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Disparan sobre el pianista

El pianista había recién alcanzado el mayor de los triunfos y ahora le correspondía, además de tocar su clásico instrumento, tomar las más grandes decisiones.


La parcela del pianista, en Catué, estaba tibia, refrescada incluso por una suave brisa, como deben estar las parcelas y los ambientes para los seres humanos.

Lenificada en ese mes de febrero marcado por la historia. El tercer febrero más importante de la década, sólo comparable al febrero de 1990 y al de 1994.

Normalmente los febreros eran meses de tregua y reposo para los compatriotas del pianista de Catué y meses sin piano para él.

Ahora no. El pianista había recién alcanzado el mayor de los triunfos y ahora le correspondía, además de tocar su clásico instrumento, tomar las más grandes decisiones.

Le embriagaban los dulzores de la victoria. Sonreía y ejecutaba mejor que nunca. Al menos así lo creían él y muchos de los que lo seguían.

-¿Cómo va la cosa, Lake?

El pianista abrió los ojos. Se había recostado hacía unos minutos en su sillón bajo los eucaliptus que repletaban el solar y soñaba, aunque suene feo decirlo, con el porvenir de Chile. Parados ante él estaban los hombrones, en abierto afán de riña. No habían tenido inconveniente alguno en acercársele; los guardias que custodiaban la parcela los conocían como algunos de sus amigos y no habían adivinado sus pelazgas intenciones.

-Muy bien -dijo el pianista-. Maravillosamente bien. Creo que podremos hacer grandes cosas, embarcarnos en aventuras inéditas… Tomen asiento, ¿se sirven un refresco?
-Un par de whiskys, fríos y sin hielo. Strikes.
-Yo pediré lo mismo pero con hielito -dijo el pianista.

El mozo tardó muy poco con el encargo. Estaba orgulloso de seguir sirviendo, ahora, al pianista, orgulloso y esperanzado. Y actuaba rápido.

-¿Cómo va la cosa, Lake? -insistieron los hombrones, acomodándose también ellos en tres sillones y calzándose anteojos verdeoscuros.
-Es la gran oportunidad para el movimiento progresista -señaló el pianista, y agregó:- Este será un año de crecimiento y la gran ocasión para que los beneficios del progreso lleguen a todos.

El pianista hablaba como para la historia. Vivía en la historia. Miraba los eucaliptus y creía que se abrían nuevamente las grandes alamedas. En otras condiciones, claro, pero que se abrían.

-Nos preocupa mucho tu partitura, Lake -dijeron los hombrones-. Vamos a ser francos, ¿sabes? Te hemos escuchado repetir una y otra vez que en este país existen y perviven izquierdas y derechas, progresismo y conservadurismo, pobres y ricos; aquéllos que descienden de los que creyeron que la soberanía viene del pueblo y aquéllos que descienden de los que creyeron que la soberanía viene de Dios.
-¿No es así? -dijo el pianista, que no se andaba con chicas. Y agregó:-¿de qué otra manera explicar que en Lota ganáramos con más del 70 por ciento y en Las Condes perdiéramos con menos del 30 por ciento? ¿Acaso a Lota no la perjudicó el modelo y a Las Condes la benefició?
-Ä„No es así! -levantó la voz uno de los hombrones, que era además experto en comunicaciones. Y siguió:- En este país, como en los del Primer Mundo, hay consenso en la sociedad sobre el modelo a continuar, no hay movimientos antisistémicos, ni menos derechas e izquierdas, Lake… Y está bueno ya que termines con tu perorata disociadora y tu discurso perturbador, diría que ortodoxo, que es gravísimo para todos nosotros. ¿Te acuerdas de Kennedy, para no recordarte cosas peores?

El aire en la parcela se detuvo. En todo Catué.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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