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Cristóbal Colón: un emprendedor social del siglo 21 MUNDO

Cristóbal Colón: un emprendedor social del siglo 21

No es pariente del navegante genovés, pero este psicólogo español fundó en 1982 una empresa social con 14 trabajadores con discapacidad mental, desarrollando su propia travesía, hasta descubrir una salida para quienes vivían recluidos en manicomios. Se llama La Fageda y hoy produce 100 millones de yogures anuales, además de entregar servicios terapéuticos y de residencia a personas vulnerables y con trastornos mentales.


Cada vez que viaja a Latinoamérica, le dicen que él es Cristóbal Colón “el bueno”. “Pienso que mis padres no fueron conscientes de lo que estaban haciendo al nombrarme así. De hecho, a mi hijo lo llamé Juan: no he continuado con la broma”, asegura, refiriéndose al nombre que desde pequeño ha sido blanco de chistes.

Nos habla desde Olot, en Gerona, España, este hombre que no descubrió América y tampoco tiene parentesco con quien sí lo hizo. Pero este Cristóbal Colón fue capaz de encontrar una salida a miles de personas que vivían recluidas en manicomios en la década de los 70.

El psiquiatra Víctor Aparicio, expositor del seminario Del dicho al derecho sobre discapacidad mental, realizado por Hogar de Cristo en abril pasado, fue quien nos contó la experiencia de la empresa social La Fageda, fundada por Cristóbal Colón en 1982, después de haber trabajado 15 años en hospitales psiquiátricos de Zaragoza, Martorell y Gerona.

“Eran auténticos infiernos, te hablo de hace casi 50 años. Coincidí con Víctor Aparicio en un psiquiátrico de Cataluña, donde él estaba como médico y yo me había especializado en labor-terapia. Hacíamos actividades que, en el fondo, no eran un trabajo sino más bien manualidades propias de niños”, recuerda Colón.

Lo que enseñaba no era un trabajo real para los pacientes y, después de varios años, decidió salir de la estructura psiquiátrica con el objetivo de crear una empresa. Es decir, “una estructura donde los puestos de trabajo para estas personas fueran reales, lo que en el hospital no se podía hacer porque la propia dinámica interna tenía sus limitaciones”, relata el psicólogo.

Sin ningún tipo de recursos económicos, se lanzó a la aventura sin imaginar que, 40 años después, la cooperativa que abrió se convertiría en un proyecto social con una estructura empresarial sólida que muchos otros han querido imitar.

“No sabíamos qué queríamos hacer, lo que sí teníamos claro era que queríamos salir del hospital, porque era un lugar horrible. Esa era la única manera de poder mejorar la vida de estas personas y la mía propia, porque yo no estaba a gusto trabajando allí, aquello no tenía mucho sentido para mí. El proyecto que se inició era para personas con enfermedad mental y otros problemas, pero desde entonces han pasado muchas cosas”.

Dentro del hospital psiquiátrico había un conjunto variado de personas: gente que había estado en la calle, gente con discapacidad mental, déficit intelectual y trastornos mentales. “Era una especie de cajón donde iban a parar todas aquellas personas que no tenían un lugar en la sociedad”, resume.

Partieron creando una cooperativa con 14 trabajadores con enfermedad mental en un local cedido por el Ayuntamiento. Ofrecían trabajos de jardinería y como manipuladores para otras empresas.

Una denuncia pública

-¿Cuáles fueron los primeros obstáculos que debió enfrentar?

-Pues, fueron todos, porque la iniciativa era mía y yo no tenía ningún soporte institucional, ya que la administración del hospital estaba enfocada en mejorar las condiciones de vida de sus pacientes. Precisamente, fue Víctor Aparicio quien hizo una denuncia pública de cómo vivían en los manicomios, la que provocó un vuelco en que se dieran cuenta que aquello había que mejorar dentro del hospital. Pero yo quería salirme para crear algo nuevo afuera.

“Los retos fueron todos. En lo económico, tuvimos que recurrir a todo tipo de artimañas para encontrar una guía de actividades. Hoy nosotros seguimos siendo una empresa de jardinería, pero trabajamos para otras empresas aquí en Olot, que es el pueblo grande de la comarca donde estamos”.

En 1984, compraron una finca en Fageda donde instalaron una granja de vacas y se dedicaron a la producción de leche hasta que la Comunidad Económica Europea comenzó a restringir las cuotas de producción. Ahí dieron el gran salto en 1992: empezaron a producir yogures “de granja”.

“Ha sido una larga historia de fracasos que nos han llevado, 40 años después, a convertirnos en una empresa social con casi 500 personas trabajando. Y han pasado por nuestra casa cientos de personas, algunas se han incorporado al mundo y otras ya han muerto”, resume.

La Fageda hoy tiene un 56 por ciento de trabajadores con discapacidad mental en su planta, es la tercera empresa de productos lácteos más importante de la provincia y factura más de 15 millones de euros anuales.

“No curamos a nadie”

Para Cristóbal Colón no han sido necesarios los estudios científicos que avalen la importancia de su proyecto, consistente en darle trabajo a personas con discapacidad y trastornos mentales. Y, más recientemente, a colectivos de alta vulnerabilidad social.

“Nos parece una obviedad. Si nos preguntamos a nosotros mismos la importancia que tiene trabajar y sentirnos útiles, la respuesta a cómo no va a ser algo imprescindible para una persona que sabe sus debilidades, ya sea un enfermo mental o con discapacidad, contar con un trabajo, resulta evidente, porque es la misma. Para todos, estar en casa, sin trabajar y sin ningún tipo de recursos, dependiendo de tu familia en el supuesto de que la tengas, significa que la percepción de tu propia identidad es muy mala”.

