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Cordillera Oscar Castro, el bautizo que faltaba

En toda antología de los mejores cuentos chilenos está la del bandido y el arriero que se encuentran en un crucero de sendero estrecho en esa cordillera. ¿Quién pasará primero y sobrevivirá?


Nombrar las cosas y recrearlas, como invitación a los sentidos, es un arte sano para la construcción y re-significación de nuestras identidades. El lenguaje revela y oculta, hace una distinción revelando las miradas, conociendo a medida que transitamos por la vida. Es el caso de la Cordillera Oscar Castro, en la comarca imaginaria que va de Rancagua a Alhué, desde las Palmas de Cocalán y su parque prehistórico de palmas chilenas por el sur poniente hasta la Laguna del Aculeo por el norte.



Cometemos un pecado de omisión y generalización cuando decimos que el Chile del valle central está atenazado por Los Andes y la Cordillera de la Costa. Sólo en el norte se habla de depresiones transversales, cordones montañosos, como la Cordillera de Domeyko, llamada así en honor al científico polaco que deambuló descubriendo minerales por las soledades y silenciosos parajes del Norte Grande.



Lo que sí es claro es lo que señalaba el mismo Oscar Castro al referirse a Chile: «es angosto, y su valle tiene demasiada semejanza con un cauce. Y quien dice cauce dice tránsito, movimiento, fuga». Es en estos movimientos, redefiniciones y fugas donde aparece la Cordillera Oscar Castro.



Tenemos esta cordillera y es hora de bautizarla, sobre todo por la magnífica presencia del cordón montañoso ubicado al poniente de Rancagua que conforma una unidad espléndida e inmutable, diferenciada geográficamente de la Cordillera de la Costa, que se ubica a cien kilómetros de distancia y separada físicamente por el Lago Rapel y la unión del Cachapoal con el Tinguiririca.



Nada tiene que ver con las alturas, formas y vegetación de la Cordillera Oscar Castro, habitadas por garrulerías escandalosas de choroyes, la música radiante del zorzal, poeta de soledades, por alguna codorniz escondida con sus llamados de tres tiempos y cernícalos que baten sus alas, sujetos en el claro cielo, descendiendo cuales flechas grises sobre la presa hipnotizada. Este lugar es diferente de los lomajes del secano costero, constituido por lomajes y esteros precarios como Las Damas, Las Rosas o Chorrillo.



Esta Cordillera encierra tesoros incalculables y ocultos a la espera de nombrarlos, muy en la línea de Occam y su teoría nominalista. Es una sola cordillera desde la Angostura de Paine, en el límite de las Regiones Metropolitana y de O’Higgins, donde casi se besa con Los Andes y el Cerro Challay, sino fuera por una serpiente plateada que los separa, el río Peuco.



Por O’Higgins, frente a San Francisco de Mostazal, se alza el Alto Cantillana, la más alta cumbre del Valle Central que no pertenece a Los Andes, con sus tres mil metros y nieves eternas. Frente a Rancagua ofrece cerros con formas de volcanes y los arreboles de primavera en crepúsculos que hacen a los afuerinos sintetizar con justeza la magnitud del paraje.



La ciudad tiene una escala amable, una arquitectura pobre y crecimientos con heridas urbanas, pero en un espacio natural mediterráneo y con ambas cordilleras acechando, especialmente en invierno, cuando es posible percibir nieves en los 360 grados por sobre el Valle del Cachapoal, único en Chile.



Lo que acecha por el poniente no es la Cordillera de la Costa sino otro milagro de la Creación, la Cordillera Oscar Castro. Basta recordar que hacia el oeste se encuentra el pueblo colonial de Alhué y su estero diáfano, el Valle de Loncha, por Las Cabras la cuesta de Quilicura y la excepcional Palmería de Cocalán. Desde Rancagua hasta Pelequén, de manera longitudinal (40 kilómetros), se bordea el Cachapoal con rinconadas de vegetación nativa exuberante y se encuentra la cuesta de Idahue y sus cerros de formas extrañas, donde ‘On Sata jugaba al monte y saciaba su sed en el Estero Carén.



Debe llamarse Oscar Castro, porque el poeta del alba, el vate de la simpleza y la comarca provinciana, la voz lírica de estos valles. Fue el primero que supo mirarla, descubrir sus gentes y nombrar su proverbial belleza. La novela Llampo de Sangre está recreada en Chancón y las minas de pirquineros de esta cordillera, con hombres en búsqueda de El Dorado, y esa muchacha morena por la cual vale la pena dar la vida y más.



En toda antología de los mejores cuentos chilenos está la del bandido y el arriero que se encuentran en un crucero de sendero estrecho en esa cordillera. ¿Quién pasará primero y sobrevivirá? Y toda esa poesía en la que vagabundea el amigo entre los pueblos de más al norte y donde recrea a Rancagua, la espera de mi vieja madre y mis hermanos menores, en esa ciudad que es un puerto sin mar.



Oscar Castro observó los patos silvestres de la laguna La Rubiana, conoció las roblerías de Huilmay en Chancón, la Mina El Inglés, y en la senda hacia Alhué el cerro mágico de Talamí, con su falda de palmas chilenas y cactus. Recordemos que los escritores del Grupo Los Inútiles, asociación de intelectuales rancagüinos, animaron en los años cuarenta y cincuenta una Editorial Talamí precisamente rememorando dicho cerro, parte de la cosmovisión mítica de Oscar Castro.



El escritor es quien así nos invita hoy a recorrer un sendero de 300 kilómetros que podría ir de Melipilla a Peumo, de Alhué a Chancón, de la Laguna del Aculeo al Lago Rapel, serpenteando por esta cordillera del asombro.



Hay que llamarla Cordillera Oscar Castro y no pasar de largo. Hay que ensanchar Chile, decía Raúl Zurita. Entre Los Andes y el Pacífico hay demasiado cuento y paraje, gentes y modos de vida, arquitectura y poesía popular, pirquineros, huachos, huasos, guachucheros, arrieros y parceleros, quillayes, pataguas, pumas y zorros.



Como el poeta hace ochenta años, aprendamos a deambular y descubrir la comarca montañosa entre Rancagua y Alhué que encierra una parte del alma de Chile. En palabras de Castro, «sin embargo, cuando en el valle nombran estos parajes, dicen sencillamente: ‘Para allá, para el lado de El Encanto’. Y si un viejo es el que habla, no es raro que se quede pensativo mirando las lejanas cimas, y entre chupada y chupada de cigarrillo, cuente una vez más la historia que ya todos conocen».



Ä„A tu salud, Oscar, es tu historia, la que todos conocemos!



(*) Diputado por Rancagua.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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