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La deuda educacional de la política chilena

Resulta probable que el conflicto planteado en torno a la llamada deuda histórica por el gremio de los profesores termine siendo gobernado por la lógica de las alianzas políticas entre el oficialismo y el Partido Comunista con vistas a las próximas elecciones. O sea, bastante lejos de los temas…


Resulta probable que el conflicto planteado en torno a la llamada deuda histórica por el gremio de los profesores termine siendo gobernado por la lógica de las alianzas políticas entre el oficialismo y el Partido Comunista con vistas a las próximas elecciones. O sea, bastante lejos de los temas reales de la Educación.

Si alguien debe algo en materia de educación en Chile es la política. Tanto la uniformada como la civil, cuyos diseños no solo han fracasado, sino que en demasiados aspectos se han transformado en los verdaderos obstáculos para una educación de calidad e igualdad ciudadana.

La deuda de la política incluye en primer lugar el diseño del marco curricular en que se desenvuelve la educación, con unos contenidos mínimos muy lejos del estándar moderno de la formación del conocimiento y prácticamente sin orientación estratégica.

La prueba más palpable es que la municipalización de los años 80 no incluyó un grupo de liceos técnico profesionales por considerarlos esenciales para el desarrollo nacional. Pero tampoco se los dotó de una estructura moderna, nadie se preocupó de ellos y finalmente se los entregó a una administración delegada de un variopinto grupo de instituciones privadas, con contratos a entera voluntad de los ministros de turno, y baja transparencia y calidad en su desempeño.

Que esto y otras cosas ocurran es responsabilidad directa de la administración central, no sólo la actual sino toda, tanto la que municipalizó con bayonetas como la que  ha administrado de manera mediocre el sistema durante todos estos años.

La deuda de la política también incluye la formación de los docentes, especialmente la inicial, y que  es la base para el perfeccionamiento continuo que se requiere hoy día para los maestros.

El fetichismo ideológico de la derecha demonizó la formación docente, acabó con el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile transformándolo en una feble institución, y desreguló el control sobre la profesión, que resulta crítico para la calidad del sistema total. Por su parte la izquierda transformó a los profesores en una especie de proletarios idealistas con una vocación patria de cambiar la sociedad, nadie sabe bien en qué dirección. Los resultados están a la vista: educación mercantilizada, sindicalismo corporativo, calidad irregular.  

Lo anterior es el antecedente directo de la deuda técnica de la gestión docente en aula, la que está muy lejos de poder captar la atención real de las nuevas generaciones de niños, altamente digitales, empíricos y veloces en sus aprendizajes, y simbólicos y horizontales en sus formas y redes de comunicación.

Más de la mitad de los profesores son cuasi analfabetos tecnológicos en comparación con sus estudiantes, en el uso formal de los instrumentos nuevos. Pero lo peor es que ambos, estudiantes y profesores, no saben bien para qué ni en qué dirección aplicar el uso.

En cada país donde han ocurrido saltos significativos en materia de educación se enseña a programar, pues es la manera de aprender digitalmente pensando e innovando, pues el problema no es saber usar la máquina sino saber para qué sirve.

Pero quizás donde está más marcada la deuda es en la calidad inmobiliaria de los establecimientos educativos públicos o subvencionados por el Estado. Aquí la obsesión por la construcción de aulas, gimnasios y comedores en vez de instalaciones modernas de enseñanza, vincula el tema más a una política de hogares de acogida para niños y jóvenes que a centros educacionales.

El ejemplo más claro fue la implantación de la jornada escolar completa en los años 90. Allí, una política preocupada exclusivamente de edificios con equipamiento del siglo XX, y sin ningún esfuerzo de innovación curricular, terminó duplicando los vicios y problemas del sistema y ni siquiera se asomó al diseño de los nuevos tipos de establecimiento que se requiere.

En estas condiciones no es raro que los profesores actúen como un sindicato industrial, porque efectivamente están mal pagados, ni que el aparato central maneje la educación como un problema de caja y gasto y no de inversión estratégica para el país. Tampoco que los ricos estén dispuestos a pagar lo que sea por la educación de sus hijos para reproducir su poder social, y que los administradores municipales crean que deben devolver la educación al Estado porque lo suyo es otra cosa: los pavimentos, el alumbrado, la basura.

¿Para qué seguir con la calidad física de los educandos, su salud, su integración social, la sociabilidad de su hogar? Las respuestas son enormes, pero el corolario más importante es ¿quién le debe a quién?  En todo caso resulta probable que el conflicto planteado en torno a la llamada deuda histórica por el gremio de los profesores termine siendo gobernado por la lógica de las alianzas políticas entre el oficialismo y el Partido Comunista con vistas a las próximas elecciones. O sea, bastante lejos de los temas reales de la Educación.

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