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30 años y las historias diminutas


Como un cataclismo social, el 11 de septiembre de 1973 quedó grabado a fuego en la sociedad chilena. Su impacto traumático dejó secuelas que nadie podrá reparar nunca. El complot, la acción premeditada de desestabilización de un gobierno democráticamente electo, la manipulación de los medios de comunicación. Del otro lado, la exacerbada polarización, interpretaciones voluntariosas y enceguecidas de dogmatismo, acciones que desautorizaban al propio Presidente de la República. Una lucha institucional que no daba tregua y la sensación de fragmentación política en el bloque gobernante. Al final, un desenlace trágico que cambió para siempre a Chile y cientos de miles de familias desgarradas para siempre.



Los 30 años están frescos como un mosaico inconcluso en la memoria colectiva de la generación que actualmente tenemos más de 45 años. Los otros, los más jóvenes, han escuchado versiones opuestas, escucharon hablar de golpe o de pronunciamiento, algunos supieron en sus familias que había un dolor cercano, separaciones, exilio. Otros escucharon que eso no pasaba en Chile, que eran inventos. Afortunadamente, en este aniversario emblemático, la verdad comienza a correr a raudales, desmantelando como una gran avalancha todas las represas que quisieron contenerla.



Se trata finalmente de una verdad serena, amarga, irreversible, pero que deja espacio para el duelo, deja espacio para que la soberbia decline y quizás avance hacia gestos de arrepentimiento real. La historia va reformulándose y logra cortar las amarras de una versión oficial que había intentado disimular y ocultar los horrores. Hay responsables que siguen circulando por procesos que mantiene un poder judicial que se ha fortalecido como pilar del sistema democrático.



Y la voluntad de reparación a las víctimas o sus descendientes ha sido casi unánime.



Los deudos nunca podrán quedar conformes, más allá de que sea justa la reparación económica que el Estado les asigne. Pero en el contexto de futuro, de las nuevas generaciones que merecen una sociedad más fraterna, los pasos dados por todos los actores políticos y sociales en este año emblemático, son meritorios. Porque han generado una suerte de catarsis nacional, para recrear millones de historias diminutas, las que vivió Juan, Pedro, Alicia, aquel joven que nació fuera de Chile. Todos y cada uno, recordando en qué fallamos, recuperando fuerzas para construir una sociedad distinta. Esas historias diminutas permitirán sincerar nuestro pasado y generar las confianzas necesarias para un proyecto de país realmente democrático, que debe estar asentado en la cooperación y la tolerancia.





(*) Consultor internacional, escritor y columnista



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