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Corruptelas II


La contingencia latina también se globaliza, y hete ahí que se sobornan parlamentarios en Argentina y Perú, los sin tierra hacen sit-in en las extensas tierras del presidente del Brasil y, para no ser menos, el Estado chileno abre su billetera generosa para indemnizar funcionarios.



Poco importa si técnicamente es corrupción, clientelismo, o derechos laborales. Lo que despierta nuestro natural morbo, además de la obvia irritación, son frases como esta: … visto por sus cercanos «Para su fortuna personal, los 156 millones son peanuts» (sic). Así se habla del señor en cuestión, antiguo gerente de una empresa del Estado chileno. ¿ De cuántos peanuts estará hecha su fortuna personal?



Es cierto que los 156 millones de locales pesos son efectivamente peanuts comparado con lo pagó una compañía tabacalera a un funcionario de salud que informaba sobre sus daños. (¿ qué harán estos señores con tanto dinero, cuando ya compraron un Daimler gris acero, y un pendiente de oro blanco y brillantes para hacerle juego?)



Las cifras ( o sea, los famosos peanuts) mueven a la irritación. No es que crea que el Estado tiene que ser naturalmente austero. El Estado tiene sus gastos y sus necesidades de imagen que es necesario resguardar. Han pasado los tiempos en que Chile se enorgullecía de tener un presidente que caminaba a su oficina y comía arroz con carne. Lo que se lleva ahora es el glamour de la imagen, y en un mundo globalizado, no faltará una canciller que necesite dinero para pagar sus clases de inglés. Pero ciertamente, no se conoce a profesor de inglés alguno que sea millonario.



El Presidente hizo como hacen algunas profesoras de colegio primario cuando se pierde algo en la clase: todos cierran los ojos para que aparezcan los objetos perdidos en la sala. El llamó a devolver el dinero o renunciar. No habrá faltado un indemnizado de los que se negaron a devolver el dinero y renunciaron, que habrá pensado en el precio de su honra puesto en la bolsa de Nueva York, comparado con sus peanuts puestos en la misma bolsa. Y no hay donde perderse. Confieso que haría lo mismo.



Otro asunto son los méritos: se dice que el Estado tiene que tener personal de excelencia. Y, como siempre, en los principios estamos de acuerdo. ¿Cómo selecciona al personal de excelencia y cuánto le ofrece como remuneración? Simple: los partidos políticos se transforman en las mejores empresas de head – hunters del mundo y ofrecen, no uno sino tres, top choices.



Bien, se han ahorrado el pago a la empresa de head – hunters. Para calcular su salario, simple, también: se hace una estrategia de bench- marking: se identifica el precio más alto en el mercado privado (deduciendo ganancias por cumplimiento de metas, desempeño y otras cosas insólitas que hace el mundo privado) y se le agrega un bono por el sacrificio que hace el candidato para irse al Estado. Bien, se han ahorrado los honorarios del ingeniero que homologa salarios de mercado.



Un doctorado gringo (no es necesario el MIT, con Toulaine, basta) y un look muy cool (el resto lo hace la caída de las chaquetas Armani) constituyen bonos adicionales. Así, no resulta para nada extraño que luego sea necesario indemnizarlo ampliamente para no perder al personal de excelencia, o bien otorgarle un contrato exclusivo con el Estado para la consultora que acaba de armar para irse el «mundo privado».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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