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Ahora hay que enfriar el juego

Lavín, Longueira y su Alianza no son imbatibles. Le hace falta a la Concertación ser ella misma: volver a una política silenciosa y contagiosa de servicio, retomar un estilo igualitario en que quede muy clara la categoría del ciudadano, reinventar un proyecto de desarrollo en torno a conceptos y objetivos transversales que movilicen las enormes potencialidades de una máquina que se encuentran tan subutilizada.


Pienso que el Presidente Lagos ha desperdiciado inexplicablemente una suculenta oportunidad política. Después de las elecciones del día 16 era el momento para hacer un cierre sereno y esperanzador a una primera etapa de su gobierno. No hablo de cambios de gabinete ni de grandes proclamaciones, sino de establecer una atmósfera amistosa para facilitar un nuevo impulso político y social.



Los primeros veintidós meses del sexenio laguista han resultado muy inconfortables, y a veces exasperantes. Han estado cruzados por una porfiada crisis económica y por algunos conflictos (el escándalo de las indemnizaciones, el fracaso de la Mesa de Diálogo, el affaire de la inscripción de candidatos de la DC y el continuo tira y afloja con los empresarios) que han dejado la sensación de un gobierno indeciso y sin rumbo seguro.



El reencantamiento que Lagos pretendía imprimir a la sociedad y a la política no se ha producido. Tanto en las elecciones municipales como en las legislativas han disminuido gradualmente las adhesiones al gobierno concertacionista y al propio sistema.



En estas circunstancias, era preciso haberse apoderado de las energías y las expectativas del día después y haber emitido un mensaje claro, integrador y estimulante de cara a los cincuenta meses que le quedan de ejercicio al Mandatario.



Pero Lagos cedió a su ya arraigada costumbre de vivir en situación de perpetua campaña. Las declaraciones de las jornadas siguientes a los comicios no han expresado una tregua medicinal, sino que han persistido en una dialéctica de campaña: estéril discusión sobre quién había sido el vencedor, ataques contra la UDI por su espíritu confrontacional, altiva autocomplacencia en las posiciones ya tomadas. Sigue, pues, un Lagos reactivo, bueno para la competencia y para demostrar que es siempre el primero del curso.



No sé quién ha podido recomendar al Presidente una actitud tan extemporánea o un tono tan inútilmente beligerante. Después de meses de campaña, que siempre dejan heridas, le tocaba pisar la pelota, enfriar el juego y ponerse por encima de las pequeñas pasiones. Es el momento de instalar un discurso prospectivo y motivante, de convocar a una ciudadanía cada vez más reacia a las liturgias electorales pero que necesita asumir colectivamente ideas y tareas de cara a un futuro deseable.



Todavía es tiempo, desde luego, para que el Presidente tome distancia, supere su tendencia a perseguir todos los balones y se involucre muy selectivamente en los temas y debates. La oposición, con una anticipación estratégicamente exagerada, ya olisquea en el horizonte el premio gordo de la presidencia para el 2006. Esto la hace y la va a hacer cada vez más explícita y, a veces, provocadora. Cumple su rol.



Pero Lagos y su gobierno, en esta nueva etapa, deben cumplir el suyo, avanzando por su camino sin mirar demasiado a los lados. El guión de la UDI y de la Alianza por Chile va a consistir en exhibirse monopólicamente como los defensores de la gente, en mostrar a un oficialismo entrampado en una agenda política autista, en machacar a través de los medios, día a día, con los éxitos de sus alcaldes y parlamentarios. Tan organizada ofensiva intenta el desgaste paulatino de la acción del gobierno y la Concertación.



Los oficialistas serán tratados como políticos antiguos, apegados a privilegios de club, entregados a viejas reyertas socialmente inútiles. Los opositores, sin embargo, aparecen como investidos con el carisma infalible del cambio. En estos días los muchachos de la UDI están ensayando esta irritante matriz mediática y ven que el oficialismo reacciona y se altera ante sus insinuaciones y provocaciones.



No obstante, Lavín, Longueira y su Alianza no son imbatibles. Le hace falta a la Concertación ser ella misma: volver a una política silenciosa y contagiosa de servicio, retomar un estilo igualitario en que quede muy clara la categoría del ciudadano, reinventar un proyecto de desarrollo en torno a conceptos y objetivos transversales que movilicen las enormes potencialidades de una máquina que se encuentran tan subutilizada.



Pero ahora Lagos y su gente necesitan serenidad para acertar en las próximas y transcendentes movidas del ajedrez político.



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