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Por qué votaré Concertación

Votaré por la Concertación como un gesto de confianza en el futuro. Creo que bajo la conducción del Presidente de la República la Concertación está en condiciones de dar un nuevo impulso al proyecto modernizador de Chile, de proponerse metas altas y exigentes y de marcar un rumbo que nos permita recuperar un fuerte crecimiento combinado con un sentido mayor de equidad.


Votaré Concertación primero que todo por un factor de tradición, de lealtad, de identidad personal y colectiva. Uno es parte de su historia y circunstancias. El voto no es un acto singular y discreto: se integra en una corriente de vida.



Las definiciones políticas e ideológicas más básicas vienen del pasado de uno mismo y su grupo de referencia: amigos y compañeros, valores y tradiciones (por adelgazadas que se encuentren) sostenidas a lo largo del tiempo. Es inevitable: uno está de un lado de la historia y no de otro.



Yo, al menos, estoy del lado que históricamente ha sido el del progreso (por ambiguo que se haya vuelto este concepto), del cambio, de la innovación. Es también el lado donde yo siento que están mejor representadas las libertades, los derechos humanos, el anhelo de igualdad, la esperanza de una vida mejor para todos.



La Concertación en sus mejores momentos es todo eso: es la continuidad (renovada) del progresismo, de la lucha por la democracia, del afán por hacer de Chile un país que acepta sus diferencias y que desea vivir con mayor justicia social y económica.



Enseguida, votaré por la Concertación porque ha proporcionado al país tres gobiernos sucesivos que lo han hecho bien. Han asegurado una transición pacífica y luego una consolidación democrática, un crecimiento vigoroso de la economía con reducción de la pobreza, un mayor sentido de equidad en las relaciones sociales, un goce de las libertades fundamentales de las personas.



Al contrario de sectores de la propia Concertación (autoflagelantes) que miran en menos y desvalorizan la obra realizada durante los últimos once años, yo me siento plenamente identificado con los avances obtenidos, que considero significativos, igual como siento responsabilidad por las limitaciones que hemos tenido en nuestra actuación, que entiendo menos importantes.



Votaré también por la Concertación como un gesto de confianza en el futuro. Creo que bajo la conducción del Presidente de la República la Concertación está en condiciones de dar un nuevo impulso al proyecto modernizador de Chile, de proponerse metas altas y exigentes y de marcar un rumbo que nos permita recuperar un fuerte crecimiento combinado con un sentido mayor de equidad.



Lo anterior significa que no me siento pesimista -la moda ahora es ser pesimista- ni me parece que el gobierno y la Concertación estén condenados a la parálisis y a vivir en medio de una prolongada ceremonia del adiós.



Por último, votaré por la Concertación porque no comparto las visiones que ofrecen, ni las propuestas que formulan, las oposiciones de derecha y comunista.



El PC es una fuerza puramente contestataria; es en el mejor de los casos un gesto. Sus propuestas carecen de sustento, su acción es importante. ¿Y qué decir de sus críticas? Son eminentemente reaccionarias, en el sentido que reaccionan (desordenadamente) frente a un estado de cosas, pero sin penetrar en sus estructuras ni oponerle, por lo mismo, estados alternativas y cursos de acción para alcanzarlos. La del PC es, por tanto, una oposición estéril. No es una fórmula política, sino un rito de la nostalgia. La repetición de algo que ya no fue. Una oposición, por ende, sin imaginación, sin conceptos, sin proyecto.



A su turno, la derecha es la tradición del otro lado. Es la encarnación de prácticas y valores que no comparto; una visión de la historia y de la sociedad que en lo más profundo valora el orden antes que el cambio social, la conservación antes que la innovación, el poder de las cosas antes que la democracia de las ideas.



La derecha de hoy representa una propuesta fuertemente reduccionista, simplificadora y esquemática del país que se traduce, al final en una visión de la ley de la oferta y la demanda aplicada a la política. Ustedes piden, yo respondo. A eso se reduce la polis de la derecha: a resolver los problemas concretos de la gente.



Es un momento en que el mundo transita de época y civilización, que enfrenta enormes dilemas éticos y de ordenamiento de las relaciones humanas, esa forma elemental de hacer política es, a mi juicio, una menguada alternativa. No sirve para construir instituciones, para insertar a Chile en el orden global emergente, para elaborar un sentido de la convivencia y renovar las bases de la democracia.



La derecha y el PC conforman oposiciones legítimas dentro del sistema político. Son parte de la sociedad y del juego democrático; algún día podrán llegar al gobierno. No tengo problemas con nada de eso. Mi discrepancia es de concepción, de ideales, de método político, de tradiciones y cultura.



Por todo esto votaré Concertación.



¿Lo haré con la seguridad que mis esperanzas e ideales serán plenamente satisfechos? Claro que no. No consiste en eso la política, ni son las preferencias de uno solo las que construyen la voluntad general que emerge del voto.



Confieso que tampoco tengo la seguridad de que la Concertación, es decir, nosotros mismos, vayamos a estar a la altura de que demandan los tiempos actuales. Tal es el elemento de apuesta y riesgo incluidos en el acto de votar. Uno vota por un proyecto, por un ideal, por un compromiso, no con la seguridad de que todo será realizado conforme a la voluntad expresada a través del voto. Ese es el momento de incertidumbre inherente a las elecciones y al régimen democrático.



Ojalá ganemos, me digo a mi mismo. Y, más importante que eso, ojalá que ganando estemos a la altura de las exigencias que traerá consigo el resultado del próximo domingo.



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