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Desesperación


El desafuero de Augusto Pinochet ha sido confirmado, ahora oficialmente, por la Corte de Apelaciones de Santiago. Lo más importante: no hubo mayor drama. Lo que hace unos meses atrás aparecía como algo tremendo, capaz de generar una crisis política mayor, ahora se vive con una normalidad loable. En el fondo, nadie está dispuesto a arriesgar gran cosa por la suerte del senador vitalicio.



Deberíamos suponer que ese es un signo de normalidad. Digamos, por ahora, que es un síntoma, lo que ya es algo.



Sin embargo, de todas formas se alzaron voces criticando el fallo. Era esperable. Analizaremos tres.



Uno: Pablo Longueira, el presidente de la UDI, ha insistido en su alegato, en el sentido de que no ha habido un justo proceso, que se trata de un juicio político y que los tribunales de justicia se han prestado a ello. El fondo del argumento es de una gravedad mayor, porque lo que sostiene Longueira es simplemente que no vivimos en un estado de derecho. El desarrollo de esta argumentación -eso sí- podría llevarnos a un terreno más delicado, imprevisible y confrontacional. La pregunta es obvia: ¿hasta dónde está dispuesta la UDI -y en menor medida Renovación Nacional- a llegar con este razonamiento? ¿Por qué vías?



Si un sector importante de la clase política insiste en que padecemos una suerte de confabulación de la justicia o de utilización de ésta, en que ella está mañosamente actuando con motivaciones espúrias, el camino que se abre es de una incertidumbre mayor. Un elemento clave para ver lo que sigue será la apelación de la defensa de Pinochet ante la Corte Suprema. La argumentación no será, desde esta perspectiva, banal.



Dos. El senador designado, y ex comandante en jefe de la Armada, el almirante en retiro Jorge Martínez Bush, no pudo reprimir, el lunes, su rabia, y llegó un poco más allá que Longueira. Rechazó de plano el fallo de la Corte de Apelaciones, calificándolo de hecho «monstruoso y terrible que destruye el concepto de República y de respeto a la Constitución».



Por si eso no bastara, Martínez ha señalado que hay gente que se siente agredida y que las reacciones»no van a ser muy amistosas que digamos; la gente tiene violencia en su interior».



¿Qué nos promete Martínez, más allá de su rabia? Uno puede imaginar muchas cosas, todas ellas absurdas y despreciables, pero ninguna de ellas, nacidas del odio, tienen mucho en qué sostenerse. El país no está para asuntos de ese tipo. Hay una línea tenue, pero certera al mismo tiempo, que marca la frontera del actuar democrático. Suponemos que Martínez la tiene clara, o se lo harán saber. Hay mucho en juego. Entre otras cosas, la capacidad de la derecha de demostrar su vocación democrática, tan puesta en duda, y con argumentos, a la hora de aceptar cosas tan básicas como la igualdad ante la ley. Martínez, a diferencia de Longueira, va más allá del argumento jurídico e incluso político. Entra en el terreno de las pachotadas. Ni siquiera ha sido elegido y como senador designado debiera ser un poco más prudente.



Y, tres, a propósito de prudencia: el lunes por la noche, el cura Eugenio Silva, en su habitual -y normalmente soporífero- comentario de los días lunes en el canal 13, el de la Universidad Católica, mezcló, como acostumbra, palabras y conceptos, para terminar diciendo lo que quería decir: que el asunto Pinochet requiere una salida política.



Dijo que la solución judicial «no es la única», que ella «no basta». Y sostuvo que cuando se habla que hay problemas que requieren una «solución de país» es una solución «política» la que debe fluir. Repitió varias veces que una de las virtudes más importantes que deben cultivar los gobernantes es la «prudencia».



Se podría hacer una campaña de recolección de firmas para que a Silva lo designen senador, y estaría, tal vez, pero con modales menos acerados, junto a Martínez Bush, donde le corresponde.



Silva, por cierto, habló de la necesidad de justicia. Sin embargo la subordinó a la idea de «solución política», apelando a la prudencia. Hubo un tiempo en que los curas actuaban francamente en política -incluso hubo algunos que terminaron de guerrilleros-, y quizás era de agradecer que lo hicieran desembozadamente, sin endulzar su discurso con evocaciones propias de un sermón. En ese sentido, Silva, desde lo religioso a lo político, me pareció muy similar a un político que, por su tono, aceitaba su discurso con sonsonetes de homilía. O sea desde lo político a lo religioso. Hablo de Patricio Aylwin, el que sostuvo eso de «la justicia en la medida de lo posible».




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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