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Lo público y lo privado


Chile vive un acelerado proceso de cambios. Lo que ayer era impensable, hoy se debate e irrumpe en el espacio público. Es el caso de la aparición pública de la homosexualidad, de la vida sexual de los chilenos, de la violencia intrafamiliar y de la intimidad de los poderosos. Estos aspectos de nuestra sociabilidad eran negados hasta hace poco más de una década. Sin embargo, hoy son expuestos a la luz del mediodía del espacio público. Es esto lo que literalmente nos ha «reventado en la cara», a propósito del caso de Claudio Spiniak y la caída del juez Daniel Calvo.



Como en todo orden de cosas, el trigo viene acompañado de cizaña. Destaquemos que no es sana una sociedad que aparente desconocer lacras sociales como son la violencia intrafamiliar, la prostitución infantil o la discriminación vejatoria de los homosexuales. Pero tampoco es sana una sociedad que todo lo expone a la luz pública; que no respeta la vida privada de sus habitantes o en que todo lo que provoque estupor sea ventilado públicamente y con escándalo.



Para los chilenos lo que está en el debate es qué es lo que la sociedad tiene derecho a saber y qué es lo que los ciudadanos tenemos derecho a mantener en la privacidad de nuestras vidas sexuales, conyugales, familiares y de amistad. Abordemos esta cuestión, de suyo difícil y compleja.



Partamos afirmando que para el pensamiento griego clásico, a lo menos en la visión de la filósofa Hannah Arendt, todo lo que tenga relación con las labores del cuerpo y el trabajo de nuestras manos pertenece al mundo de lo privado. Esta esfera privada está marcada por el mundo de la satisfacción de necesidades biológicas, afectivas, de reproducción y de sobrevivencia. Se trata de un ámbito donde la libertad y la igualdad están limitadas. El hijo no es igual a sus padres y las libertades de éstos están severamente limitadas por los deberes familiares.



La esfera pública está constituida por la acción que realizamos en público y para lo público. Esos hechos y palabras de ciudadanos y estadistas son vistos y/u oídos por todos y conciernen al interés general o bien común de la sociedad. Aquí rigen los principios políticos de la libertad y de la igualdad. A diferencia de la familia o de la empresa, todo ciudadano vale políticamente lo mismo y participa en el gobierno de su sociedad. Se trata de ese mundo común a nuestros abuelos, padres, hijos y nietos. Es el mundo al cual entramos al nacer y que nos sobrevivirá al morir. Estaba allí antes que naciéramos y quedará ahí cuando lo dejamos al morir. Y por ello debemos protegerlo volcándonos a servir el Bien Común.



Esta distinción y separación ha sido rota por la modernidad, la sociedad mediática y la economía capitalista. Richard Sennet constata que estos fenómenos generaron una presión privatizadora de la sociedad burguesa decimonónica. El exhibicionismo degradó lo público en la sociedad del espectáculo y de los medios de comunicación social. Surgió así una sociedad en que lo público es atacado por la privatización, el fetichismo del artículo de consumo y el secularismo que expulsa lo trascendente y tiende a banalizarlo todo.



Hannah Arendt describió este proceso y lo condenó. Lo privado debía ser privado y lo público atender al interés general. Para los romanos el hogar era sagrado en sus límites, refugio de la vida pública y fundamento insustituible para participar en las cosas del mundo. Una vida volcada totalmente a la publicidad sería superficial y sin profundidad. Es el totalitarismo bolchevique o nazi el que destruye tanto el espacio público como el privado «El único hombre que en Alemania es todavía una persona particular es alguien que está dormido».



El significado más elemental de las dos esferas indica pues que hay cosas que requieren ocultarse y otras que necesitan exhibirse públicamente para que puedan existir. Hannah Arendt decía que «hay muchas cosas que no pueden soportar la implacable, brillantes de luz de la constante presencia de los otros». Por ejemplo, ella nos recordaba que la bondad cristiana no se ejerce con trompetas. «Procura que tus limosnas no sean vistas por los hombres». Aún más, la buena acción deja de serlo si ella se realiza con miras a provocar el deleite de la propia virtud realizada o el reconocimiento social: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha».



Obviamente la defensa de la privacidad no puede significar el amparo de acciones delictivas. Además, todo hombre y mujer que ejercen funciones públicas saben que son objeto del escrutinio ciudadano. No es creíble un representante de un poder público que juzga a los otros con una vara, y se aplica otra muy distinta en su vida privada. No es coherente un político que se presenta en su propaganda electoral como gran padre de familia y luego se indigna cuando los periodistas buscan indagar en su vida familiar. No es atendible el alegato de quien, viviendo en programas de trivialidades o ejerciendo su liderazgo destruyendo públicamente a los demás, reclame cuando le toca a él tal política.



Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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