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En defensa de un capitalismo sin «pitutos»


Cuando el flamante gobierno de Bachelet se concentraba en las promesas para sus primeros cien días, un sector de la derecha inició una ofensiva para diluir el proyecto de ley sobre contratistas (aprobado en la Cámara de Diputados durante la campaña presidencial, como lo pidió Piñera, y ahora pendiente en el Senado) y revertir la tendencia al fortalecimiento del peso en dólares. Todo ello en nombre de las pymes, el libre mercado, el empleo y el éxito del modelo exportador.



Esos grupos de presión en verdad pretenden continuar aprovechando resquicios legales, laborales y tributarios, cuya base son «identidades legales» múltiples de una misma sociedad, la invisible madre del cordero en la oposición al proyecto sobre subcontrataciones. A la vez, procuran evitar que la baja mundial del dólar afecte a los exportadores a través de la inversión de los «excesos» de divisas en el extranjero y otras medidas. Y, de paso, dividir al gobierno y a sus parlamentarios, entre «liberales» y «populistas», para asegurar el statu quo desde el comienzo del mandato de Bachelet.



Si esos grupos logran esos objetivos, seguiremos marcando el paso «en vías de desarrollo», una repetición de nuestra histórica frustración en la materia. Entre 1960 y 2003, por ejemplo, con más milagros que crisis, nuestro PIB per cápita (en dólares ajustados por las paridades de poder adquisitivo) fue superado por Japón, Hong Kong, Singapur, España, Chipre, Portugal, Grecia, Corea, etc.. E Irlanda, que lo tenía similar al nuestro en 1960, 3.214 y 3.130, respectivamente, en 2003 casi nos cuadriplica, 37.738, mientras subíamos solamente a 10.274.



La razón no es, al menos en nuestro caso, el estatismo. Tenemos una política de libre mercado desde 1958 hasta la fecha, con algunos cortacircuitos. La verdadera causa, como en todos los países en desarrollo eterno, es el predominio de los capitalistas «apitutados», a saber, protegidos por el Estado o beneficiarios de las privatizaciones, en contraste con los competitivos como Bill Gates.



Ahora, por desgracia, de nuevo se moviliza ese lastre. El problema no son los contratistas, sino la utilización de esa forma contractual en un sentido diverso a su finalidad propia y con perjuicio ajeno. En decir, la legalización de facto de múltiples «identidades legales» para una misma empresa, con el fin de eludir la legislación en perjuicio de los trabajadores. Con el agravante de que el gobierno podría aprender y promover que las cosas son lo que son y no lo que parecen en las escrituras para el pago de impuestos o para determinar la nacionalidad de una empresa Ä„Qué horror!



El encadenamiento de control a priori e ineficaz (abogados, escrituras públicas, etc.), la elusión del derecho, la alabada viveza criolla, más el microhurto y el microtráfico, desembocan en una impresión generalizada de inseguridad y, como indican las encuestas, en la desconfianza tanto interpersonal como en jueces, funcionarios y políticos. Todo lo cual crea un déficit de capital social, aumenta exponencialmente el costo de las transacciones y obstaculiza gravemente el desarrollo.



En la baja del dólar los llorones como siempre exageran. Su cotización no es letal, como dice el presidente de los exportadores, ni justifica una paralización de inversiones, como anunció Concha y Toro. Cierto es que llegó a un máximo de $ 760 a inicios de 2003 y hoy se cotiza como en $ 515. Con todo, en los últimos 10 años, ha tenido un precio promedio de 524 pesos de hoy.



Durante ese período, sin embargo, nuestras exportaciones de alimentos, el sector que dice ser más afectado por la baja del dólar, aumentaron desde 3 mil millones de dólares, en 1996, a 6,0 en 2003, 7,1 en 2004 y 8,1 en 2005. Hoy somos el exportador número 17 del mundo de esos productos y nos ubicamos entre Argentina y Nueva Zelandia.



Si desglosamos esas exportaciones, en fruta fresca subimos en dicha década de US$ 1,3 mil millones a 2,1; en salmones, de 526 millones a 1,7 mil millones; en vinos, de 294 a 883 millones, y en productos elaborados (conservas, congelados, jugos, etc.), de 865 millones a 1,2 mil millones. De esos aumentos sectoriales, el menor en porcentaje es uno de los que necesita más inversiones: la agroindustria.



Por ello resulta mezquino tratar de aprovecharse de la situación consiguiendo, entre otras cosas, una disminución adicional de la tasa de redescuento para los exportadores. Y es una falta de visión proponer que el Estado invierta sus ingresos en dólares en una cartera de valores extranjeros, que las AFP hagan lo mismo con los salarios diferidos de los trabajadores y que nuestras empresas crezcan de preferencia fuera del país.



El tan citado Fondo noruego, con ingresos petroleros, se constituyó cuando ese país estaba desarrollado, gracias al contrapeso democrático, con inversiones y derechos sociales abundantes, y altos impuestos, dentro de una sociedad negociada e igualitaria, como todos los países nórdicos. A nosotros, «súrdicos», nos falta mucho para lograrlo y no podemos dilapidar un centavo.



Nuestra estrategia debería considerar que, si bien el cobre es reciclable con electrolisis, constituye entre el 5% y el 18% del peso de los teléfonos celulares y computadores, que no hay transformadores ni motores eléctricos sin el mineral rojo y que sus excepcionales condiciones bactericidas le reservan las redes de agua desde el tiempo de los romanos. Además, que sus láminas son un material excepcional para los pintores hiperrealistas.



Sobre esa base, los Matte podrían asociarse con Nokía, que comenzó como maderera. Los Luksic, invertir más en Madecos que en minería cuprífera. Los ingresos de Codelco invertirlos más en manufactura de cobre que en armas. Y no inhibirnos por ser un país en desarrollo para ser creativos. El Secretario de Energía norteamericano calificó a Brasil como un modelo para su país por sustituir petróleo con etanol derivado de la caña de azúcar, y la remolacha es también una fuente.



Asimismo, uno de los fundadores de la Viña Montes (que exporta el 93% de su producción) no debería declarar, como lo hizo a la revista norteamericana Food and Wine (mayo, 2006), que «eluden la cobertura de Chile» y «no tenemos necesidad real de la identidad chilena», debido a que, como lo saben los franceses desde la época de Napoleón, la «denominación de origen controlada» es indispensable para vender vinos finos.



En resumen, necesitamos empresarios que «emprendan con resolución acciones dificultosas o azarosas», y no apitutados que las emprenden con la hacienda pública y la protección estatal. Para crear el círculo virtuoso del desarrollo, nos hace falta capital de riesgo, inversiones en tecnología (en biotecnología y agroindustria, en el caso de la agricultura), bienes de capital, infraestructura, capacitación y educación. Y, a pesar de la oposición de los capitalistas apitutados, financiarlos con el aumento del capital social, comenzando por el control de la natalidad de las «identidades legales» en el proyecto sobre subcontrataciones, y la notable mejoría de nuestros términos de intercambio, es decir, de la relación entre los precios de nuestras exportaciones e importaciones.



No hacerlo, sería una irresponsabilidad histórica.



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Iván Auger. Consultor internacional.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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