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Cambio en el escenario político

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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En las interpretaciones sobre el triunfo de Michelle Bachelet no pueden pasarse por alto tres hechos fundamentales que marcarán de manera importante el escenario político de los próximos años. La plena normalidad democrática que vive el país, el carácter eminentemente ciudadano de la candidatura de Bachelet, y la enorme fuerza electoral que mantiene la derecha, pese a su baja convicción democrática.

Respecto del primer rasgo, ésta es la primera elección después de recuperada la democracia cuyo curso no estuvo dominado por la vieja polaridad dictadura-democracia. Por el contrario, los debates se centraron en los significados institucionales de temas como el dinero y la política, la transparencia pública, la pobreza y la desprotección social y ambiental que produce el modelo económico vigente.

Ello se ve subrayado por dos elementos que implican cambios de fondo en la cultura política chilena. En primer lugar, que la Presidente sea una mujer, y no cualquier mujer, sino una que encarna valores de modernidad e independencia, entre los que se cuenta una historia personal probada de compromiso social y valores laicos. Y luego, que su propuesta haya revertido la tendencia tradicional de los candidatos presidenciales de izquierda de perder entre el electorado femenino. La candidata ganó por porcentajes casi iguales entre hombres y mujeres.

Un segundo rasgo del escenario es que la candidatura de Michelle Bachelet es producto casi íntegro de la voluntad ciudadana. Ella fue ungida por la ciudadanía, y apareció prácticamente como una corredora libre (free rider) desvinculada del cerrado núcleo dirigente de la política chilena. Es efectivo que su partido rápidamente captó el potencial de su liderazgo, pero lo que efectivamente desbancó a sus rivales en la Concertación, fue su enorme aceptación en la opinión pública. Esto es absolutamente inédito en los dieciséis años de democracia, y debe tenerse en cuenta como una tendencia ciudadana que puede hacer más volátiles las adhesiones electorales y redefinir el papel de los partidos políticos.

El tercer rasgo es la gran capacidad electoral de la derecha, pero que se mantiene vinculada de manera casi indisoluble a una esterilidad endémica para transformarse efectivamente en mayoría política. A pocas horas del triunfo ya era evidente la vuelta al tono amenazante de sus dirigentes, y el enfrentamiento entre su corriente más liberal y la dura para disputarse el liderazgo del sector. Pablo Longueira, anunciando su candidatura presidencial, también esbozó un juego de oposición dura. Incluso con una alusión clara a plantear escenarios de ilegitimidad por intervención gubernamental en el futuro, lo que más tarde fue apoyado por el senador cuasidesignado Andrés Allamand. Todo mientras Piñera trata de volver a su discurso original bajo el supuesto de que sus opciones están en un centro político que haga el péndulo hacia la derecha.

Lo que queda claro de este escenario es que la plena normalidad democrática, y el valor de lo ciudadano incluye también juego político rudo por parte de un sector de la derecha que no es capaz de desvincularse de su ethos autoritario, y cuya línea de flotación democrática es muy baja. Su virulencia y su guerra anunciada los llevará a atacar sin cuartel a Ricardo Lagos en sus días finales en la Presidencia, y dejar al nuevo gobierno sin período de gracia, empezando por temas de corrupción y transparencia. Nadie dijo que la normalidad democrática era el Jardín del Edén.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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