En cambio, cuando a esa persona se le da un escenario que le posibilita reconocerse a sí misma como alguien útil a la sociedad y además recibir un salario como recompensa, lógicamente todo cambia para mejor.

“Nosotros no hacemos milagros y no curamos a nadie. No le damos más inteligencia a una discapacitada intelectual que la que Dios le ha dado. Pero de alguna manera, esta persona mejora su percepción de sí misma: sabemos hacer yogures, sabemos hacer jardines, además recibo un salario, me puedo relacionar con otras personas, llevo una vida digna como la tiene mi hermano, mi padre, mi vecino. No soy una persona que la sociedad margina y que me quita la dignidad que tengo como ser humano”, explica.

Componente milagroso

En un mes más cumplirá 74 años y si bien ya no está en el día a día, Cristóbal Colón sigue siendo el presidente de la empresa. “Mi dedicación corresponde a una persona de mi edad, estoy a punto de jubilarme”.

-¿Cómo se siente al ver el resultado que ha tenido su proyecto?

-Tengo muchos sentimientos, uno es de satisfacción y otro es de estar agradecido por todos los que han colaborado en la construcción de este proyecto que ha sido de mucha ayuda para tanta gente. Siempre digo que el proyecto de La Fageda tiene un componente milagroso, porque nosotros no sabemos ver la correspondencia que hay entre lo que hemos hecho y lo que hemos concebido. Hay una gran distancia, hemos trabajado mucho y le hemos puesto mucho esfuerzo, pero lo concebido es mucho más, porque aquí hay algo sobrenatural.

Lo dice porque La Fageda compite con grandes multinacionales como Danone y Nestlé. Sus productos figuran en las góndolas del comercio al lado de estas grandes marcas mundiales. “Además, el salario de los trabajadores acaba formando parte importante del aporte familiar, la condición de este individuo ha pasado de ser alguien que consume recursos siendo infeliz, a alguien que es feliz y, además, aporta recursos”.

Como padre de dos hijos, siente mucha empatía con todas las familias y con los progenitores de quienes han pasado por La Fageda.

“Todos los viernes, ellos pueden comprar yogures a precio reducido y llevarlos a sus casas. Imagina el orgullo para ellos llevarse los productos que ellos mismos han fabricado, no solo han cuidado las vacas, sino que han estado en todo el proceso. O cuando van a una tienda a comprar con sus familias y se paran delante de los frigoríficos donde están nuestros productos y dicen felices ‘esto lo hemos hecho nosotros’”.

Y, de inmediato, aflora el psicólogo: “Los seres humanos nos constituimos entre otras cosas de la mirada de los demás, si usted me mira como una persona discapacitada e inútil, que no sirve para nada, pues yo percibo eso mismo. Si me mira como alguien que hace los mejores yogures del mundo –porque presumimos de eso, aunque puede ser un tanto exagerado–, es evidente cómo se fortalece mi autoestima y mi satisfacción personal”.

Inclusión de migrantes

Cristóbal Colón afirma que, si bien en España hay ayudas estatales, estas son “totalmente insuficientes”.

“El soporte económico que tenemos no proviene de las ayudas gubernamentales, sino de la propia actividad empresarial. Es cierto que además de la labor empresarial ofrecemos servicios terapéuticos, servicios de residencias que sí son financiados por la administración, pues el coste de los servicios asistenciales no podría salir del margen de beneficio de la venta de yogures”, explica.

También incluyen a personas con “discapacidad social”, las que pueden ser españoles con problemáticas sociales o económicas, y migrantes que vienen del norte de África, y –últimamente– de países latinoamericanos, como Honduras.

“A estas personas que tienen fragilidad social las acogemos igual que a una persona con enfermedad mental, porque si la reconoces como persona en su dignidad, pueden transformarse en auténticos milagros. Pasan de ser gente que no confía en sí misma y no puede incorporarse a la sociedad a personas que encuentran sus capacidades mediante el trabajo. Las personas de color tienen enormes dificultades para incorporarse en la sociedad española, nosotros les ayudamos a encontrar el gusto por aprender y a respetarse a sí mismos y a los demás”.

De sastre a mozo

El fundador de La Fageda nos sorprende finalmente con su particular biografía: “Mi verdadera profesión es sastre. Cuando mi padre murió, yo tenía 13 años y no éramos una familia pudiente, entonces me mandaron a trabajar con mi tío que era sastre. Fue mi primer oficio hasta los 21 años, cuando me fui a hacer el servicio militar. Yo tenía incluso mi propio negocio, pero mis intereses filosóficos, esto de vivir y morir y de qué es la locura, me llevó a dejar la profesión de sastre y me fui a trabajar de mozo de manicomio. Es decir, de cuidador de la categoría más baja que había en el psiquiátrico de Zaragoza donde yo vivía”.

-¿No fue un giro radical?

-Es que mi vocación era ayudar a la gente. Posteriormente sí estudié psicología, solo que me formé a posteriori, tuve formaciones extrauniversitarias y dejé ese mundo oficial de la psiquiatría, después de 15 años, por estar en desacuerdo con los planteamientos de la psiquiatría convencional.

-¿Se considera un pionero?

-No lo sé, hemos recibido muchos premios y reconocimientos, pero les damos la importancia que tienen. Es decir, no le damos mucha.

-¿Nunca más volvió a usar la aguja y el hilo?

-Pues no, pero en mi casa soy el que plancho, porque mi mujer no sabe hacerlo.

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