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Editorial: Mar para Bolivia


Chile requiere redefinir el alcance de sus intereses nacionales en la región, particularmente con sus vecinos. De ese ejercicio debiera salir la decisión de entregar una salida al mar para Bolivia, en un acto que no exprese otra cosa que la voluntad soberana de contribuir a la creación de un entorno de armonía y estabilidad en Sudamérica.



Hace varios años que, según evoluciona la coyuntura política en Bolivia, aparece o desaparece en la agenda del país altiplánico el tema del suministro de gas a cambio de una salida soberana al mar. La última referencia corresponde al recientemente electo Presidente, Evo Morales, quien declaró estar dispuesto a considerar el tema.



Es posible que este trueque, tanto en Bolivia como en Chile, a muchos les parezca una solución práctica y viable. Pero una mirada sobre los elementos políticos y culturales involucrados en una decisión de esta naturaleza, y que deben mantenerse bajo control, llaman a la cautela. Contrariamente a lo que ocurriría si Chile toma una iniciativa basada en su voluntad unilateral y adelanta una solución, lo que sería algo inédito y un vuelco en la materia.



Chile ha sostenido reiteradamente la intangibilidad de los tratados y ha construido una posición jurídica sólida en materia marítima desde el punto de vista del derecho internacional. Sin embargo, no se puede negar, al mismo tiempo, que tal postura es estática y reactiva, e inmovilizadora diplomáticamente.



Chile requiere de la energía del gas y Bolivia considera que el mar es parte de su horizonte de desarrollo. Cada uno de estos temas, en su medida, corresponde a un asunto de interés nacional en ambos países. Pero son de entidad distinta, y expresan emociones y valores sociales diferentes. Hay que captarlo y no ponerlos en una misma balanza. Por lo mismo, sostener la solución de un tema de soberanía e interés nacional sobre un modelo de negocios -gas por mar- no tiene, bajo ninguna circunstancia, garantizada una vida larga y estable.



En Bolivia está en curso un proceso político que ha puesto por primera vez a la mayoría indígena de ese país al frente del Gobierno. En «condiciones de descolonizar el Estado y administrar de manera incluyente sus instituciones», señala el electo Vicepresidente de la República, Alvaro García Linera. La emergencia de este poder nuevo, el nacionalismo aymara, tiene una visión integradora de la modernidad del país, concibiéndola como el resultado de la fusión entre las fuerzas culturales vernáculas del campesinado indígena, las capas medias ilustradas y de servicios, y sectores del capitalismo avanzado, entre los que se cuentan los hidrocarburos.



Esta propuesta ve a Bolivia como una República Comunitaria, y tiene una alta legitimidad social, pero precisa validar su visión del Estado y del Gobierno para transformarla en estabilidad política. Un negocio con Chile a partir del gas dificulta esa tarea o, al menos, introduce un elemento de distorsión de difícil manejo.



Por su parte, no cabe duda que la energía es parte central del interés nacional de Chile para los próximos años, y que en determinadas circunstancias, la solución de sus problemas podría estar disponible en el gas boliviano. Pero parte sustancial de ese interés está vinculado a otro previo, cual es la estabilidad institucional del entorno vecinal, y la consolidación de gobiernos democráticos de alta legitimidad social y política, que permitan que las relaciones y los acuerdos entre países fluyan de manera normal y provechosa para todas las partes.



Es claro que la voluntad expresa de otorgar una salida al mar para Bolivia, debería entrar en una fase de consultas diplomáticas, estudios y negociaciones, naturales cuando un país soberano decide usar su soberanía para autolimitarse por su propia voluntad frente a otro. Y por lo tanto, abre un cauce de mediano o largo alcance.



Pero hacer la propuesta pondría a nuestro país a la cabeza de las iniciativas de estabilización democrática en la región. Ello daría, además, un aire renovado a nuestra política vecinal y a la consecución de nuestros intereses nacionales, más allá de cualquier especulación geopolítica o de simples expectativas económicas.



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