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Violencia contra la mujer: Te doy mis ojos


«Se entenderá que la violencia contra la mujer abarca los siguientes actos, aunque sin limitarse a ellos:



a)La violencia física, sexual y sicológica que se produzca en la familia, incluídos los malos tratos, el abuso sexual de las niñas en el hogar, la violencia relacionada con la dote, la violación por el marido, la mutilación genital femenina y otras prácticas tradicionales nocivas para la mujer, los actos de violencia perpetrados por otros miembros de la familia y la violencia relacionada con la explotación;



b)La violencia física, sexual y sicológica perpetrada dentro de la comunidad en general, inclusive la violación, el abuso sexual, el acoso y la intimidación sexuales en el trabajo, en instituciones educacionales y en otros lugares, la trata de mujeres y la prostitución forzada;



c)La violencia física, sexual y sicológica perpetrada o tolerada por el Estado.



(Art.2 de la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer. Asamblea General de la ONU, 20 Diciembre 1993)






La violencia doméstica es un fenómeno mundial. Miles de mujeres de todas la clases sociales la sufren en silencio, sin atreverse a denunciar la propia pareja y a pedir a la Justicia que sea castigado.



Seguramente, la directora de cine Icíar Bollaín conversó con muchas mujeres que han sufrido violenza intrafamiliar, mientras pensaba al sujeto de su película «Te doy mis ojos». En una entrevista ella se refiriň a la mujer que le dijo «no hay que dar los ojos, hay que abrirlos».



Efectivamente, la protagonista de la película desarrolla un proceso de maduración que va desde el miedo, la angustia, hasta el descubrimiento de sí misma y de sus posibilidades. Ella camina a veces con pantuflas, otras con zapatos, se mueve entre mil contradicciones; da dos pasos adelante y uno hacia atrás, el miedo la domina y la immobiliza, no entiende cómo puede ser posible que el hombre que la ama, que la acaricia, al cual en los momentos de pasión da cada parte de su cuerpo, la golpee, la maltrate.



Icíar Bollaín nos introduce con elegancia y realismo en el mundo de la violenza en el hogar. La protagonista camina, crece delante de nosotros, la vemos en su casa mientras espera asustada la llegada del marido. Ya desde el comienzo se abre la posibilidad de que ella, un buen día, pueda dejar el lugar donde su «amado» la maltrata… La casa es el lugar de la violencia, del amor, es el nido de su hijo.



El mundo que la rodea y que le sugiere una existencia diversa está formado por su hermana, sus compañeras de trabajo y su madre, que no es capaz de ayudarla porque permanece anclada a una visión estática, tradicional de la mujer como persona que soporta la violencia esperando que el hombre cambie.



Las otras mujeres representan experiencias de vida distintas. Enfrentan los acontecimientos con sentido del humorismo. Sabrán apoyar a la protagonista en el momento de mayor dificultad. La hermana es una figura sólida, crítica, capaz de ayudarla a plantearse los problemas de su relación con un hombre violento y a tomar las decisiones que le puedan abrir el camino hacia la independencia y la libertad.



Un buen día el mundo del arte abre sus puertas a esta mujer maltratada. Ella comienza a trabajar explicando algunas pinturas a las personas que visitan el museo. Se transforma, cada vez es más hermosa, se parece a las musas de los cuadros que comenta; sus palabras encantan a las personas que la escuchan, creando una magía incomparable, un rayo de luz ilumina su belleza y su interioridad… En la oscuridad de la sala, escondido entre los presentes, descubrimos a su marido que ha venido a controlarla.
La figura masculina está bien delineada en sus contradicciones y problemas, es un hombre violento que trata de superar su condición. Manifiesta su deseo de cambiar, asiste a una terapia de grupo, pero al final no es capaz de renunciar al uso de la violencia. La última vez coincide con su deseo de destruir el mundo que su esposa está construyendo para sí misma. Es el momento más violento de la película: le rasga la ropa, la expone semi desnuda en el balcón de su casa, después la deja entrar, es él quien manda, quien decide lo que se debe hacer…



En este sentido, pareciera que si queremos superar el problema de la violencia doméstica es necesario que también los hombres asuman sus responsabilidades, que el Estado asuma la suya en lo que se refiere a la prevención (campañas de educación a la igualdad entre los sexos), al juicio y castigo de los agresores (la impunidad garantiza que la violencia siga siendo practicada), a la promulgación de leyes que no discriminen a la mujer: la violencia intrafamiliar debería ser considerada un delito y no una falta, y como tal incorporarla a los códigos pertinentes, para así poder castigar como corresponde a los agresores. Recordemos que la violencia se alimenta de la discriminación de la mujer que existe todavía en muchas sociedades y contribuye a perpetuarla.



Los Estados que han ratificado la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (Cedaw), entrada en vigor en 1981, deben sentirse obligados a respetarla y adecuar la propia legislación a los estándares internacionales en esta materia. El Estado debe elaborar mecanismos de protección de las mujeres que sufren la violencia intrafamiliar, acogerlas en el momento en que se deciden a denunciar a sus agresores, con medidas concretas de ayuda a la víctima (casas donde acogerlas, ayuda económica para ella y sus hijos etc.) y con el alejamiento y el castigo del agresor.



El Estado debe dar una preparación adecuada a sus funcionarios que entran en contacto con las víctimas de la violencia doméstica. Es necesario el trabajo conjunto de la policia, médicos, abogados, sicólogos, asistentes sociales etc. La sociedad entera debe comprometerse para poder dar respuestas idóneas al problema.



La lucha y la solidaridad de las organizaciones de las mujeres es insustituible para cambiar la situación y para ayudar a las víctimas de la violencia en el hogar.



La protagonista vive el momento de mayor violencia en toda su intensidad, con desesperación y, al mismo tiempo, como un momento de síntesis y de lucidez que le permitirá dar el salto de calidad que cambiará su vida.



Con el apoyo de otras mujeres elije su camino. Más bien sigue adelante por aquél que había pensado mucho tiempo atrás…
Abandona el lugar de la violencia y su marido.





*Gina Gatti es doctora en Filosofía y master en Derechos Humanos y Asistencia Humanitaria de la Universidad de Bolonia (Italia).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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