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Vade retro «milagro chileno»


A veces me pregunto si me he puesto cristiana desde que el monseñor Goic intentó hacerle un exorcismo al «milagro chileno». Este cura logró despertar mi fe perdida luego de dejar Los Sagrados Corazones hace más de 15 años, al poner en duda el carácter milagroso que se le da al modelo económico chileno al exigir un sueldo ético.



Como todo milagro, éste sería concebido por obra y gracia del mismísimo Dios. Un mito fundacional promovido por quienes ejercen el poder, que posiciona a la economía como milagro, atribuyendo santidad al modelo neoliberal y suplantando la figura del padre por la del dinero. Algo sumamente controversial para un sacerdote que debe conocer el derecho jurídico y canónico, o tendrá más de algún conocido en la Congregación vaticana para la causa de los santos.



Más que una cuestión meramente económica en la cual solo los expertos deben opinar, según lo hizo ver Matthei con métodos un tanto agresivos, es una cuestión que tiene directa relación con la doctrina de la fe católica. Si bien Goic no es un Andrés Jarlán, un Miguel Woodward o el célebre Raúl Silva Henríquez, nos ha hecho recordar, al plantear una ética económica, la génesis de nuestro modelo al cual mundialmente se le llama «milagro», igual como se denomina el desarrollo de la economía anglosajona, con la diferencia de que en nuestra latitud sudaca, se impuso con la cólera refundacional «del todo vale» dictatorial.



Por estos días, el milagro anglosajón es criticado con piezas fílmicas como «It`s free World», presentada en el Festival de Venecia por el cineasta inglés Ken Loach, en donde retrata la decadencia de un modelo económico que sienta las bases en la explotación de inmigrantes ilegales y la hipocresía de Europa para enfrentar el tema. Un sistema de bienestar corrupto que dista bastante del camino de virtud por el cual transitan los santos.



La verdad es que nunca conocí la bondad católica personalmente. Me dejé pernear por las hermosas narraciones de mi abuela y mi madre sobre el cura Andrés Jarlán de la Población Victoria -donde están los orígenes de mi familia- las estupendas historias de Raúl Silva Henríquez y su Vicaría, o por las de Miguel Woodward el cura-hombre, obrero, seguidor de la teoría de la liberación, torturado y asesinado en el bergantín goleta «Esmeralda».



Todas estas historias siempre las sentí bastante lejanas a mi experiencia como feligrés de los 90. No me han causado ningún impacto positivo las campañas de caridad desplegadas en democracia, ni las colectas de las monjas por un nuevo sagrario. No me logró conmover la historia de la hermana de mi excompañera de curso que se convertía en monja para irse de misionera a Islas Canarias o la posición del cardenal frente al Postinor 2. Pero, por sobre todo no lograba ni logro entender cómo pasó el modelo económico desde las manos ensangrentadas de Pinochet a las de Aylwin, sin siquiera ser limpiado. El sistema parido en las fauces de un demoníaco régimen de represión fue criado por una nodriza demócrata cristiana, que quizás conmovida por este producto providencial y estupendo, dejó crecer sin siquiera podar, beneficiándose de cada uno de sus maravillosos frutos. En vez de exorcizar la ignominiosa influencia de los poderes malignos, proclamó sin más el «milagro chileno»



La verdad, ya no me sentí siquiera cristiana y me negué firmemente a la tranquilidad de creer en algoÂ… hasta que este ojeroso sacerdote con estampa de cura de película se arrojó sobre el capitalismo a ultranza, la plusvalía y la explotación del hombre por el hombre, con una jaculatoria razonable basada en el ethos social, que solapa un definitivo vade retro a las leyes dictatoriales remozadas por el concertacionismo -nuevo término con el que he querido llamar a esta colusión de intereses. Esperamos, Dios mediante, que la crítica que bonifica la popularidad de la religión siga poniendo en agenda viejos y tan pertinentes temas de fe, como amar al prójimo o verificar los «milagros» que pueden ser tan truchos como el embarazo de un filipino o la Virgen de Villa Alemana.



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Karen Hermosilla, periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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