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La televisión y el mall: las plazas de nuestros días


Antiguamente la plaza pública era el lugar donde la sociedad se constituía como tal. Cuando el orden social estaba determinado fundamentalmente por el poder religioso, los sujetos se encontraban en la Iglesia y a la salida del ritual dialogaban unos con otros. Es ahí donde se sabía quién pertenecía a la comunidad, ya que existía la posibilidad de contemplarse y, por lo tanto, de reconocerse en sus respectivas posiciones dentro del orden social.



Sin embargo, en los países latinoamericanos los encuentros en las plazas estuvieron restringidos para una reducida burguesía urbana. Recién con el crecimiento de la migración campo ciudad empieza a tomar fuerza una participación más plural en la plaza pública. Es aquí cuando el orden social deviene en problema, en tanto los sujetos conscientemente asumen la tarea de ponerse racionalmente de acuerdo para decidir el porvenir de la comunidad. La sociedad deja de ser algo dado -ya sea por los designios de la Iglesia o de la oligarquía-, puesto que se admite que ésta puede ser construida y modificada en función de lo que se considera como deseado. Emerge así una demanda por establecer nuevas representaciones de la sociedad, cuestión que fue asumida fundamentalmente por el poder político.



En la actualidad es un hecho que tanto la religión como la política han perdido fuerza para definir un nosotros colectivo. De tal manera, cabe preguntarse por los sustitutos de aquellas plazas de antaño, es decir, por los lugares donde los sujetos tienen la posibilidad de reconocerse como miembros de una misma comunidad. Para responder esta incógnita, partimos del supuesto que los malls y la televisión son sitios particularmente relevantes para analizar las formas actuales de construcción del orden social. Tanto los centros comerciales como la pantalla chica tienen la característica de ser ámbitos de experiencia de sociedad. Allí se propicia la reunión de sujetos y, por lo tanto, emergen así públicos que directa o indirectamente se observan entre ellos.



En el caso del mall esto es evidente, ya que en él acaece un contacto físico entre las personas. Es posible mirarse, reunirse y dialogar con otros, de manera que el centro comercial se erige como un lugar donde una comunidad de sujetos tiene la capacidad de reconocerse. No en vano, los malls se autodenominan como parques y plazas, lo que denota cómo ellos intentan recuperar del inconsciente colectivo los modos de encuentro inherentes a la modernidad.



El caso de la televisión es un tanto diferente. A primera vista ella no propicia un contacto directo entre los sujetos, aunque sí logra conformar una conjunción de personas que simultáneamente observan lo mismo. Se trata entonces de una suerte de comunidad virtual que se puede reconocer a sí misma en la cualidad de haber visto algo en común.



La importancia social del mall y de la televisión no sólo radica en su capacidad de reunir a públicos, sino que también en su facultad de brindar elementos que posibilitan la construcción de identidades individuales y colectivas. Si bien las identidades de origen están determinadas por rasgos socioculturales de difícil transformación -edad, género, nacionalidad, nivel socioeconómico, etc.-, cada vez más las personas tienen la posibilidad de ir interpretando y redefiniendo sus imágenes propias en función de los signos y símbolos a los cuales acceden. Detrás de la compra en un mall existe la selección de un lugar y de un producto. Ambas decisiones dicen algo del sujeto, algo que consciente o inconscientemente es percibido por los miembros de la sociedad. Asimismo, ser telespectador de un programa determinado permite encontrarse con un sinnúmero de personas que comparten esta opción. Teleseries, noticieros y programas juveniles abren campos de conversación para que los sujetos puedan ir delimitando e incluso reafirmando sus identidades.



De tal manera, puede pensarse que en la actualidad las personas pueden sentirse parte de la sociedad en la medida que asisten al mall y ven televisión. El punto es que estas nuevas plazas apelan a los sujetos más en su condición de consumidores que de ciudadanos. La implicancia de esto es que los miembros de la comunidad se constituyen como tales más como espectadores que como actores. Cuando se asiste al mall o se observa televisión, la injerencia que tienen los sujetos en la definición de lo que se considera lo deseado, es absolutamente secundaria. A través de estudios de mercado -encuestas, rating, focus group, etc.- quienes administran la televisión y los centros comerciales ‘escuchan las demandas de la población’ y crean nuevas ofertas para la comunidad. ¿Dónde queda entonces la capacidad de acción de las personas?

El concepto de ciudadanía hace referencia a la constitución de un sujeto que no sólo tiene la facultad para desarrollarse de forma autónoma, sino que también tiene la capacidad de incidir en el tipo de sociedad en que vive. Históricamente ha sido el voto el mecanismo privilegiado mediante el cual los sujetos ejercen su condición de ciudadanos, ya que así se delega el poder propio en aquellos representantes políticos que mejor encarnan el modelo de sociedad al cual se aspira. Ahora bien, para que el ciudadano se constituya como tal se requiere de un espacio donde la sociedad no sólo pueda verse a sí misma, sino que también debata sobre su desarrollo. En otras palabras: Si no se cuenta con una imagen del objeto sobre el cual se quiere intervenir -la sociedad-, difícilmente los ciudadanos -el demos- podrán constituirse y reivindicar su capacidad de acción.



A modo de resumen puede plantearse que en nuestros días las plazas siguen existiendo, pero ha cambiado su fisonomía de forma radical. La televisión y el mall permiten el encuentro entre consumidores, pero no necesariamente dan pie a la constitución de un espacio donde ciudadanos debatan sobre el orden social que tenemos y deseamos. Estas nuevas plazas sirven más bien para que las personas conversen sobre lo que se compra o se observa, pero no para que los sujetos conjuntamente vayan generando opiniones y deliberaciones sobre la vida en comunidad.





*Cristóbal Rovira K. es sociólogo del Equipo de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, cristobal.rovira@undp.org).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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