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Mapu: todo vanidad

Rodrigo Larraín
Por : Rodrigo Larraín Sociólogo. Académico de la Universidad Central
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Con el Mapu llegó un elenco numeroso de sujetos de clases altas a la política en pro del sector popular. No todos eran de ese estrato, pero incluso esos tenían ese sello de distinción adquirido en su paso por la PUC. Porque, seamos sinceros, el glamour mapucista tiene bastante de cultura…


Desde hace ya varios años, aunque al principio en sordina y ahora más desembozadamente, se ha venido fraguando un mito con muy pocos referentes empíricos, estoy hablando del rol que jugó el Mapu en el gobierno del Presidente Allende y en los de la Concertación al término de la dictadura.  Los militantes de ese partido habrían tenido características muy especiales, diferentes a las de otros partidos por lo que su rol no sólo habría sido único sino que tendría características trascendentales; casi como señalados por la historia.  Con el libro recientemente publicado de Cristina Moyano («Mapu o la Seducción del Poder y la Juventud», Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago 2009) se ha abierto una coyuntura propicia para añadir más elementos en la construcción del infundio.

Cuando la mayoría de la JDC junto a algunos connotados próceres adultos abandonó su partido y formaron el Mapu, se habrían llevado a la flor y nata de los cuadros jóvenes de ese partido, sobre todo profesionales y técnicos, es decir, gente preparada e inteligente.  Más tarde, cuando se integraron a la campaña presidencial de la Unidad Popular trabajaron con denuedo, demostrando una gran mística y compromiso; en esa campaña, se supone, constituyeron el debut de una nueva clase de adherentes de proyecto de izquierda y, algo a contrapelo, fueron un sector cristiano que por su rareza, alcanzó bastante visibilidad.  Una vez asumido Salvador Allende, dada la alta densidad de profesionales e intelectuales varios que tenía el mapucismo, al Presidente no le quedó más que elegirlos para altas tareas de gobierno o, lo que no es menor, para tareas claves en rangos de segundo nivel.  Ese contingente, lo mejor de la JDC se decía, que también era mayoritariamente profesional, implícitamente dejaba una idea en mente: que los mapucistas eran profesionales de mejor calidad que otros.

Sin embargo, esos dichos parecen una exageración, toda vez que la élite del Mapu fue formada en la Universidad Católica, una universidad relativamente pequeña en la que, la mayoría de sus egresados no adhería a ese grupo y ni siquiera a la izquierda.  Entonces, ese gran continente de profesionales y técnicos imprescindibles no existió.  Pero las clases medias existían desde antiguo en Chile y se habían formado en universidades laicas, como son las universidades de Chile y de Concepción, buena parte de los dirigentes de los partidos obreros eran profesionales y para que decir del Partido Radical.  Entonces, la participación del Mapu en los equipos de gobierno no es más que el natural equilibrio que una coalición debe hacer entre los grupos políticos que la componen; por muy pequeño que alguno sea debe tener representación, en la Unidad Popular hasta la microscópica API -un partido muy chico que integraba el gobierno- tuvo un misterio.

La cuestión religiosa sí que es un equívoco, es lo que el Mapu no quiso ser.  La salida del Mapu de la Democracia Cristiana arrastró a connotados católicos que querían encarnar los ideales religiosos en la política, pero la mayoría de los emigrados quería un partido no católico de izquierda sino uno marxista, por ello fue que al producirse la escisión que originó la Izquierda Cristiana, los católicos del Mapu se fueron a este nuevo grupo.  Aunque así se dijo y muchos lo creyeron, al transformarse el Mapu de ser un movimiento a ser partido político, su pensamiento ya no era de inspiración creyente y aspiraba a ser el mejor partido de izquierda (ya que la timidez no era lo suyo).  Pero el aura de creyentes socialistas no les abandonó y más tarde les fue beneficioso.  La leyenda cuenta que ese dato permitió puentear a socialistas con democratacristianos, si bien muy pocos de este último partido eran efectivamente hombres de Iglesia (si lo fueran habrían a salido a defender doctrinalmente los derechos de los laicos católicos ante un clericalismo algo fundamentalista).

Una característica especial, pero no única, fue la juventud de sus militantes.  Esto es válido para los dirigentes partidarios, pero la mayoría de los partidos grupos y movimientos políticos tenían gran cantidad de jóvenes pero sus líderes era gente adulta y mayor.  El MIR compartió este rasgo y Miguel Enríquez accedió a la Secretaría General de su organización a los 21 años.

No obstante, tanta juventud y tanto idealismo y entregas política proveniente de una matriz religiosa sacrificial mutó a una renovación socialista y en exceso claudicante ante las ideas de los ayer adversarios (característica que un connotado empresario salmonero celebra con entusiasmo y ve en ese abandono la clave de una transición pacífica) o a un grupo como el Mapu Lautaro absolutamente enemigo de la posición anterior.

¿En qué consiste, entonces la fraternidad del Mapu que hace que aún se les considere un partido?  La logia verde como llaman con ironía algunos, muestra una característica propia de la cúpula de la Concertación, es decir, un grupo de personas de generaciones cercanas, formada en las mismas universidades, a veces parientes entre sí, amigos de largos años (amistades que la clandestinidad soldó férreamente), vínculos de afecto basados en los códigos de una clase ajena al proletariado y las capas medias, el ethos de un segmento social que excepcionalmente aportó militantes a la Izquierda; con el Mapu llegó un elenco numeroso de sujetos de clases altas a la política en pro del sector popular.  No todos eran de ese estrato, pero incluso esos tenían ese sello de distinción adquirido en su paso por la PUC.  Porque, seamos sinceros, el glamour mapucista tiene bastante de cultura aristocratizante, del buen gusto de una clase que conoció el buen gusto; porque «quien hereda no hurta».  Mal que mal el exilio no sólo permitió salvar la vida a los desheredados, también les permitió estudiar y conocer el mundo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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