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Inseguridad en las carreteras: catástrofe mundial

Alrededor de 1,2 millones de personas pierden cada año la vida en un accidente de circulación, y entre 20 y 50 millones de personas salen heridas o mutiladas.


La inseguridad en las carreteras es una sangrienta tragedia familiar en todas partes. Alrededor de 1,2 millones de personas pierden cada año la vida en un accidente de circulación, y entre 20 y 50 millones de personas salen heridas o mutiladas.



Durante largo tiempo, esta catástrofe ha sido archivada de «manera discreta», por las autoridades públicas, como si fuera una ineludible fatalidad impuesta por la modernidad, o debiera ser remitida sólo a la responsabilidad individual. En realidad, es un problema público, y existen medidas de prevención altamente eficaces y conocidas por todos. La razón de fondo de no aplicarlas siempre estriba en las insuficiencias presupuestarias, o en el deseo no entorpecer con costos adicionales el mercado.

Sin embargo, la gravedad del tema obliga a considerarlo como un drama sanitario de primer orden, de la misma manera que el cáncer o las enfermedades cardiovasculares. Figura en el segundo lugar entre las causas de mortalidad entre los 5 y 14 años, (detrás de las enfermedades infantiles) y entre los 15 y 29 años, inmediatamente después del SIDA. En el tercer lugar como causa de muerte entre los 30 y 44 años, detrás del SIDA y la tuberculosis. Y se asegura que hacia el año 2020 pasará del lugar 11 al 6 como causa de mortalidad mundial.



Elevar la seguridad en las rutas se transforma en una «prioridad de desarrollo mundial», tanto por razones humanitarias como económicas. La carretera mata todos los días 3000 personas, y al año deja heridas el equivalente humano de la población de las 5 ciudades más grandes del planeta. El «pago» global de este tributo es repartido de manera inequitativa, al igual que el resto de las calamidades públicas, entre los países. El 90% de las víctimas viven en los países pobres, donde la mortalidad en las carreteras es muy superior a los estados desarrollados. Por ejemplo, la tasa de muertos por 100 mil habitantes es de 27 en Vietnam (donde existen pocos vehículos per cápita), y de 5,3 en Gran Bretaña. Esa diferencia, que se repite en todas partes, permite explicar una tasa mundial de 19 por cada 100 mil.

Se prevé que esa brecha se agravará en el futuro. Mientras las políticas adoptadas en los países desarrollados harán caer el 30% de mortalidad en el curso de los próximos veinte años, las regiones más pobres verán incrementarse sus accidentes en un 80%, debido al aumento del número de desplazamientos, el mal estado de las carreteras, la no observación de las reglas de seguridad y la insuficiencia de la organización de socorros. Con efectos desastrosos sobre los «usuarios vulnerables de la ruta», es decir, peatones, ciclistas y motociclistas.

A Chile le cuesta imponer el mínimo de reglamentación y de dispositivos materiales para contener esta verdadera masacre. Todavía cuesta aceptar el consumo el alcohol o el sueño matan, y que el cinturón de seguridad protege. Y, en general, el país es renuente a abordar de manera firme, la difusión de una cultura de la seguridad en la carretera, usando todos sus medios, desde las administraciones viales hasta los comercializadores de vehículos, la prensa y la policía.



De partida se hace necesario poner en marcha un sistema de recolección de información y difusión sobre los accidentes, que permita aprender lecciones y cifrar objetivos de disminución, para aplicar todas las estrategias que permiten disminuir los riesgos: Desarrollo del transporte público; disociación de circulación de peatones, bicicletas y autos; otorgamiento de licencias de conducir progresivas; elementos de disminución de velocidad en zonas de peligro; encendido de luces durante el día para automóviles, limitadores de velocidad en los vehículos pesados; multiplicación de controles sorpresivos de alcoholemia; alarma de los cinturones de seguridad. Esta señal sonora, por ejemplo, se estima puede aumentar a un 97% la utilización de cinturones y contribuir a reducir en un 20% la cantidad de muertos.



En los países desarrollados las medidas de prevención son extremas. En Suecia existen dos fabricantes de camiones que han incorporado un analizador de aliento, que impide que el camión se ponga en marcha cuando percibe el olor a alcohol. También empiezan a ser generalizados los sistemas de estabilización electrónica que tienen los autos de lujo, para mantener la estabilidad del vehículo en condiciones atmosféricas adversas y prevenir la pérdida de control sobre las carreteras mojadas.



Sin embargo, ninguna medida será eficiente sin la educación de las personas. Desde su formación en el colegio, para que aprendan la legislación y el principio de responsabilidad cuando se conduce un vehículo, hasta su adultez, con exámenes de suficiencia periódicos. En países como Chile, ello, junto al mejoramiento de la legislación, su efectiva aplicación y un buen mantenimiento de caminos, reduciría en más de un tercio los accidentes graves y mortales.



*Michel Cristiny es experto en transporte y seguridad vial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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