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TVN: La estrategia de la ilusión

Se ha perdido evidentemente la mesura: el populismo, que tanto se ataca en la economía o en la política, se acepta en grado mayúsculo de cara a la oferta televisiva.


Creo que el escándalo desatado en TVN por las declaraciones de Faride Zerán no puede quedar como un affaire doméstico más, que concluya cuando sus últimos coletazos desaparezcan de los titulares. Las palabras de la periodista (directora, como se sabe, del Consejo de TVN) denunciaron la línea informativa del canal público, pero van más allá de la anécdota y de las personas concretas. También trascienden eventuales maniobras de grupos. Suponen una invitación a poner a punto un medio que sirve de referencia a muchos ciudadanos que, acaso con un exceso de optimismo, lo consideran como algo propio.



Una televisión pública tiene como función, en una sociedad democrática, operar como plaza republicana, como lugar de encuentro de los distintos talantes, discursos y proyectos de los chilenos, aceptados tal como son y no como pretendidamente debieran ser.



Por supuesto que TVN tiene legítimamente su línea editorial, sus opciones programáticas y quizá su libro de estilo y de orientaciones generales. Es decir, se traza autónomamente sus propias reglas de juego para cumplir sus objetivos de servicio al país. Lo que no resulta presentable es que la aplicación de sus propias normas dependa a veces de presiones externas o de inhibiciones internas. Cuando tercian esas conductas temerosas u obsecuentes y se incorporan silenciosamente a la atmósfera de un medio, se conforma esa detestable cultura de la concesión y el silencio, de la ambigüedad y el eufemismo. Se vacía, así, la esencia misma del quehacer periodístico.



TVN es un canal público exitoso. Desde mediados de los ’90 superó en casi todos los espacios más relevantes a su tradicional competidor, Canal 13, que había detentado hasta entonces un largo liderazgo.



Fue un momento de gloria, resultado de la presencia de Jorge Navarrete y posteriormente de René Cortázar como gerentes de la casa. El primero ganó para el canal público credibilidad, el segundo solidez financiera. Y estos dos factores combinados causaron el despegue del rating, el optimismo, los números azules.



Pero a fines del año 2000, el intento de sustituir a Jaime Moreno Laval por Verónica López en la dirección de los informativos provocó el alejamiento de Cortázar. Su gestión había recibido en sus últimos meses muchas críticas: se alegaba contra la agenda de temas, que lejos de superar los antiguos tabúes y listas negras se había hecho más cauta, medrosa y reactiva. Además, pareció que el entendimiento de Cortázar con la oposición no sólo se debía a su capacidad negociadora o persuasiva, sino sobre todo a su coincidencia estratégica con el mundo derechista respecto a que en Chile aún había que mantener muchos silencios y pretendidas prudencias.



El dúo Marco Colodro-Pablo Piñera, que se conformó después de un año del gobierno de Lagos, ha vivido en buena parte de las rentas. Los cambios que se introdujeron han respondido a un énfasis mayor en la línea de la era Cortázar: se reivindica fuertemente la televisión-entretenimiento, la televisión-show, y desde luego la televisión rating. ¿Quién puede dudar que la televisión tiene mucho de show y de entertainment? ¿Quién discute la importancia del volumen de audiencia? Pero ahora el cuasi monopolio de estos tres elementos se instala como doctrina, y los que no comulgan entusiastas con los programas más olvidables son tildados de iluministas, elitistas y (nuevo insulto) de europeos.



Se ha perdido evidentemente la mesura: el populismo, que tanto se ataca en la economía o en la política, se acepta en grado mayúsculo de cara a la oferta televisiva.



Pero el problema más hondo radica en un cierto optimismo que se quiere imponer por decreto, en una buena nueva que nunca tiene que cesar. Desde las instancias oficiales se insiste en que hay que pensar positivo, en que las críticas son cosas de fracasados, en que es preciso fomentar la alegría en tiempos de crisis. Bueno, pues ahí está esa hipnótica pantalla domestica, que no abandonamos ni en la cama, para bálsamo de nuestros males colectivos. Hay que orillar discretamente los programas problemáticos y negativos o las negativas y problemáticas noticias.



Desgraciadamente, el oficialismo persiste en vivir en la ilusión del auto nuevo. Se siente exageradamente herido ante cualquier rayón. Cualquier noticia menos favorable, cualquier ironía más irreverente hiere su delgadísima piel. Las declaraciones de Faride Zerán, que fueron tan primariamente descalificadas por Marco Colodro, apuntan a esa falsa ilusión de que los noticiarios de TVN son el espejo plano de un país en pleno despegue.



Creo que hay que sacar del superego del país esa pretendida obligación de ser el número uno. Chile no tiene por qué ser el gran ejemplo, ni el candidato para todos los mejores clubs, ni el bueno de todas las películas. No tiene que engañarse o desentenderse de sus grandes problemas para componer una falsa figura. Todo eso suena a táctica autoritaria, a estrategia de ilusión.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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