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El divorcio de los candidatos

La vocación por meterse en la vida privada de la gente y decirle cómo debe vivir es tal, que basta como ejemplo el que unos senadores de oposición están pidiendo que para el matrimonio civil los que quieran casarse deban realizar un curso previo.


El jinete Gustavo Barrera ganó ayer El Ensayo. Resultado sorpresivo, dijeron los entendidos. Y al final, todavía arriba del caballo, agradeció a todos los que lo apoyaron, a los que estaban cerca, partiendo, señaló, por «mi nueva familia».



Claro, tenía una, le fue mal y la cambió. Método de ensayo y error. Método del simple cabreo, o de una nueva seducción, o del cambio de aires o del desasosiego más abrumador.



En todo caso, se trata de una realidad apabullante en nuestro país que, sin embargo, no tiene solución legal salvo la triquiñuela de la anulación, que por ser costosa acceden a ella sólo unos pocos. Ya estamos terminando el 2001 y ley de divorcio en nuestro país no hay. Seguimos siendo una rareza en occidente -junto a Malta-, lo que provoca alegría en una Iglesia Católica que, a su vez, también tiende a convertirse en una rareza. Tal para cual.



Lo que es peor: todo indica que no habrá ley de divorcio en Chile y si algo con ese nombre llegara a aprobarse, tal como se ve el proyecto y las indicaciones que se han propuesto, será peor que la situación actual. Ahí sí que será imposible separarse. Todo estará sujeto a exámenes y períodos de prueba. Y opinión de expertos. Pero nada de tolerar eso de que dos adultos ya no quieran seguir viviendo juntos.



La vocación por meterse en la vida privada de la gente y decirle cómo debe vivir es tal, que basta como ejemplo el que unos senadores de oposición están pidiendo que para el matrimonio civil los que quieran casarse deban realizar un curso previo. Es ahí cuando a uno le dan ganas por saber cómo son en verdad los matrimonios de esos que encabezan la cruzada de los matrimonios indisolubles (algunos de ellos, por cierto, anulados y vueltos a casar), y cómo son sus relaciones familiares, ellos que tanto hablan de la familia.



El tema tiene un amplio consenso social, con una mayoría abrumadora de la población que desea una ley de divorcio con disolución de vínculo con el simple consentimiento mutuo de la pareja, pero no en el Parlamento. Entonces es cuando uno se pregunta quiénes son esos sujetos que están en el Congreso, de dónde salieron, cómo los criaron, qué traumas han sufrido, quién los puso allí. Sobre todo quién los puso allí, porque más allá de los votos, ahora que para salir elegido básicamente el asunto se trata de gastar plata en propaganda de campaña, el asunto es quién los financia.



En efecto, con la horda de candidatos haciendo antiéstetica nuestra vida cotidiana, por ese basural de carteles en las calles, irrumpiendo en nuestras esquinas y calles, lo que resulta claro es que ningún ciudadano común puede ser postulante al Congreso. El filtro del dinero es demasiado poderoso a estas alturas.



Entonces, como esos sujetos nos demuestran que plata tienen, que además están dispuestos a derrocharla en la calle por medio de sus afiches, ningún daño les hará que algunos de esos carteles sean destruidos. Porque si ellos se arrogan el derecho de invadir la esquina de nuestra casa con uno de esos engendros, ¿por qué el ciudadano común no ha de tener el derecho, a su vez, de sacar esa basura, de llevársela a su casa para tirarla, pulcramente, al bote de los desperdicios?



Por lo demás, casi ninguno de ellos se presenta con una idea, sino que han aceptado, dócilmente, ser simples mercaderías. Ninguno de ellos, por ejemplo, dice en su cartel que es partidario de una ley de divorcio. Aunque sea uno de esos tantos que tienen una «nueva familia».



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