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Vampiros, chupasangres y empaladores


Un fantasma parece estar recorriendo Chile. El fantasma de los vampiros y otros seres abominables y terroríficos que persisten en querer ganarse la subsistencia a costa de succionar impúdicamente la sangre del prójimo para su propio y egoísta beneficio.



Claro que de lo que se habla ahora no es del mítico chupacabras, de cuya existencia real o imaginaria nunca más se supo. Ni tampoco de esos personajes tremebundos, que envueltos en negras capas y premunidos de filosos colmillos, salen de sus sepulcros por las noches a succionar con fruición gargantas ajenas. De seres horripilantes a los que todos asociamos automáticamente con el muy famoso y temido Conde Drácula, personaje de la novela, el teatro, el cine y últimamente de la política contingente, y protagonista obligado de las pesadillas de grandes y chicos. El mismo que fuera creado por la fértil imaginación del escritor Bram Stoker, en 1897.



Si hemos de juzgar por lo que se dice, tal parece ser que las advertencias y temores apuntan en una dirección muy distinta. Sindicando a personajes no menos siniestros y temibles, los que por la descripción que se nos ofrece, suponemos que deben estar muy vivos y rozagantes, e imaginamos desplazándose no en carrozas tiradas por caballos sino en modernos y poderosos automóviles todo terreno, y enfundados no en negras capas sino en elegantes y bien cortados trajes.



Estos depredadores de ocasión, con toda seguridad, no deben vivir ni pernoctar precisamente en lúgubres cementerios. Tampoco deben temer a la luz del sol, ni gruñir aterrorizados frente a la imagen de una afilada estaca, de una bala de plata, de una cuelga de ajo o incluso de un crucifijo, pues con toda certeza estas tradicionales herramientas de defensa contra el vampirismo más tradicional no deben inspirarles precisamente miedo, sino más bien hilaridad.



Se me ocurre que en general debe tratarse de individuos de apariencia normal, y hasta si se quiere inocente. Con los cuales cualquiera podría cruzarse en la calle en lo más oscuro de la noche sin que nuestro instinto de conservación más básico nos gritara que debemos huir despavoridos de su presencia. Para evitar la atroz experiencia de ser cogoteados sin piedad ni clemencia y despojados de cuanto llevemos encima. Craso error.



Simultáneamente se nos cuenta que en los centros hospitalarios se vive una auténtica crisis de disponibilidad de sangre. Que no hay campaña de sensibilización que sea capaz de atraer a los donantes y que la situación no da para más, poniendo en grave riesgo la vida de las personas que requieren urgentes transfusiones.



La coincidencia da para pensar, y para ponerse a temblar. La sangre escasea, justo cuando se habla de vampiros y chupasangres. No quiero ni siquiera imaginar que sea posible que la súbita desaparición del plasma en los hospitales sea obra de los vampiros. Los que, según lo que se afirma, andarían pululando por doquier, dando rienda suelta a la incontenible e insaciable sed que los tortura.



O todavía peor, que los potenciales donantes de sangre hayan desaparecido del mapa, no por falta de generosidad o solidaridad con el que sufre, sino por la muy comprensible razón de que no tendrían nada que ofrecer, puesto que estarían siendo exprimidos hasta la última gota en sus lugares de trabajo, en sus casas y hasta en la propia vía pública.



Imagino que de mantenerse esta preocupación vigente en los próximos meses, lo que es altamente probable porque está ampliamente demostrado que estos seres no desaparecen así como así, es casi seguro que en la próxima celebración criolla de la importada y ridícula fiesta de Halloween, nuestros niños optaran mayoritariamente por ataviarse con un terrorífico disfraz de vampiro.



Así es que no hay que asustarse, ni menos correr a tratar de agarrar alguna estaca, si acaso la noche del próximo 31 de octubre nos vienen a golpear a nuestras puertas pequeños e inocentes émulos del Conde Drácula, reclamando por sus dulces y amenazándonos con travesuras.



Tampoco sería extraño que seamos advertidos de que en el caso de no darles las golosinas que han venido a buscar, nos expongamos a ser víctimas de novedosos y nada de graciosos trucos. Tales como subirnos unilateralmente los costos de nuestros programas de salud, alzar entre gallos y medianoche el precio de los servicios domiciliarios, esquilmarnos con los intereses de las tarjetas de todo tipo, aumentar el costo de los peajes, de los créditos bancarios, etc. Eso sin mencionar otro tipo de travesuras no menos inocentes, como mantener congelados los sueldos y salarios, no pagar las cotizaciones previsionales o impedir mediante subterfugios la sindicalización de los trabajadores.



