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Editorial: La política vecinal de Chile


Aparece como insuficiente la explicación que los incordios diplomáticos en que se ve envuelto Chile con sus vecinos tienen su raíz en visiones interesadas de éstos destinadas a obtener ventajas en su política interna, aumentando artificialmente la dimensión de las dificultades. No se puede negar que eso existe, y con manifestaciones persistentes en Bolivia y Perú en los últimos años, pero no está ahí el origen del problema.



Esas limitadas explicaciones pueden darse, precisamente, porque existen hechos reales que luego son magnificados, distorsionados o instrumentalizados. Y nuestras autoridades han sido lentas en asumir y reconocer que parte de ellos -incidentes más o menos pequeños, errores o descuidos- son directa responsabilidad de funcionarios chilenos, políticos o de carrera.



Lo grave es que su repetición constante contribuye a dar verosimilitud y plausibilidad a las críticas de que Chile se muestra desaprensivo en sus obligaciones con sus pares regionales o sus vecinos, excepto cuando se trata de diplomacia económica o comercio. Que manifiesta una baja adhesión por la cooperación internacional horizontal y que de manera injustificada en años anteriores inició una carrera armamentista en la región.



El reciente incidente en torno a la venta de pertrechos militares a Ecuador demuestra que el país se ubica peligrosamente en una pendiente de baja credibilidad regional, pese a la oportuna respuesta de las autoridades nacionales. Porque igual queda flotando la duda de si hubo otra operación fuera de los hechos explicados, y persiste la sensación de que Chile sigue apostando en su política exterior a la debilidad de sus vecinos.



Las declaraciones del Canciller Ignacio Walker en torno a la reforma de la Cancillería, y su énfasis en que se ampliarán las misiones para funcionarios de carrera y se profundizará la diplomacia económica, reafirman la percepción anterior. Y de manera injusta hacen aparecer todo como responsabilidad de la política, cuando en más de una oportunidad ella ha sido una víctima de la ineficiencia de los profesionales. Es precisamente la conjugación de una Cancillería tradicional y de baja calidad técnica, con una conducción política de baja experiencia e imbuida de un libremercadismo casi ramplón, lo que favorece la serie de incidentes de que damos cuenta. Sin descartar por cierto los aportes creativos de los procedimientos militares que, sin el control necesario de las autoridades políticas, porque no existen normas o simplemente no se ejercen, complican de tanto en tanto a nuestra diplomacia.



Chile no solo carece de un ámbito de pensamiento estratégico que permeabilice y oriente sus percepciones, especialmente de sus dirigentes políticos y sus elites culturales, acerca de su entorno vecinal. Carece también de fuentes de información y claves de interpretación propios acerca de los hechos de la política, la sociedad y la cultura de sus vecinos, que le permitan medir o contrastar su real inversión diplomática versus lo que efectivamente necesita. La tremenda complejidad cultural de Perú o Bolivia son vistas como algo exótico o lejano, y las conductas políticas de sus habitantes son atribuidas a resentimientos o, simplemente, no se las entiende.



Ello no sólo es un rezago del pasado, parcialmente explicable por el atraso experimentado en materia de política exterior durante la dictadura, sino la expresión de una ceguera más permanente que toca también profundamente a los gobiernos de la Concertación. Especialmente porque la actual inserción internacional de Chile, además de una atmósfera permanente de paz y cooperación, requiere de un "hinterland productivo» que el país no posee de manera natural, y que debe ser suplido con cooperación e integración física efectivas con sus vecinos. Lo cual es indispensable incluso en el evento que la solución de sus problemas de seguridad energética se lograra por medios extra vecinales.



La reforma que la Cancillería chilena precisa es todo lo contrario a lo anunciado por el Canciller. Pues lo que realmente se necesita es mejorar la percepción política de un aparato anquilosado por los años, el formalismo y la poca eficiencia funcionaria.





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