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Versiones de la cultura chilena sobre lo público y lo privado


En una guía para turistas franceses en Chile se dice que si los habitantes locales se aproximan demasiado o le rozan en un lugar público, no es nada preocupante, que no lo hacen con intenciones agresivas, y que es parte de la cultura nacional. Y más de algún malentendido ha sufrido un habitante local con eso de agarrar a besos a cuánto desconocido hay… con la sola intención de saludarle, se entiende… Yo misma he temido seriamente morir aplastada, destrozada y totalmente manoseada entre abrazos de amistad desmesurada, o de empellones sin razón ni disculpas propinados por desconocidos.

No sólo tendemos a ocupar el espacio ajeno, sino también a deambular por el mundo privado de los demás. Pero con respecto a las cotidianas indiscreciones que nos inflingimos unos a otros existe todo un código perfectamente estipulado. Es muy indiscreto preguntarle a alguien cuánto dinero gana, a menos que ese alguien sea de esos locutores de TV que tartamudean y que entre una y otra noticia dicen «vamos ahora a otro plano noticioso…» Preguntarles a ellos es parte del saber relacionarse con ellos, y es todo un signo de estar en el mercado de los ¿tartamudos? Pero no es totalmente indiscreto hablar de dinero; al contrario, conviene tener un conjunto de preguntas proxy al cúanto gana. Tampoco es indiscreto hablar de la salud propia o ajena: los detalles más íntimos de su anatomía y funcionamiento pueden ser expuestos en la vida social, especialmente si la conversación es entre, o acerca de, mujeres. Tampoco se considera de mal gusto si uno de esos señores sobre los cincuenta años y con cara de yo lo he vivido todo, le pregunta detalles de su vida sexual o sobre los pormenores de su día domingo por la tarde. Esto puede entenderse como una preocupación casi paternal, o de hermano mayor con tendencias levemente incestuosas, pero nada más. No es grave (mal que le pese al señor que pregunta…)

Tampoco es considerado una invasión a su intimidad si un buen amigo, o buena amiga, le lanza imtempestivos comentarios tales como «Ä„cambia esa cara, por favor!» o «Ä„pero cuán gorda (o flaca) estás!». Se entiende que estos comentarios son propios de un/a buen/a amigo/a y que lo hace por el bien del otro. No me pidan que explique eso de «el bien del otro», porque mi experiencia muestra que el otro no está dispuesto a colaborar con usted para cambiar el estado de ánimo y por tanto la cara, o de apoyarle mínimamente para que usted mantenga la línea. Son cosas que se dicen, sin más, Ä„tampoco es grave!

Sin embargo, se considera de pésimo gusto y una total invasión a la intimidad, el criticar públicamente el trabajo, o la obra, de otra persona (a menos que se trate de un artista) y peor todavía, si la crítica se hace frente a frente. Me explico, si alguien le dice a una secretaria que tiene su escritorio desordenado, dirán entonces que quien lo dice es un insensible porque el motivo verdadero del desorden es que la secretaria tiene a su hijo enfermo, y además está haciendo dieta porque el médico le dijo que …. Es menos riesgoso decirle a la secretaria que está muy gorda, o muy flaca, que comentarle lo del desorden. Ahora, si a usted le critican y se le ocurre la peregrina idea de pedir fundamentos, aclaraciones, así sea para corregir los errores, ahí sí ocurren verdaderos problemas: se trata de desacato a la autoridad, se le atribuye a usted disolventes y terroristas intenciones, y corre el riesgo de le indiquen el camino a la puerta de salida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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