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Allamand: entre el desalojo, el plagio y la traición


Andrés Allamand, otrora figura señera de la derecha «democrática», no para en su cuesta abajo en credibilidad política. En primer lugar, de articulador de acuerdos, transitó a la controvertida figura de «halcón» con su peregrina y algo sediciosa teoría del «desalojo».



En segundo lugar, para obtener figuración pública, no duda en plagiar proyectos concebidos por sus adversarios políticos. En efecto, el lunes 30 de julio acudimos con los diputados Mulet, Alinco, Insunza, Enríquez-Ominami y Jiménez al despacho del ministro Osvaldo Andrade para exponer el proyecto que homologa el sueldo base al sueldo mínimo, medida de toda justicia y que tiende a evitar un extendido abuso sobre los trabajadores.



Cuál no sería nuestra sorpresa al constatar, hace algunos días, que Allamand «se arrancó con los tarros» -como le han señalado sus aliados de la UDI, los mismos que le facilitaron su actual condición de facto de senador designado- y presentar esa iniciativa como de su autoría. Si el plagio es mala cosa en materia literaria y, tarde o temprano, sale a la luz pública, lo es también en materia política, donde se descubre, evidentemente, mucho más temprano.



Ahora bien, más allá de lo poco ético de todo plagio, en el fondo no me parece mal que Allamand nos copie la agenda en pro de los derechos de los trabajadores que tenemos en la Concertación. Lo que sí sería conveniente es que la hiciera suya de manera integral, incluyendo la discusión de fondo en torno al concepto de empresa, al cual tanto se opuso y que lo motivó, incluso, a recurrir al Tribunal Constitucional para evitar cambios en la materia. A este respecto, cualquiera sea la forma en que se haga -como él bien lo sabe- el punto sustantivo es resolver los abusos flagrantes contra los derechos colectivos de los trabajadores que produce la proliferación abusiva de razones sociales. De esos abusos también debería hacerse cargo la derecha y, en particular, el senador Allamand.



En tercer lugar, el aludido, una vez más, por oportunismo político no duda en recurrir a la traición (en este caso a Longueira), recurso florentino al que ha echado mano más de una vez. Para testimoniar de ello, bastaría la palabra de Sebastián Piñera, quien recordará aún con amargura la voltereta de Allamand a favor de Lavín y el verdadero golpe de Estado que inspiró en los dos partidos de derecha hace algunos años, en perjuicio directo de su propio partido y de uno de sus mejores amigos.



Cuesta abajo en la rodada. El creíble muchacho de entonces, sin duda, ya no es el mismo.



*Miembro de la comisión de Trabajo de la Cámara de Diputados

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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