚMEROS IMPLACABLES

Para evitar reproches gratuitos de los “celestófilos”, pruebas al canto.

En su época de gloria, hasta 1970 Uruguay disputó seis de los nueve primeros mundiales. Y dos de las ausencias –en 1934 y 1938- se debieron a su propia decisión de boicotear ambos torneos.

A partir de 1974 se han jugado otros 11 mundiales. Uruguay solo asistió a seis, y sus cinco ausencias se debieron, simplemente, a que fue incapaz de clasificar, cediendo su cupo a rivales a los cuales otrora ganaba antes de entrar a la cancha.

Ha tenido épocas francamente áridas, cuando no desoladoras. Como sus inasistencias a Argentina 78 y España 82. Ausencias consecutivas que repitió en Estados Unidos 94 y Francia 98, y que cerró en Alemania 2006.

Entremedio, sus participaciones han sido poco felices.

Por ejemplo, su reaparición en México 86 solo deja en la memoria la goleada humillante que se tragó contra esa pequeña “naranja mecánica” danesa que le encajó 6 goles en un duelo de primera fase. Con Francescoli y todo.

Menos desdorosos fueron sus pasos por Italia 90 y Japón-Corea 2002, aunque en el primero se quedó en octavos de final y en el segundo no pasó de la primera ronda.

Lo único valioso ha sido su cuarto lugar en Sudáfrica 2010, cuando llegó a semifinales gracias a su triunfo por penales ante Ghana. Fue ese partido en que Luis Suárez tuvo la genial ocurrencia de impedir con la mano el gol africano cuando el partido terminaba. Y aunque después le puso empeño, fue claramente inferior a Holanda y Alemania, que la derrotaron en el paso a la final y en la definición del tercer puesto, respectivamente.

El año pasado se quedó en octavos de final superada ampliamente por la Colombia de James Rodríguez.

Para qué recordar que a estas dos últimas citas mundiales llegó por la vía del repechaje, tal como en 2002. En esas tres ocasiones tuvo que derrotar a rivales tan peligrosos como Australia, Costa Rica y ¡Jordania! para llegar por la ventana.

¿Se imaginan a Argentina y Brasil aferrados a esos salvavidas para subirse al barco mundialista?

Quienes habitamos este sufrido continente sabemos muy bien que desde hace años no hay selección que en los cálculos previos de las clasificatorias no cuente con algunos puntos a costa de la Celeste. Incluso Venezuela, que de Cenicienta pasó a ser protagonista de un peculiar Maracanazo, cuando el 31 de marzo de 2004 la goleó 3-0 en el propio Centenario. Fue ese el único período charrúa en que de la mano de Juan Ramón Carrasco intentó recuperar la calidad perdida en el baúl de los recuerdos y apostó por un juego ofensivo con línea de tres en la defensa.

El fracaso fue estrepitoso. Conscientes íntimamente de su pobreza, los uruguayos decidieron replegarse en su mito añoso protegido por cercos defensivos rudos y aplicados. Así están hasta ahora, como se comprobó en la derrota ante Chile. La filosofía realista de maestro de escuela del maestro Tabárez es el prototipo de la Celeste. Luchar y luchar, nadar contra la corriente hasta encontrar el tronco salvador.

Esperanzas de cambio no hay muchas. Desde el ex Presidente Mujica hasta el más imberbe botija repiten la cantinela de la “garra charrúa”.

Para peor, el único que alguna vez rompió el estereotipo, ya no está en este mundo.

El gran Eduardo Galeano dejó este juicio lapidario, como una suerte de herencia reflexiva para sus compatriotas:

“Si aprendiéramos de aquella gloria pasada, todo bien, pero no: nos refugiamos en la nostalgia cuando sentimos que nos abandona la esperanza, porque la esperanza exige audacia y la nostalgia no exige nada”.

Ojalá que en algún momento allá en Montevideo le den alguna vuelta al asunto.

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