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Prevención: no sólo cascos y bototos


Los accidentes de personas que cayeron desde microbuses, hace algunas semanas, generaron noticias sobre la inseguridad con que opera este medio de transporte. Incluso, el periodista de un diario se puso a contar cuántas micros circulaban con la puerta abierta en una céntrica avenida de Santiago, y llegó a la conclusión de que al menos la mitad de ellas lo hacía en esas condiciones.



Pero los accidentes pasaron, las víctimas engrosaron la estadística negra, y como tantos otros temas de la contingencia seguramente un próximo hecho impactante volverá a poner el «riesgo» en el primer plano de la noticia: una cañería de gas defectuosa, un incendio en una bodega, o la caída desde el microbús de una persona que se dirige a su lugar de trabajo serán, quizás, los detonantes de noticias, siempre y cuando el hecho sea lo suficientemente grave.



No cuestiono que los temas lleguen a los medios a partir de hechos aislados. Sí cuestiono que esos temas no generen debate más allá de esa contingencia. Quiero retomar el problema del riesgo desde la perspectiva laboral, es decir, me gustaría hacer un alcance respecto de los miles de trabajadores que día a día, en un microbús, en la oficina, bajando escaleras, o simplemente repitiendo los mismos rutinarios movimientos, se exponen a accidentes o enfermedades. Y lo quiero hacer a partir de una pregunta: ¿Existe un enfoque profesional de la prevención orientado a todos los sectores de trabajadores en este país?



Hay cuatro organismos que se reparten el «mercado» de la prevención de riesgos: tres mutuales privadas y el INP. Creo que a estas instituciones les corresponde marcar pautas en gestión preventiva. Para ello, sin embargo, es necesario superar algunas concepciones anacrónicas.



Primero, habrá que dejar atrás la imagen «preventiva» del obrero con casco, bototos y antiparras, que debe esquivar el trozo de metal que podría golpear su cabeza. Una imagen fuertemente arraigada, por cierto, pero bastante alejada de la realidad del Chile de hoy. No porque se hayan acabado los obreros de este tipo, sino porque debemos acercar aún más la prevención a otras personas con quienes nos topamos a diario: comerciantes, administrativos, secretarias, cajeras, etc. Ciertamente, al Estado y a las mutuales corresponde ofrecer una mirada renovada para abordar la prevención en este sector activo. En resumen, es necesario enfatizar programas preventivos en la inmensa mayoría de trabajadores «sin casco». Ejemplo: un reciente programa de ejercicios en el lugar de trabajo aplicado en el INP (10 minutos al día) se tradujo en que más del 80% de los participantes testimoniaron una mejoría en su movilidad corporal y, más decidor aún, una disminución del estrés en su trabajo. ¿En cuántas empresas la tensión acumulada día tras día generará cientos de licencias mañana? Muchas veces, las estadísticas de enfermedades derivadas del trabajo no reflejan esa realidad, simplemente porque no es fácil que algunas dolencias se etiqueten como «enfermedad profesional».



En segundo lugar, la prevención no debe vincularse sólo con la imagen de grandes industrias con un gran número de operarios. El sector activo de la economía ya no es el de antes: aumentan los independientes, los servicios de microempresas se diversifican, muchas compañías se fragmentan. La prevención de riesgos laborales también debe dar cuenta de esa realidad. Trabajadores y empleadores requieren una gestión preventiva no excluyente, acorde a esos cambios. Creo que en el Estado debemos trabajar más para que la prevención de riesgos llegue efectivamente a todos los sectores laborales, lo que impulsará a un mayor dinamismo a las mutuales privadas.



*Ernesto Evans Espiñeira es director nacional del INP.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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