Es de lamentar, eso sí, que para variar y como expresión de las crecientes diferencias sociales que nos agobian, algunos niños vayan a aparecer más correctamente ataviados que otros. Mientras la enorme mayoría deberán improvisar sus disfraces con lo que encuentren a mano, los menos tendrán, como siempre, la considerable ventaja de disponer de ropajes y colmillos auténticos. Y me refiero especialmente a aquellos cuyos padres tienen la fortuna de desempeñarse en labores relacionadas directamente con el vampirismo, como los bancos (de sangre) y otras entidades semejantes.



Seguramente usted no lo sabe, así es que le cuento que la leyenda del Conde Drácula está inspirada en un personaje real. Se trata de Vlad Tepes, también conocido como «El Empalador», noble rumano que vivió entre los años 1248 y 1276 y que fuera hijo de Vlad Dracul, soberano de la Región de Valaquia, antiguo principado danubiano formado por Moldavia y la actual Rumania, progenitor que fuera a su vez más conocido como «El Diablo», por su feroz crueldad y sangre fría.



Como se dice que aquello «que se hereda no se hurta», Vlad Tepes ha pasado a la historia por su apodo de Drácula, puesto que la terminación «ulea» en rumano quiere decir «hijo de». Por lo mismo, el famoso nombre se podría traducir como «Hijo del Diablo».



Incluso el apellido por el que se le conoció, también correspondió en realidad a un apodo. «Tepes» en rumano quiere decir empalador, y efectivamente el empalamiento, una atroz forma de tortura y ejecución, el mismo suplicio al que fue sometido el caudillo araucano Caupolicán, era la favorita de Drácula, quien la utilizó a diestra y siniestra contra sus enemigos turcos y húngaros, e incluso como castigo predilecto contra sus propios súbditos ante la menor falta.



Se dice que al dulce Vlad le encantaba organizar empalamientos masivos en los bosques rumanos, con los cuales hasta gustaba de formar figuras geométricas. Pero eso no era todo, pues el hombre también disfrutaba de arrancar los miembros a los condenados, cortar orejas y amputar narices, quemarlos vivos y, en general, de practicar contra ellos cuanta atrocidad pudiera imaginar en el momento.



Drácula fue un hombre cruel, implacable y despiadado. Gobernó su principado con mano de hierro y sin contemplaciones, y con una verdadera obsesión por lo que hoy llamaríamos el «orden público y la seguridad ciudadana».



Se cuenta que la población se quejaba de continuos robos, por lo que Vlad en lugar de imaginar medidas como el perfeccionamiento de los procesos penales, el endurecimiento de las leyes, la construcción de más y seguras cárceles, o el fin de la «puerta giratoria», entre otras medidas correctivas posibles, resolvió sin más trámite imponer la pena capital por empalamiento de cualquier persona hallada culpable de robo, o sobre la cual pesaran sospechas siquiera leves de culpabilidad.



Y para ser palpable la eficacia de esta medida, Vlad resolvió colocar en la plaza del pueblo vecina a su castillo una gran copa de oro para que todo el mundo bebiera de ella, y sin que a nadie se le cruzara siquiera por la mente la idea de robarla, a sabiendas del riesgo a que se exponía.



Vlad fue también, claro que a su brutal manera, un «reformador social». Así es que decidió que la pobreza de la mayoría de sus súbditos, la inactividad de unos pocos y aun la presencia de ciertas minorías, como los gitanos, debían desaparecer radicalmente. De modo que no encontró nada mejor que hacerlos asesinar en masa, luego de grandes comilonas que él mismo organizaba y tras las cuales lanzaba personalmente a las hogueras a los comensales.



Me informo que en 1976, el gobierno del dictador estalinista Nicolae Ceasescu declaró a Tepes como Héroe de la Nación Rumana, justo al cumplirse quinientos años de su muerte. Eso debe querer decir que la persistencia y acaso la admiración por este tipo de conductas sanguinarias, es todavía posible bajo distintas circunstancias políticas y sociales, sobre todo cuando se actúa bajo las premisas del miedo y de la convicción de que los humanos somos malos por naturaleza, por lo que conviene que se nos trate a patadas por adelantado.



Así es que si se siente debilitado en sus fuerzas, si lo abruma el desánimo, la impotencia y la desesperanza, y tiene sospechas de que tal fatiga del cuerpo y del espíritu bien podría deberse a la acción de vampiros que se lo están faenando, pues recurra raudo a buscar auxilio ante las autoridades, los tribunales de justicia o al propio Sernac, y haga la denuncia. Pero muy por sobre todo, preocúpese de hacer valer sus derechos por sí mismo.



Y si le pasa que se siente amenazado de empalamiento, o sospecha que ya ha sido empalado, pues vaya urgentemente donde un proctólogo. Piense en nuestro Caupolicán y saque sus conclusiones. Y considere que no se sabe que alguien que haya sobrevivido a semejante procedimiento punitivo. Aunque en una de ésas…



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Carlos Parker Almonacid. Cientista político.




















  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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