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La irremplazable ontología del ser social


Mientras el escritor y ex senador comunista Volodia Teitelboim agonizaba, una legión de personas de medios audiovisuales parecía morder las puertas de la clínica esperando el deceso. La languidez del verano santiaguino adormece la noticia y, de pronto, el luchador incansable se convertía en celebridad.



Las figuras públicas de punta colocaron su mensaje de aliento y elogios, que aparecían entre demagógicos y desmesurados dependiendo de quién los hiciera. De repente Santiago parecía diferente. Pero Chile no, porque en las zonas mapuches hay un estado de Derecho aplicado al límite de la connivencia con las prácticas fascistas.



Dentro de la vorágine arcaica de unos y la tristeza de otros, más que elogios lo que Volodia quizás anhelaba era acabar con el sistema político que impide que el partido que él quiso -el Comunista- participe en los comicios con las reglas que permitieron que fuera senador; las reglas anteriores al golpe militar de 1973 y que no se han restituido.



Lo extraño es que detrás de su extrema modestia, fue un hombre público y genial desde temprana edad. Rastrear en la obra escrita y sociopolítica de Volodia Teitelboim debe ser de alta complejidad. Son muy escasos los políticos que abordan con igual rigor y profundidad la política y el trabajo en ese espacio que todavía algunos arbitrariamente llaman de cultura, excluyendo automáticamente a la política. Y al revés, en el poeta y escritor innato existía el político. Un «all rounder», traducido como destrezas en artes completamente diferentes. Esa postura multidimensional desacomodaba y no se le hizo fácil, en un ambiente proclive a lo unilateral, por historia por geografía, y por contener una masa humana muy golpeada.



Su obra es inmensa y, más allá de los libros indispensables, está esparcida en los medios, en sus discursos del Senado, en sus viajes por el mundo y el país, en foros, paneles, seminarios, invitaciones y en su partido. Fue siempre un hombre esencialmente de trabajo, cuyo objeto era el conocimiento.



El filósofo húngaro Georg Lukács se refiere al trabajo como «el fenómeno original, el modelo del ser social, de toda práctica social y conducta social activa». La elucidación de esta determinación, tiene importancia por su significado metodológico, haciendo comenzar el ejercicio analítico por el tema del trabajo. (The Ontology of Social Being. Merlin; London.1980).



Algunos hablan de luces y sombras en su vida y extraen del manual anticomunista su supuesto «silencio» frente a los crímenes de Stalin, convertidos en ejercicios de purgatorio y saneamiento de los crímenes del liberalismo europeo con sus siglos de coloniaje.



Volodia perteneció a una generación de comunistas -encabezada por él- que interpuso la crítica más penetrante al llamado estalinismo dentro de los partidos comunistas de América Latina. Hay sobrevivientes de esa generación, algunos más jóvenes, que mantienen las convicciones. Es insólito. Se acuñó el término estalinismo como sinónimo de política rígida y autoritaria, mientras que desde el liberalismo europeo occidental se cometían atrocidades bajo un marco analítico que todavía lo absuelve.



La conservación del actual sistema ha estado desde la revolución bolchevique profundamente influida por las estrategias de la contención al comunismo, y continúa así. No en vano, Donald Rumsfeld (secretario de Defensa de los EEUU), al caer en abril de 2003 la primera estatua de Hussein -una figura central en la estrategia contra el comunismo- señalaba «que su imagen se agregaba al panteón de los tiranos como Lenin y Stalin. A más de una década de haberse decretado arbitrariamente el fin de la Guerra Fría en 1991, la idea de moldear la política en función de contener el comunismo seguía vigente.



A veces pienso que Chile le era un espacio demasiado pequeño e insular para la proyección de su obra. Lo veía «mejor aprovechado» en Nueva York, Londres, en esas cobijas conformadas por judíos como él, manteniendo la antorcha marxista desplegada sin ambages, desarticulando en parte la contracción en el análisis, que se ha formado con el falso triunfo de un polo de poder sobre el otro. Pero allí estaba la trampa. Volodia «era para Chile», aunque lo hiciera sufrir con exilios, acosos, y persecuciones. Hasta su último suspiro, él quería a Chile, en una lucha sin tregua.



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Juan Francisco Coloane es sociólogo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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