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La intervención estatal más grande de la historia


«Es casi imposible exagerar la gravedad de la situación en los mercados mundiales, es muy difícil saber en que va a terminar todo esto». De este modo, John Authers del Financial Times de Londres describe la situación que se vive a consecuencia del nuevo «lunes negro» el pasado 15 de septiembre. Una semana después, el gobierno estadounidense había nacionalizado otro gigante financiero, intervenido los mercados de derivados, garantizado los depósitos en fondos mutuos de liquidez y anunciado un plan de salvataje por 700 mil millones de dólares, casi un cuarto de su presupuesto, parecido a la compra de «cartera vencida» chilena de 1982.



De este modo cataclísmico terminó la «era de Reagan», como se llama en los EE.UU. al período en que predominaron las ideas fundamentalistas de mercado. Dos de los principales bancos financieros mundiales dejaron de existir ese fin de semana. Siete días antes el gobierno estadounidense había intervenido los gigantes hipotecarios en lo que constituyó la nacionalización más grande de la historia, al que ha seguido la de la principal aseguradora del mundo que se debatía al borde de la quiebra, lo mismo que varios otros bancos gigantescos. Los mercados accionarios se desplomaron nuevamente, especialmente en los países emergentes donde Rusia marcó la pauta perdiendo un quinto de su valor en un solo día, arrastradas en parte por el súbito pinchazo de la «superburbuja» como se la ha denominado, que se había inflado los precios de los llamados «commodities.» Al fin de la semana, luego de derrumbarse y rebotar en magnitudes nunca vistas, las bolsas mundiales terminaron perdiendo algunos puntos porcentuales.



De esta manera, la crisis que viene desenvolviéndose con creciente intensidad a lo largo del último año ha alcanzado un nuevo punto de clímax. En Chile la aseguradora fallida pone en riesgo la pensión vitalicia de decenas de miles de jubilados mientras continua el derrumbe de los fondos de pensiones.



El banco de inversiones Lehman Brothers se declaró en quiebra. Para evitar el mismo destino, Merril Lynch fue absorbido ese mismo día por el Bank of America. De este modo, considerando la falencia en marzo pasado de Bear Stearns, tres de los cinco mayores bancos de inversión del mundo han dejado de existir. Los dos restantes, Goldman Sachs y Morgan Stanley parecen tener sus días contados como entidades independientes. Varios bancos comerciales encabezados por el gigantesco Washington Mutual de los EE.UU. y HBOS del Reino Unido han perdido casi todo su valor accionario y se aprestan a ser vendidos o intervenidos del mismo modo que ya lo han sido varios otros como Indy Mac.



El derrumbe de la gigantesca aseguradora AIG acarrea pérdidas que se estiman en 180.000 millones de dólares de los cuales la Reserva Federal ha asumido 85.000 a cambio de todos sus activos y el 80% de sus acciones.



Esto tiene consecuencias insospechadas para bancos y empresas del mundo así como para millones de personas comunes y corrientes. Sus clientes incluyen parte significativa de los seguros de habitaciones y edificios, automóviles, vida y aviación. Una filial es propietaria de más de 900 aviones arrendados a decenas de líneas aéreas.



Lo que es más relevante en el caso chileno, su división de seguros de vida opera planes de pensiones en todo el mundo, incluidas muchas de las rentas vitalicias que han contratado los afiliados a AFP con su filial Interamericana. Decenas de miles de pensionados con renta vitalicia le han traspasado todos sus fondos de pensiones y corren serio riesgo de perder su pensión.



En el caso de los bancos las crisis tradicionalmente se precipitan cuando los depositantes los retiran masivamente. La «corrida» esta vez ha sido sin precedentes pero ha afectado principalmente a la llamada «banca sombra» que los bancos crearon al margen de sus balances para escapar a las regulaciones y donde manejaban los llamados derivados financieros. Llegaron a controlar activos por 10 billones de dólares, tanto como los bancos mismos.



Las principales autoridades e instituciones económicas mundiales han acudido a su rescate inyectando al mercado centenares de miles de millones de dólares en liquidez, aparte de las dramáticas nacionalizaciones y salvatajes referidos. El economista Kenneth Rogoff estima que el costo neto total está actualmente entre 200 y 300 mil millones, pero que alcanzará de uno a dos billones de dólares, lo que inevitablemente tendrá consecuencias de todo orden aún si se logra escapar a la devaluación masiva de su moneda que resultaría inevitable para cualquier otro país (FT 18/9/08). El plan de salvataje anunciado por el gobierno estadounidense tiene un costo inicial de 700 mil millones de dólares, equivalente a las partidas anuales de defensa, salud o seguridad social que son las mayores, y a casi un cuarto del presupuesto total que suma 3.1 billones de dólares



Un interesante artículo editorial del profesor Harold James de Princeton en el Financial Times (FT 16/09/2008) pone en su justa perspectiva la capacidad de respuesta de los bancos centrales. Plantea que generalmente se piensa que este tipo de intervenciones es el resultado de las lecciones de los años 1930, sin embargo la verdad es que el mismo tipo de política fue recomendada y aplicada consecuentemente en el Reino Unido ya en el siglo XIX. ¿Cómo es posible entonces – se pregunta Harold James – que se produjese la Gran Depresión? ¿Cómo es posible que Lehman fuese a la quiebra cuando tenía a su disposición una línea de financiamiento ilimitada por parte de la Reserva Federal?



