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Nuevas polarizaciones y viejas amenazas


Los vientos de la anterior y clásica Guerra Fría, identificada comúnmente desde 1945 a 1991, y que se pensaba podían contenerse con una reingeniería política, vuelven a sentirse en el planeta y particularmente en la región.



Se expresan – por ejemplo- en las diferentes posturas de las poblaciones hacia la ratificación de un marco constitucional único en la Comunidad Europea. Se observan en la postura de confrontación de los países que forman la OTAN y en la hostilidad de los países europeos que estuvieron bajo el área de influencia soviética, hacia Rusia. Se detectan en la elección de un diplomático que apoyó la invasión a Irak (2003) -el surcoreano Ban Ki Moon- para ocupar el sitial de un pacifista como Kofi Annan, en la ONU. Son movimientos que ocurren en el centro del poder.



En el plano más regional y local, se palpan en los entornos políticos que se han generado por la enfermedad de Fidel Castro, que anuncian con insistencia su pronta muerte, y el cambio de régimen. Con la muerte del ex general Pinochet, también surgió una amplia gama de derivadas políticas, donde se destacaba la nueva polarización bajo la vieja amenaza: comunismo versus liberalismo.



Estas situaciones, son hitos para medir en qué estado están el análisis y las opciones. Cuando el argumento liberal occidental se agota respecto a su eficacia y rendimiento en pos de la justicia social, el hábito propagandístico tiende a comparar a Cuba con Chile y a Castro con Pinochet, cayendo en la viscosidad del análisis.



Todo ocurre cuando este tipo de razonamiento fraguado con la cuenta corriente en la mira, u homologando statu quo con estabilidad, utiliza a Stalin y Mao como referentes, para exculpar al liberalismo de su doble impotencia: la autodestrucción de sus bases y la negación a reconocer que el fenómeno existe.



No en vano, el ex Secretario de Defensa de los EEUU, Donald Rumsfeld, al caer la primera estatua de Sadam Hussein en la toma de Bagdad en abril 2003 expresaba «que la imagen de Hussein se agregaba al panteón de los tiranos como Lenin y Stalin». No mencionó a Mao porque en China, la foto del líder de la revolución todavía cuelga en las oficinas.

Es decir, a más de una década de haberse decretado el fin de la guerra fría, en la base argumental para invadir Irak, y formar democracias en la zona, la idea de la contención al comunismo seguía vigente.



Sin embargo, una de las áreas que emergen en las nuevas formas de polarización es la rigidez de los sistemas políticos que se arrastró desde el período de la guerra fría, situación de la cual muy pocos países se han liberado.



La rigidez de los sistemas políticos moldeados durante la guerra fría, ha sido estudiada en forma insuficiente y se presenta como la gran amenaza en el estado liberal. Como que frente a lo que se observaba en el polo derrotado, las democracias occidentales parecían casi perfectas. Se votan candidatos y se sancionaba automáticamente la legitimidad del sistema. Los sistemas políticos que se han reproducido en Occidente, son más imperfectos de lo que proyectan sus administradores.



En ese trayecto, se ha consolidado el uso de las herramientas de la guerra fría como un ethos político. La violencia despiadada en búsqueda de poder, el cinismo ante el desafío ético, el abuso de las operaciones encubiertas, el lobby desenfrenado usando hasta el chantaje, y el secretismo en las relaciones de poder, a pesar de ser elementos intrínsecos del hiper-realismo en política, parecieran exacerbarse cuando operan en pos de la supremacía.



Estas «capacidades» están intactas en los aparatos de poder del Estado, en los partidos políticos, en las academias, y en la población proclive y permeable a buscar una cuota de poder en el sistema, en aras de la supervivencia. Es como la «Ley de la Vida».



Siendo una fórmula exitosa para mantener las bases de subsistencia del Estado Liberal, al desaparecer el desafío bolchevique, se ha vuelto en contra de sí mismo. Hay que observar cómo la sociedad estadounidense continúa luchando por erradicar las bases que sembró el macartismo. El libro del autor Nicholas Christopher, «Somewhere in the Night» (En alguna parte en la noche), trata este tema con una lectura de la narrativa del cine de suspenso y de historias policiales producido en EEUU.



Los efectos reales de la Guerra Fría no se han evaluado en toda su dimensión y una buena parte de políticos, académicos y comunicadores, simplemente decretaron su término como si fuera un artefacto manipulable y no una cultura impregnada en el «hacer Estado». El análisis de las estructuras de los sistemas políticos han sido objeto de esta distorsión. A pesar de la aparente caída del sistema bipolar, la estructura de Guerra Fría -estructura como una cultura- no se ha erradicado, o transformado en el mejor de los casos.



Es posible que ese catálogo de herramientas sea mucho más útil en la situación actual de transición de reacomodo de equilibrios de poder a todos los niveles.



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J. F. Cole. Escritor y periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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