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Primera advertencia


…y pensé en el órgano que retumbaba en la iglesia y en las
puertas cerradas de la biblioteca; y pensé en lo desagradable
que es estar excluida; y pensé en que tal vez sea
peor ser metida dentro…
(Un cuarto propio, Virginia Woolf).




El discurso de esta cultura es «salvador»: en nombre del «bien» de los hombres, de la familia, de los animales y la naturaleza, etc., hacen lo que hacen y de verdad se lo creen. Salvo algunos pocos «descaradamente malos», la mayoría actúa «en nombre del bien de la humanidad y de su historia». De esta manera, impregnan todo su discurso de una «dulzura» que apela, por supuesto, al «sentido común-corazón chorreante» tan bien instalados, tan convenientes para la depredación.



Éste es el buenismo institucional: las leyes, la cruz roja, los partidos, los ejércitos, los DDHH y sobre todo las iglesias, son buenistas. El buenismo afirma un sistema de relaciones de dependencia («lo hice por amor»), quitándoles la libertad del intercambio e inundándolas de un orgullo heroico; todo tan funcional a la dinámica de dominio. Si queremos construir una ética realmente distinta, sin este camuflaje buenista, creo imprescindible desmontar este chorreo sensiblero; y -sin nostalgias amorosas- jamás recuperar esta «sin razón».



Entonces, ¿en qué «zapatos» queremos estar? ¿Desde dónde discutiremos cómo es esta macro-cultura para conocerla bien y producir un cambio? ¿Desde el lugar de los poderosos, los creyentes y obedientes? El sistema, con sus poderes, críticos e institucionales, sabe lo que hace, y los movimientos de resistencia le son favorables. Lo mueven para que actualice sus discursos, modernizándose y provocando la idea y sensación de falsos avances.



Pienso que para generar una nueva propuesta de mundo y de vida que valga la pena -sin repetirnos en los sucesivos fracasos de derecha e izquierda, de religiones antiguas o modernas, de ciencias y tecnologías-, necesitamos situarnos afuera de este orgullo histórico para poder ver que la cultura vigente es desechable, incluidos sus productos más preciados, guardados en museos y bibliotecas. Un creador si se queda dentro -o incluso medio afuera- es sólo un recreador, un «componedor» de la misma civilización, cultura o como se llame esta cosa.



Las seres humanas, realmente rebeldes, deberían profundizar y trascender las «volteretas» críticas de las y los intelectuales institucionalizados mentalmente, con la radical diferencia de que nuestros cuestionamientos provendrían desde «otro» lugar des-prendido y des-aprendido, ya que nosotras no hemos sido las creadoras de esta civilización: no hemos sido gestoras de sus grandes instituciones religiosas ni del saber y no estamos en la historia reconocida y mentirosa. Por esta misma razón, rechazo rotundamente la idea de transformarme, al hacer política, en la conciencia equilibrante de todos ellos que saben, en las penumbras de sus pensamientos, qué nos están haciendo.



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Margarita Pisano, fundadora de la Casa de la Mujer La Morada, Radio Tierra y Movimiento Feminista Autónomo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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