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Traidores, renegados y relapsos

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Cuando alguien con fe democrática no es capaz de aceptar que la rutilante bandera que hemos enarbolado por años puede desteñirse a nuestros ojos y al fragor de las luchas políticas y sociales, entonces permítanme dudar de que sean auténticos demócratas o que esa fe sea real


Por Ricardo Manzi*

Pareciera ser que la necesidad de reafirmar convicciones políticas y militancias pone a lo sujetos en la necesidad de enjuiciar brutalmente a aquellos con los que algún día compartieron un ideario y que hoy toman distancia de él por múltiples razones, que incumben más a su propia conciencia o interés que al escozor que causa a sus ex conmilitones la desafección.

No es primera vez que veo que los despechados por la evolución política, religiosa o moral de una persona, sea por la matización de su pensamiento o por la adscripción de nuevas ideas desechando las antiguas, están dispuestos, en homenaje a «La Moral» (como si todos compartiéramos la misma) arrojar a éste al foso de los leones. Es como si el cielo y hasta la última estrella del firmamento se desplomara sobre la cabeza del renegado. La historia de la Iglesia católica nos entrega variados ejemplos del dulce tratamiento aplicado a renegados y relapsos.

En estos días diversos comentaristas del acontecer nacional, luego de señalar que están de acuerdo con que un renegado tiene derecho a cambiar de parecer, «no puede hacerlo sin dignidad moral o histórica.» Es más, ni siquiera se le concede el derecho a palparse las espaldas con sus nuevos compañeros.

Frente a esto parece necesario preguntarse si no es acaso traición, o moralmente tachable el caso de un político de nuestro ruedo que sin abandonar el partido o la coalición se ve envuelto en un escándalo de corrupción; no lo es también, cuando un sujeto de los nuestros realiza operaciones destinadas a promover a determinadas organizaciones para adjudicarse la licitación de un contrato público millonario; o, cuando recomendamos a uno de nuestras filas para que ocupe un cargo o función para la que no califica  o, para que trabaje como operador o testaferro del interés de su padrino; o, el hecho de presionar a una autoridad para que incorpore en su staff a un sujeto del aparato con el que el solicitante ha adquirido una deuda de gratitud política; o, el caso, en que puesto en la obligación de votar un proyecto de ley, un parlamentario no se abstiene y vota a favor o en contra de aquella solución legislativa en la que tiene interés por ser ahorrista o lobbysta de organizaciones que pudieran verse afectadas o beneficiadas con el proyecto; no lo son en fin, esos hechos y todos los que la proteica imaginación humana pueda barruntar donde hay conflicto de interés o negociaciones incompatibles, actuaciones susceptibles de ser tachadas desde la dignidad y la decencia.

¿Po rqué cuando ello ocurre, no se emite un juicio categórico sobre esa forma de proceder? ¿Por qué no sacamos punta al lápiz y denunciamos esos hechos cuando eso sucede?

De los famosos abjurantes y relapsos, recuerdo algunos pensadores y escritores que hicieron el valiente y doloroso trayecto desde el radicalismo político e intelectual, a una visión cristiana o liberal de la vida, siendo objeto de todo el desprecio y virulencia de sus antiguos camaradas, como es el caso de Ignace Lepp, quién de ser gloria de la intelectualidad marxista europea, decepcionado abjuró de esa fe, cuando comprobó que sus líderes predicaban desde el lujo  y los placeres mientras sus representados, – el pueblo -, vivía sumido en la miseria, para abrazar el sacerdocio poniendo todo su acervo intelectual al servicio del catolicismo, fe cuya Iglesia a ratos pareciera renegar de sus principios; otro tanto ha ocurrido con pensadores latinoamericanos como Mario Vargas Llosa y Octavio Paz, que migraron desde su militancia o simpatía comunista hacia el pensamiento liberal, siendo objeto de todo tipo de imputaciones y tergiversaciones y, en algunos casos del intento de acallar sus voces, bajo el expediente de impedir la publicación de sus obras o el ascenso a los galardones más preciados de su oficio. Ha habido otros, que han sido propiamente renegados y relapsos, como Churchill, que solo su talento incomparable lo salvó de sus variadas vueltas de carnero, desde el partido conservador al liberal y viceversa, pero al final, fue su propio pueblo el que le sacó el piso, aunque su carácter de héroe nacional y gloria de las letras británicas nadie cuestiona.

Por su parte en Chile ha habido también algunos que más modestamente y a su escala han tenido variabilidades políticas sea de la izquierda a la derecha, como Andrés Chadwick, sea de la derecha a la izquierda como Francisco Vidal y que yo sepa no han sido sometidos a ordalías ni expuestos a la vindicta pública en la plaza de armas de Santiago.

Finalmente, no puedo dejar de mencionar a ese ateo anónimo, que durante años persiguió a los curas de las parroquias de su barrio; ese que en su odio por los dolores provenientes de otras guerras centró su despecho en la iglesia, sus templos y sus símbolos; ese que siempre se cagó en la ostia, en la virgen y en todos los santos; ese que desde cualquier púlpito laico, arremetió contra la Santa Madre Iglesia, pero que en la finitud de sus días terrenales, enfrentando en solitario el infinito, recibió los santos óleos, de manos del mismo cura que miraba para el lado cuando aquel, en infantil venganza meaba parapetado detrás de una columna del templo o en un costado del confesionario, haciéndose luego de esa larga consecuencia anticlerical, al igual que otros afamados renegados y relapsos, acreedor a la indignidad de traidor.

Cuando alguien con fe democrática no es capaz de aceptar que la rutilante bandera que hemos enarbolado por años puede desteñirse a nuestros ojos y al fragor de las luchas políticas y sociales, entonces permítanme dudar de que sean auténticos demócratas o que esa fe sea real.

 

*Ricardo Manzi Jones es abogado, rmanzi@mvestudiojuridico.cl

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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