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La huelga de Telefónica y el témpano de Sevilla

Sigo creyendo que esa escultura gigante, ese témpano arrancado de la naturaleza y convertido en aparatosa tecnología representaba la operación blanqueo de Chile. Pero esta estrategia se sigue repitiendo a cada momento.


En cierta ocasión afirmé que el témpano (o iceberg) arrastrado hacia Sevilla para la gran Exposición Universal tenía por objetivo mostrar la blancura de Chile, pues nacíamos de nuevo con la transición. Por ello, en ese témpano que trasladamos para representar lo que éramos no figuraban las huellas de la experiencia ni antigua ni reciente de Chile. De la reciente faltaba todo lo que había marcado y mutilado a Chile: el bombardeo de La Moneda, los anteojos negros de Pinochet, las huellas de los desaparecidos. Incluso estaban borrados los símbolos de la nueva modernidad: por ejemplo, el mall Plaza Vespucio.



De la antigua, seria larguísimo decir lo que faltaba. Digamos sólo que no había ni huellas de Recabarren, de Clotario Blest o del olvidado Luis Figueroa. En realidad, todo estaba ausente, menos la blancura atosigante, la absoluta transparencia de ese Chile que no quería contaminarse con su pasado.



Sigo creyendo que esa escultura gigante, ese témpano arrancado de la naturaleza y convertido en aparatosa tecnología representaba la operación blanqueo de Chile. Pero esta estrategia se sigue repitiendo a cada momento.



Hoy ese blanqueo está funcionando a toda máquina. Hace veinte días que los trabajadores de la Telefónica están en huelga, pero prácticamente no han sido vistos ni oídos y toda la información está destinada a blanquear a la compañía y ensuciar a los huelguistas.



Lo que existe, lo que tiene relevancia en el Chile actual es la representación discursiva que crean los medios de comunicación. Los grandes canales, casi sin ninguna excepción hasta el día de hoy, los han omitido, minimizado o distorsionado. Les han negado la oportunidad de dar la imagen de sí mismos y les han impuesto otra.



Esto significa que han sido borrados de las pantallas los rostros de los hombres y mujeres que cada día soportan el frío frente a sus lugares de trabajo, sus piquetes frente al edificio principal de la compañía, sus carteles y el rostro de sus dirigentes.



Como no les han dejado elaborar su imagen pública propia, no tienen tampoco voz audible.



Se habla de ellos con un solo objetivo, para representarlos como vándalos del espacio virtual. Esto equivale a tratarlos como terroristas de extremo peligro, capaces de interrumpir el supuesto libre tránsito en las carreteras de la información. A los huelguistas se les acusa, nada menos, que de cercenar la más preciada libertad postmoderna.



Los canales solamente se acuerdan de los huelguistas de la Telefónica para oscurecer sus propósitos. Todos las referencias y el juego discursivo están dirigidos a desmanchar, a blanquear a la sacrosanta Compañía. Ese tratamiento informativo tiene el efecto de hacer olvidar el origen de los problemas, una huelga legal que ha sido distorsionada por la continua mención de sabotajes.



Televisión Nacional, quizás para tranquilizar la conciencia, le otorga la palabra un segundo al dirigente telefónico y luego transmite un largo sermón del gerente de la empresa, donde sólo hay acusaciones y no se encuentra ni un atisbo de espíritu negociador, única forma en que se puede enfrentar un conflicto laboral desatado.



¿Por qué el gerente de la compañía se permite actuar como juez y dictaminar que los huelguistas son delincuentes? ¿Se le ocurriría proceder de esa manera en España? Si lo hiciera recibiría una repulsa universal. Pero en Chile logra conseguir que el Ministro del Interior intervenga amenazante, aumentando el clima de sospechas contra los trabajadores. Signo de los tiempos.



Esta estrategia de blanquear a las empresas afectadas por conflictos laborales, reduciendo a los huelguistas al silencio, minimizando sus demandas, desinformando sobre sus condiciones laborales o transformándolos de actores sociales en delincuentes saboteadores, fue intentada también con los trabajadores del Metro.



¿Se trata acaso de una nueva fórmula inventada por los consultores comunicacionales?



En el caso del accidente ocurrido en una estación del Metro se tuvo que reconocer que la falla era producto de la fatiga del material y no de una operación premeditada. Pero el daño a los huelguistas ya estaba consumado. La forma en que se presentó el accidente ensuciaba a los huelguistas y blanqueaba a la empresa. Nadie se preocupó después de reparar el daño.



¿Qué ocurriría si la investigación judicial demuestra que los sabotajes de los cuales se culpa a los trabajadores fueron realizados por alguna empresa filial de Lenin Guardia?



No se escandalicen, señores empresarios, pues no veo razón para que sea lícito sospechar a priori de los trabajadores en huelga y no de una endurecida casta gerencial que se niega a negociar.



Después que los escándalos de Enron, de WorldCom y de otras muchas empresas en apariencia respetables no veo razón alguna para dar por reconocida la virtud de los gerentes generales, en especial cuando éstos no han ahorrado ninguna triquiñuela para enlodar una huelga legal.



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