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El nuevo Evangelio


El tratamiento que hacen los medios de comunicación de las llamadas cuestiones morales ha sido, invariablemente, ambiguo. Es el caso de la Corporación de Televisión de la Universidad Católica. Para comprender cabalmente lo que está sucediendo es necesario remontarnos, aunque sea muy sucintamente, a la historia de nuestra televisión.



Se reconocen por lo menos tres grandes etapas. En un primer momento Chile se dio una televisión que debía salvaguardar los grandes valores ilustrado-republicanos; el televidente era una suerte de alumno frente a la televisión docente. Esta paleotelevisión estuvo, por tanto, a cargo de las universidades y, más tarde, del Estado mismo. El giro de los setentas significó el ocaso de dicho modelo y la televisión se convirtió poco a poco en una vitrina y en un altavoz propagandístico al servicio del gobierno autoritario. Esta etapa intermedia dio origen a una mixtura paradojal; la televisión se mercantilizó y, al mismo tiempo, fue un dispositivo político antidemocrático. Por último, un tercer momento de nuestra televisión se inaugura con el advenimiento de la democracia que, en los hechos, no fue sino la extensión de la lógica del mercado a la vida cotidiana y una trivialización de lo político.



La televisión actual porta en sí todas las cicatrices de su pasado. Ella escenifica las tensiones y asimetrías de nuestra sociedad. Un mismo canal puede servir como soporte para el discurso «virtuocratico» de raigambre conservador y católico, pero en un horario nocturno sirve sin tapujos a la lógica mercantil.



Tal como se ha señalado, poco importa el tópico de la homosexualidad si garantiza el «rating» de tal o cual telenovela; sin embargo se rasgan vestiduras cuando el mismo tema es tratado en un spot anti-sida. Esto tiene un nombre, se llama fariseísmo. De alguna manera resuenan los ecos de aquella vieja divisa marxista según la cual los discursos morales al uso pretenden investir de «espiritualidad» a un mundo carente de espiritualidad alguna. En efecto, esta suerte de «capitalismo salvaje» en el que estamos inmersos nos muestra día a día que salvo el dinero todo es ilusión.



Los mentados valores en nombre de los cuales se levantan discursos amenazantes y coercitivos resultan ser una trinchera que se erige contra la cultura liberal inherente a la dinámica de la globalización. Ello muestra una de las contradicciones fundamentales de nuestro capitalismo: liberal en lo tecnoeconómico y antiliberal en el orden político y cultural.



El discurso moral de cierto conservadurismo tiene fuentes reconocibles de índole religiosa y muestra el perfil de las «sectas». En un país normal, estos discursos son generalmente marginales, sin embargo en el Chile postautoritario tales voces llenan el espacio de una ciudadanía ausente y de masas condenadas a vidas larvarias. Así, entre el látigo moralista y la narcosis televisiva de trasnoche se logra domesticar a un país en el «nuevo evangelio neoliberal»: la xenofobia, la homofobia, el racismo y el individualismo.





(*) Investigador y docente de la Universidad ARCIS.









  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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