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El despadramiento de la UDI


Chadwick, el senador, juzga que no se puede dejar de aplicar la pena de muerte al «Chacal de Santa Cruz», violador y asesino colombiano de una menor desvalida. Longueira, el diputado y presidente del partido que fundara Jaime Guzmán, le exige a la justicia chilena que pare «la chacota», a propósito de determinados fallos previos al antejuicio de desafuero a un vetusto y vitalicio senador acusado en Londres, Bruselas y Madrid por crímenes «contra la Humanidad»: desaparición de personas, sistemáticamente, y torturas.

Si alguien aún duda que la UDI, después de haber rumiado por meses -exáctamente los que el vetusto y vitalicio senador de la República pasó en «Londres»- la retórica de la soberanía jurisdiccional de los tribunales de justicia chilenos para etc., etc., si alguien duda, digo, que la UDI pretende ahora deslegitimar la autoridad de los tribunales de justicia -la Corte Suprema y ya no la Cámara de los Lores-, e incluso la facultad presidencial extraordinaria de juzgar in extremis sobre la vida o muerte de un ser humano, ese alguien habría de releer El Príncipe. Maquiavelo, cierto, alaba la sagacitÅ• del soberano, sagacitÅ• que comprende la agudeza para calar «el momento justo» de la política intervención, del poder en acto. Así, mientras Pablo Longueira (se) sobreactúa, Andrés Chadwick, abogado como es, se queda corto (habría de cuestionar en su raíz la propia facultad presidencial de impartir la última palabra en casos de condena a muerte).

La chacota de Longueira, su imputación a los tribunales de justicia chilenos -y, en especial, a la Corte Suprema-: sus fallos que establecen que la desaparicón de personas es delito permanente en tanto no se encuentre a la persona, en cada caso concernida, o (indicios ciertos de) sus restos.

¿Qué busca Longueira con este llamado despadrante sino «al filo de la sedición», según me dice un amigo abogado? ¿La simple proscripción, de acuerdo a la «ley chilena», de los delitos que se le imputan al Vitalicium? Ä„Pero cómo lo adivinó…! Si chacota hay, ésta sería, con todo, no sólo de la justicia chilena, también de la argentina (la semana pasada, dos nuevos fallos de tribunales transandinos reafirmaron la tesis de la desaparición como delito permanente e imprescriptible), la norteamericana (los crímenes, y sobre todo los de carácter terrorista, no son delitos prescribibles), la francesa (vide caso Barbie), etc, etc., etc. Chacota planetaria, entonces, sin ser por ello unívoca ni universal. (Sin ser experto en legislación comparada, apostaría que los tribunales de justicia chinos escapan a esta norma generalizada, «occidental»).

¿Qué hace que la UDI pretenda por todos los medios impedir que Augusto Pinochet (The unnameable según Straw en la convención laborista) responda ante la justicia sino una profunda identificación filofilial? (E incluso recurriendo a fantásticos argumentos de última hora, como el de Chadwick, ayer, en cuanto a que antes de un antejucio de desafuero, Pinochet habría de ser sometido a un «juicio político»). Longueira, Chadwick y compañía, la UDI entera -ese «partido de hombres», a diferencia de Renovación Nacional donde la cosa es más revuelta- quisieran salvar a Pinochet-y-su-legado de las manos de la justicia, de las hasta ahora 101 querellas, suerte de Justicia (política) Final. Los artífices de Chacarillas, ¿Ud, se acuerda?, de la Constitución del ’80, con artículo cuarto transitorio, Fuerzas Armadas «garantes de la institucionalidad», Consejo de «Seguridad Nacional» y «senadores designados», vitalicios incluidos, los hijos de Guzmán son (también) hijos de Pinochet. Despadrarse, interrumpir y/o descontinuar la identificación filial -con un santo padre o criminal, aquí da lo mismo-, Ä„impensable!, suénales a imposible.

La UDI quisiera salvarse políticamente -deslindar toda responsabilidad política ante torturas y desapariciones- salvando a Pinochet de la justicia, esto es, quisiera hacer justicia al legado sin ajusticiar al legatario. La UDI es Cristo en el Huerto de los Olivos. Pasión ad portas. Endemoniada, ¿fatal?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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