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América Latina y su voluntad de ser


La democracia chilena ha realizado una exitosa política internacional que le ha llevado a firmar tratados de libre comercio con Estados Unidos y Corea del Sur, junto con acuerdos soberanos con la Unión Europea. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional nos ponen como ejemplo de un país subdesarrollado que maneja con responsabilidad sus cuentas fiscales. Pagamos la deuda externa rigurosamente, privatizamos buena parte de nuestras empresas estatales, desregulamos y flexibilizamos mercados laborales y financieros junto con abrir exitosamente nuestra economía nacional. Estamos entre los diez países más liberales del mundo, incluso desplazando a Estados Unidos. Tenemos los índices de corrupción más bajos de América Latina. Hemos elegido consecutivamente tres presidentes de una misma coalición de gobierno. Habiendo reducido la pobreza a la mitad nos distanciamos de una América Latina en la cual más del 41% de sus habitantes son pobres. Eso sí, junto con Brasil y Colombia somos uno de los países más desiguales del mundo.

Sin embargo, nuestros países vecinos no nos miran con simpatía. Quizás nos ha afectado la arrogancia del «nuevo rico» en el que nos hemos convertido. Dicen que resultamos insoportables cuando ostentamos nuestras inversiones privadas en Lima, La Paz o Buenos Aires. Otros afirman que la forma como tratamos a peruanos y bolivianos asentados en Chile no es de las mejores. El incidente de los dos jóvenes «pintores» en el Cuzco ha abierto un nuevo flanco. No nos favorece tampoco el que el FMI nos ponga como ejemplo para recetar a nuestros vecinos duras políticas de ajuste económico. Por todo lo anterior se requiere de una nueva política exterior que nos acerque a nuestros vecinos. No sólo porque no tendremos paz si ellos no la quieren. Además no habrá progreso económico sustentable en Chile con una región en llamas. Eso lo sabían bien don Bernardo O’Higgins y don Antonio Varas. Por eso la candidatura de nuestro Ministro del Interior al sillón de la OEA puede ser el inicio de una nueva etapa de la relación de Chile con América Latina.

América Latina puede más. Ella, como lo recuerda Arturo Uslar Pietri, fue clave para el inicio de la edad moderna. De nuestras tierras vino la papa, que alimentó a un Europa que hasta su llegada sufría de hambrunas que la diezmaban cada diez años. De nuestra América, vino el tomate, cacao y el tabaco. De Bolivia y Perú vino mucho oro y mucha plata, a tal punto que el río por donde se la llevaba a España se llamó Río de la Plata. Por el contrario, la vida en Europa hasta el siglo XV fue una vida espantosa pues epidemias, hambrunas y guerras exterminaban su población. Por ello la teología católica hablaba que este era un «valle de lágrimas». El consuelo sólo vendría tras el juicio final en la vuelta de nuestro Señor Jesucristo en Gloria y Majestad. Por mientras podíamos anticipar gozosos tan sobrenatural futuro releyendo lo que era el Jardín del Edén, antes del pecado original.

Todo ello cambió con la primera carta que envió Cristóbal Colon. Arturo Uslar Pietri recuerda que éste, tras cuatro días de tormenta y temiendo naufragar, lanza al mar una botella en la que describía lo que había visto. Colón dice que encontró a los habitantes de esos territorios que andaban todos desnudos, hombres y mujeres. Es decir, nuestros antepasados americanos y al igual que Adán y Eva, vivían en un estado de inocencia primitiva. Luego, añadía, que no tienen hierro, ni acero, ni armas. «No tienen otras armas salvo las de las cañas». Nada pues de esos horrorosos artefactos de guerra que mataban a distancia destrozando cuerpos humanos. Respecto de la propiedad privada, la codicia y la avaricia Colon escribe cosas que sorprenden a sus contemporáneos tan amantes del dinero y del oro: «Son tanto sin engaño, y tan liberales de lo que tienen que no lo creería sino el que lo viera» (…) (…) «Muestran tanto amor que darían los corazones» (…) (…) «No he podido comprender si tienen bienes propios, pues me pareció ver que aquello que uno tenía todos compartían».

Un joven inglés llamado Tomás Moro leyó esta carta y se inspiró escribiendo Utopía. A partir de este punto Europa comenzó a soñar en un mundo distinto. Los hombres y las mujeres podían ser libres e iguales en dignidad y derechos. La felicidad era posible en este mundo. Mal que mal la riqueza aportada por el Nuevo Mundo generó las bases del capitalismo. El año 2003 Argentina exportó carne, soya y trigo en cantidad suficiente para alimentar a 330 millones de personas. ¿Es necesario que hable de la riqueza diamantina de Brasil, de la cultura portentosa de México o del aporte de los pueblos originarios como son Aztecas, Mayas e Incas? ¿No se acaba de descubrir en el norte del Perú una nueva civilización que construyó pirámides y ciudades que nada tienen que envidiar a las egipcias?.

Por eso el sueño de Simón Bolívar debe ser actualizado por una nueva generación de políticos chilenos y latinoamericanos. Desde el destierro en la Jamaica de 1815 escribe: «Yo deseo más que otro alguno ver formarse en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y su gloria».



Sergio Micco Aguayo, Centro de Estudios para el Desarrollo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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