Publicidad

Por una cultura de la paz


Estaba contento el 10 diciembre, pensé: «Se cumplen 58 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos». Claro, más feliz sería si su plena vigencia se cumpliera a cabalidad, en Chile y en el mundo. Pero pasé de la felicidad al desconcierto cuando supe que había fallecido el General (R) Augusto Pinochet. Para todos fue una noticia sorpresiva, sin embargo los medios de comunicación fueron clarificando lo que había sucedido y la ciudadanía comenzó a reaccionar.



En lo personal, pasé del desconcierto a la preocupación. A medida que grupos no mayoritarios se comenzaban a expresar en las calles, ya sea porque se les moría su libertador del comunismo en Chile, o porque por fin se moría un dictador, asesino y corrupto. Puedo aceptar que haya gente que lo admire, aunque me cuesta entender la lógica de su admiración; más bien percibo de los seguidores de Pinochet un fanatismo visceral, incapaz de que se les cuestione el proceder de su líder. Por otra parte, gente que salió a celebrar la muerte del dictador. Comprendo y comparto sus razones de que fue una persona que hizo mucho daño a Chile y los chilenos, pero en lo personal nunca me he alegrado por la muerte de nadie y esta vez no es la excepción.



Más bien, comencé a reflexionar de cuán lejos estamos de una auténtica cultura de la paz. Cuando hablo de cultura, no hablo de la paz como un principio básico que nadie discute, sino practicar en nuestra vida cotidiana todas aquellas acciones que conduzcan a la paz. La paz no se impone por decreto, ni por mayoría versus minorías, ni menos por acciones armadas, sino por cultura, por convicción profunda, entre ellas no disfrutar del dolor ajeno, al contrario, respetarlo aunque estemos en desacuerdo. Sino ¿cómo podemos exigir respeto cuando alguien simbólico que nos identifique fallezca? Más profundo que eso, es trabajar por romper la convicción de que es inevitable que Chile va a tener eternamente bandos irreconciliables.



Por suerte, la visión de los inflexibles pierde terreno, igual que la de los oportunistas, y Chile se expresa no sintiéndose identificado por la intransigencia, sino tratando de entender que todos somos parte de una verdad con errores y aciertos, y que por lo tanto es necesario aprender a condenar los errores (y horrores también) y reconocer los aciertos.



Pero esta actitud no debe ser sólo en momentos simbólicos de Chile, como el triunfo del NO ó el fallecimiento de Pinochet. Debe ser justamente una cultura permanente, de todos los días que todas y todos debemos asimilar; de lo contrario, seguiremos en la lógica de los bandos, por muchas décadas, y cada uno celebrando el dolor del otro.



En lo personal siempre he condenado la dictadura militar que encabezó Pinochet, pero eso no quita que también condené públicamente el atentando en su contra en 1986, o no comparto festejar su muerte.



Creo que la gran mayoría de Chile y la humanidad ya tiene un juicio histórico muy negativo de Pinochet, lo importante es transmitir a las nuevas generaciones, una cultura de paz y no de resentimientos. Estamos de acuerdo en que nunca más se violen los derechos humanos, ni en Chile ni en ningún otro país, y esa es la enseñanza que hay que cultivar. Comprendo los dolores de las víctimas pero otra cosa es la sociedad toda, y en la cultura de la paz no hay ni triunfadores ni derrotados, lo que triunfa es justamente la paz.



____________________________________________________





Gonzalo Meza Allende. Director Consultora Opinión (www.consultoraopinion.cl).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias