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La mujer al servicio de Chile


Hace algunos días, la Academia Diplomática «Andrés Bello», cuna de la diplomacia chilena y uno de los primeros centros formadores de profesionales del Servicio Exterior en el continente americano, inició su presente año académico recibiendo en sus aulas al primer curso compuesto mayoritariamente por mujeres. Junto a sus cuatro compañeros, estas seis jóvenes fueron rigurosamente seleccionadas desde un pool de postulantes superior a los 200, aprobando con éxito diversos exámenes escritos, orales y de carácter psicológico.



Con el ingreso de un contingente mayoritariamente femenino, unido a un esquema moderno de gestión de recursos humanos planteado por nuestra Presidenta en orden a abrir espacios de igualdad de género en todo el quehacer social, económico y cultural de la República, se refuerza la necesidad de abordar con decisión y en un plazo prudente, todos aquellos temas vinculados a la mujer y a la familia que forman parte hoy de la nutrida agenda de reivindicaciones informadas a sucesivos gobiernos de la Concertación y parlamentarios de todas las corrientes políticas por parte de la Asociación de Diplomáticos de Carrera, ADICA, entidad cuyo Directorio es fruto de un proceso electoral democrático, en el cual participan más de 400 funcionarios, en porcentaje, más de 90% del total de los integrantes del Servicio Exterior.



Porque tal como lo hizo Ignacio Walker antes de entregar su cargo al hoy ministro Alejandro Foxley, en el sentido de liderar un arduo trabajo de análisis y discusión en torno a las cualidades administrativas y operativas que debería tener una Cancillería de un país de tamaño mediano, activo y pujante en diversos campos en el concierto internacional, también se hace necesario velar por el presente y futuro de funcionarios públicos. Porque ellos, al estar en la primera línea de acción diplomática de nuestro país, están insertos en un mundo profesional totalmente ajeno a lo que fue -especialmente en lo que se refiere a la vida en pareja y en familia- en los tiempos cuando por ejemplo ingresó mi padre a un servicio que hoy necesita contar con recursos humanos formados, probados y experimentados, como así también capaces de adaptarse rápidamente a los diversos vaivenes que se le presentan a Chile en el campo bilateral y multilateral, sin preocuparse de los yugos que se están haciendo cada vez más notorios en nuestros hogares.



No resulta en estos precisos momentos fácil en lo familiar ni atractivo en lo económico para una mujer integrarse a la carrera diplomática, si acaso también tiene en su horizonte casarse y proyectar una vida marital normal y a la vez plena de satisfacciones con su pareja. Actualmente, la discriminación a la mujer en el Servicio no proviene de sus pares en la carrera sino que del propio sistema, al no reconocer éste -por ejemplo- su legítimo derecho de percibir asignación familiar ya que la norma no permite ser aplicada cuando es un varón el «cónyuge».



Tampoco resulta atractivo hoy para muchos funcionarios con hijos en edad adolescente salir destinados a países que están ubicados fuera del continente americano, pues estamos viendo que varios de sus hijos -especialmente aquellos que están experimentando las sensaciones asociadas a un pololeo en el presente siglo o que han logrado formar redes de amigos potentes en sus colegios o barrios- optan por quedarse en Chile, en lugar de acompañar a su núcleo familiar al exterior. Llámese peer pressure o las ganas de no mudarse continuamente de país, pero ciertamente se trata aún de un comportamiento en etapa prematura, pero a medida que avanzan los años y los cambios generacionales en el Servicio, éste se notará aún más. ¿Acaso es ése el modelo de familia que debemos plantearle a quienes hoy toman sus primeros pasos en el Servicio Exterior?



Ahora bien, aunque Chile ha firmado varios convenios con países amigos que facilitan a las(os) cónyuges de nuestros diplomáticos poder trabajar en instancias que sus parejas se encuentran representando al país, estos acuerdos son más bien la excepción si contamos cuántos de ellos tenemos rubricados y aprobados con el número de países en donde se encuentra ubicada una Embajada o Consulado. Lo anterior implica que decenas de hombres y mujeres profesionales chilenas deben sacrificar sus mejores años productivos, con las consiguientes pérdidas económicas jamás evaluadas, por el hecho de estar impedidos de trabajar y percibir remuneración alguna al estar casados con funcionarios diplomáticos cuando se encuentran en el extranjero, creando así condiciones favorables para el advenimiento de cuadros de depresión por la rutina, la dificultad de comunicación -especialmente en países cuyos habitantes no manejan el inglés o el castellano- y del reconocimiento e incentivos que son requeridos por cualquiera que haya dedicado años de esfuerzo para lograr algún título. ¿Acaso no es ya gratificante comprarse algo planificado hace mucho tiempo o un regalo para un ser querido con un sueldo percibido por uno mismo?



Porque no se debiera pensar que estos cuadros son vencidos por cursos varios de cocina, música, arte o idiomas financiados íntegramente por dicha familia o a través de una vida social más activa, algo difícil de manejar a consecuencia del sostenido deterioro de las remuneraciones que se le cancela al diplomático chileno producto de la variación del mercado cambiario internacional. El último reajuste del costo de vida fue en 2004 y el monto cancelado por concepto de cargas familiares data – según ADICA – de la década de los sesenta.



Una solución ingeniosa para aliviar – en parte – el detrimento económico al cual son sujetos los (as) cónyuges de quienes forman parte del Servicio Exterior, es el pago de una asignación mensual por título a quienes postergaron el desarrollo de sus habilidades profesionales, dado que no se puede seguir confundiendo la vocación diplomática -factor fundamental para determinar la calidad y cualidades de un funcionario- con el sacrificio inútil al cual deben estar sujetos quienes deciden unirse en matrimonio con quienes han sido seleccionados para representar a Chile como diplomáticos de carrera.



Sin ser exhaustivo al momento de enumerar las falencias que se les están presentando al selecto grupo de profesionales que se han formado recientemente en la Academia Diplomática «Andrés Bello» bajo el lema «Pro Chile Loquor» (Por Chile Hablo), o proponer un abanico de soluciones, sí está orientado a incentivar una discusión entre quienes puedan influir positivamente sobre el bienestar de aquellos que tienen la responsabilidad de representar al país en el extranjero y generar por medio de su trabajo diario esos «productos» que mayores satisfacciones y beneficios les ha presentado al país en el último tiempo, sea a través de la apertura de nuevos mercados por medio de la negociación y suscripción de acuerdos de libre comercio o a través de la suscripción de proyectos de cooperación en el campo multilateral.



Los tiempos están sumamente maduros para ahondar más en torno al papel de la mujer y de la familia al servicio de Chile en el presente siglo. Dejar el tema para mañana resultaría contraproducente para quienes ingresaron a la Academia con la meta de ocupar un lugar en la historia de un país que posee una tradición diplomática de excelencia.





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*Mario Ignacio Artaza. Diplomático de carrera actualmente destinado en la República Popular China y ex vicepresidente de la Asociación de Funcionarios Diplomáticos (ADICA), periodo 2003 – 2004

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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