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A palos con la prensa


Chile se pavonea por el mundo haciendo gala de su democracia en medio de un barrio caracterizado por los altibajos, los caudillos y las institucionalidades débiles. Muchos creen que este es un país serio, donde se respira libertad.



Esa «imagen-país» se borró de un plumazo. Durante los últimos días, hemos observado dos Chile; dos ciudadanías; dos emociones. En un escenario de odiosidades y confrontaciones, una de las situaciones vergonzosas ha sido el trato a la prensa, tanto nacional como extranjera, víctima del pinochetismo duro que salió como entre las rendijas tras la muerte del ex dictador.



Un reportero gráfico, con cámaras y varios lentes al hombro, se abría paso por la multitud pinochetista instalada frente al Hospital Militar. Una señora le gritó a la rápida «Ä„ojalá digan la verdad y no se pongan a hablar de mi general!», resumiendo el sentir de los partidarios de Pinochet frente a la prensa, a la que agredieron, insultaron y hostigaron sistemáticamente mientras duraron los actos funerarios de Pinochet.



Las imágenes de los insultos y agresiones a la prensa recorren el mundo tanto como las fotografías de Augusto Pinochet muerto, en su urna; tanto como los titulares que lo recuerdan como el dictador y el genocida que fue y no como el salvador de la patria que sus adherentes quisieran.



Su régimen clausuró diarios, revistas y radios que nunca más reaparecieron, persiguió periodistas y trabajadores de prensa y restringió brutalmente la libertad de expresión durante los 17 años que gobernó. Recuperarla ha sido dificultoso y en el camino fueron quedando medios y un pluralismo precario que se estrecha día a día.



En la tarde del domingo 10 de diciembre, las decenas de periodistas, gráficos y camarógrafos, nacionales e internacionales, apostados en las afueras del Hospital Militar tras la muerte de Pinochet recibieron botellazos, monedas y otros proyectiles de parte de los pinochetistas que lloraban a quien consideran el salvador de la patria.



Durante el lunes 11 y el martes 12, miles de seguidores del ex dictador agolpados fuera de la Escuela Militar para darle el último adiós, agredieron e insultaron a periodistas nacionales e internacionales. Tal vez el caso más brutal fue el que sufrió el equipo de la Televisión Española y su corresponsal, María José Ramundo, mientras despachaba en vivo el 11 en la noche. Fue insultada y golpeada, mientras la multitud gritaba «que se vayan los huevones». A pesar del alto resguardo policial en el sector, la profesional alega que ningún efectivo de Carabineros hizo algo para calmar los ánimos y proteger a la prensa.



La hija mayor de Augusto Pinochet, Lucía, también criticó a la prensa en el discurso que dio en el funeral de su padre por llamarlo «ex dictador»: «Hoy la prensa internacional claramente no comprenderá cómo cientos de miles de compatriotas son capaces de demostrar su agradecimiento y afecto por quien la prensa ha calificado en los peores términos y epítetos que alguien pueda proferir a un ser humano».



Tampoco fue fácil para las y los periodistas hablar de «dictador» o «dictadura», amparándose en que dichos conceptos «dividen al país», una frase que ya se ha vuelto en lugar común durante los últimos días. Es la excusa perfecta, la que ha mantenido a raya a la libertad de expresión durante la transición. División que, por más que no se nombre, subyace en nuestra sociedad aun con Pinochet muerto, llorado y cremado.



Mónica Pérez y Mauricio Bustamante (TVN) recibieron botellazos; Iván Núñez (TVN) fue golpeado. Antonio Quinteros (Canal 13) y un equipo de Chilevisión (CHV) fueron atacados. Mónica Pérez volvió a ser agredida durante el funeral, el martes 12; pinochetistas cortaron los cables de su móvil, interrumpiendo momentáneamente la transmisión. Equipos de TVE, de Telefé de Argentina y de radio Nuevo Mundo, de Chile, fueron agredidos en las afueras de la Escuela Militar. Solo por nombrar los ataques más groseros, más evidentes. Pero no por eso son los únicos que provocan vergüenza e indignación.



Como si los periodistas fueran los responsables de la «mala prensa» de Pinochet. Como si los miles de muertos, de detenidos desaparecidos, de exiliados y exonerados y como si los millones de dólares en cuentas secretas no hubieran construido por sí solos su «mala imagen».



¿Qué nos queda? La falta de respeto hacia las y los corresponsales extranjeros; pinochetistas iracundos y enardecidos, intentando esconder el rostro deshumanizado de Pinochet y queriendo levantar la imagen de un pueblo que lo lloraba y que insistía en su calidad de ex jefe de Estado.



Pero más que los fascistas descontrolados, nos preocupa aún más que, mientras el Hospital Militar y la Escuela Militar estaban fuertemente custodiados por la policía uniformada, nada hizo ésta para impedir las agresiones a la prensa, ni siquiera para mantener las apariencias, tan valoradas por una sociedad caracterizada por su doble estándar. No se protegió a hombres y mujeres, personas, finalmente, que cumplían con su trabajo. Y, como consecuencia de ello, no se garantizó el ejercicio de un derecho fundamental en cualquier democracia que se precie de tal: la libertad de expresión.



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Fabiola Gutiérrez. Periodista de la Corporación Humanas www.humanas.cl.



Claudia Lagos. Periodista y corresponsal en Chile del IPYS.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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