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Esto no da para más


Afirmó la senadora y presidenta del PDC, Soledad Alvear, el lunes pasado. La frase probablemente concita la unanimidad de la clase política y, quizás, de la inmensa mayoría de chilenas y chilenos. Todos creen que no da para más, peroÂ… ¿no sería necesario precisar qué es lo que no debe continuar?.



Por ejemplo, quienes firman el documento «la Disyuntiva» (los llamados díscolos del PS, PDC, PPD y PRSD) creen que lo que no puede seguir es que la política económica desconozca los problemas de equidad que generan gran parte del descontento ciudadano. La derecha cree que es la Concertación la que no da para más; el gobierno, o -más precisamente- el equipo de Expansiva en el gobierno, debe creer que lo que no da para más es la indisciplina del conglomerado gubernamental. En fin, ni hablar de los usuarios del transporte urbano de Santiago que sabemos a que se refieren cuando piensan que esto «no da para más».



En Chile llegó el momento de pensar en qué es lo que no estamos dispuestos a aceptar. Están terminados los tiempos en que el dictador nos amenazaba con volver a sepultar la democracia y que debíamos ser «prudentes». Entonces, hay que definir que es lo que no da para más.



En nuestra modesta opinión, he aquí lo que no da para más:



1) Que el total de lo que se entrega a los más pobres de Chile por concepto de subsidios para educación y salud gratuita (¿ACASO NO ES UN DERECHO CONSTITUCIONAL?) sea inferior a lo que se entrega a las grandes empresas. Estas dádivas se explican por concepto de franquicias y exenciones de pago de impuestos de tal modo que incluso las más grandes empresas mineras sean beneficiarias de estas garantías.
2) Que la pésima distribución de los ingresos se exacerbe porque las empresas no pagan impuestos.
3) Que se esconda que las diferencias en la calidad de los resultados de la educación – Ä„lo han dicho todos!- se debe a las diferencias sociales. O ponemos más plata a la educación de los pobres o seguiremos acentuando la brecha educacional y, por lo tanto, el discurso de que la educación reduce la desigualdad es una burla si se destina cada vez más recursos en educación a los ricos. Es decir, el Estado no paga ni un quinto de lo que cuesta una mensualidad en colegios privados.
4) Que las definiciones de la política social de Chile sean decididas con criterios economicistas, subordinadas al Ministerio de Hacienda.
5) Que cada vez que alguien plantea una ligera discrepancia se crea que está «haciendo el juego a la derecha». A parte del resabio estalinista que puede tener esta manera de razonar, es imprescindible que pensemos cómo podemos mantener una tasa de crecimiento que, sin lugar a dudas, ha servido para mejorar el bienestar de los chilenos.
6) Que la derecha crea que tiene patente de probidad. No hay tiempo que borre la historia. La derecha jamás ha reconocido ni asesinatos, ni la apropiación de empresas del Estado, ni el pago de coimas a militares, a menudo con las complicidades de sus representantes actuales en el Parlamento. Mientras eso no se corrija, la gente los tiene marcados socialmente!.
7) Que no seamos capaces de sincerar las cosas. Chile es un país en que nadie asume responsabilidades; aunque sean degollados o arrojados al mar atados a rieles. Nadie diseña el Transantiago; nadie restringe los costos (es decir, ¿Cuál es exactamente la responsabilidad del Ministerio de Hacienda en detonar un proyecto que no tenía asegurado el servicio de los más pobres?); nadie redefine las licitaciones; nadie asume tales responsabilidades!.
8) Que siempre cortemos el hilo por lo más delgado. No quiero dar ejemplos, pero si pidiéramos a los lectores encontraríamos miles de casos.



Si las autoridades responsables no convencen a la ciudadanía acerca del tipo de cambios importantes a realizar para terminar con «lo que no da para más»; el camino de unos y otros es previsible. Los unos se aferrarán a las explicaciones sobre cuan bien lo hacen, y los otros buscarán alternativas políticas. Así de simple funciona la democracia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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