El problema es más complejo – dice James – puesto que no sólo tiene relación con al pánico de los depositantes que puede ser contrarrestado por los bancos centrales. Dice relación asimismo con la solvencia de las instituciones, es decir, con el valor real de sus activos comparado con sus pasivos. Los primeros están en cuestión porque muchos están conformados por derivados cuya valoración es incierta. En el caso Lehman, por ejemplo todavía aparecen muy superiores a sus pasivos a pesar de los castigos efectuados, lo que no evitó que fueran a la quiebra.



Todas las instituciones mencionadas han entrado en falencia porque parte significativa de sus activos consiste en papeles que han perdido valor porque se hayan expuestos al mercado hipotecario estadounidense y otros que se vieron afectados por inmensas burbujas especulativas que ahora se están desinflando. Los llamados derivados financieros que supuestamente debían reducir el riesgo en realidad los esparcieron por el mundo entero. A junio del 2008 habían efectuado castigos por más de medio billón de dólares. Tras los acontecimientos recientes esa cifra ha sido ampliamente superada y puede fácilmente llegar a duplicarse o más.



Esto los ha obligado a servir deudas que habían contraído utilizando los mismos como garantías. Alternativamente, han debido a recurrir a aumentos de capital que compensan en parte los gigantescos castigos. Ello diluye el valor de las acciones existentes, las que además han visto caer sus precios en las bolsas por este motivo pero asimismo porque se ha perdido la confianza en algunas de estas instituciones. Cuando caen más allá de un cierto nivel se torna a su vez imposible atraer a nuevos inversionistas lo cual precipita su falencia, como ocurrió con Lehman.



Su caída afecta a cada uno de los que tenían acreencias de las mismas como se ha descrito en el caso de AIG. La caída de Lehman ya ha producido un coletazo de imprevisibles consecuencias obligando a uno de los mayores fondos de liquidez a romper su promesa de devolver al menos el dinero depositado. Asimismo, el derrumbe general del precio de sus acciones afecta a los propietarios de las mismas que a su vez muchas veces han contraído enormes créditos dando aquellas como garantía. Es lo que ocurre en este momento en Rusia, por ejemplo, donde la estrepitosa caída del mercado accionario ha hecho entrar en falencia a varios «oligarcas» endeudados hasta la coronilla.



De este modo, se trata no solo de un problema de liquidez sino también de solvencia. El primero se abordó con una solución monetaria, pero el segundo está requiriendo una solución fiscal que no es otra cosa que la nacionalización del sistema financiero mundial en un grado más o menos importante, tal como ocurrió en Chile en 1982. No se trata de un asunto menor.



La crisis sólo va topar fondo cuando el conjunto de los gigantescos desequilibrios de la economía real causados por las sucesivas burbujas se hayan normalizado. Hasta el momento las repercusiones sobre la economía real de ningún modo guardan relación con las dimensiones francamente catastróficas de la crisis financiera. No puede descartarse, sin embargo, que se produzca una recesión significativa y generalizada, lo que agravaría la situación descrita que ya es muy complicada. En el curso del último año las bolsas tanto de países desarrollados como emergentes, expresadas en Euros, han perdido un cuarto de su valor. Se trata de una crisis mundial.



Sus repercusiones son muy severas para Chile, particularmente sobre los fondos de pensiones que han tenido pérdidas gigantescas desde el inicio de la crisis en Julio del 2007. Al 15 de septiembre del 2008 las mismas sumaban 17.780 millones de dólares, equivalentes al 16% del fondo total. Quienes tienen sus ahorros en el fondo A han perdido un 24% de los mismos. Con toda probabilidad, con subidas y bajadas como ha sido hasta ahora, dichas pérdidas van a continuar profundizándose a lo largo de muchos meses. Adicionalmente, es muy posible que sean hoy muchísimo mayores que lo que reconocen las cifras oficiales, puesto que parte importante de los fondos están invertidos en instrumentos de dudosa liquidez.



En su editorial del 16 de septiembre el Financial Times concluye: «Todo esto demuestra una vez más cuan grande ha sido el error de los legisladores y reguladores al poner tanta fe en las agencias de clasificación de riesgo» (FT 17/09/08). En Chile, en cambio, se acaba de promulgar la reforma que permite a las AFP invertir donde y en los instrumentos que quieran con el solo aval de las mismas clasificadoras.



Resulta intolerable a estas alturas la impasividad de las autoridades y el parlamento que han preferido esconder la cabeza haciendo oídos sordos a las advertencias que se les hacen llegar desde hace un año acerca de la necesidad de investigar las pérdidas reales de los fondos e intervenirlos para proceder a su repliegue ordenado a inversiones seguras en el país.



Más allá de ello, el país debe empezar a pensar en el giro estratégico general en el manejo de los asuntos públicos que resulta inevitable. Como concluye el Financial Times del 20 de septiembre «Pienso, luego aumentaré las regulaciones. Pasará al menos una generación antes que el aserto libremercadista que el gobierno no debe intervenir nunca sea tomado en serio nuevamente.»



*Manuel Riesco es director del CENDA, Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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