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Los Eficientes

Robert Funk
Por : Robert Funk PhD en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
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La inquietud de los chilenos (pro y no tan pro Piñera) es que en dos semanas, el cambio más esperado, la eficiencia, se está desmoronando.


El énfasis que ha puesto el gobierno en la gestión, el requerimiento de que los ministros trabajen las 24 horas, las exigencias de la reconstrucción, y el estilo ejecutivo del Presidente Piñera, entre otros elementos, indican que este es un gobierno que tiene como norte el trabajo y la razón. Incluso antes del terremoto, uno de los principales mensajes explícitos de la campaña de Piñera era el de la eficiencia. El mensaje implícito de la campaña: la Concertación era un conglomerado de flojos ineficientes, más preocupados del cuoteo político que del bien común. Ahora les toca a “Los Eficientes”.

Hemos entrado, entonces, en la era de Los Eficientes, hombres (y son mayoritariamente hombres) de acción, para los cuales le emoción equivale a la debilidad. Los aciertos y – especialmente – los errores de las primeras semanas del gobierno de Piñera surgen de este estilo. Como ha habido muchos errores, uno se pregunta se la debilidad de este gobierno no es, precisamente, la falta de emoción.

[cita]La inquietud de los chilenos (pro y no tan pro Piñera) es que en dos semanas, el cambio más esperado, la eficiencia, se está desmoronando.[/cita]

Por lo tanto se presentan algunas ironías. El primero radica en la dicotomía ideas-acción. Los nombramientos de este gobierno, tan confiados en las habilidades del empresario, representan un giro en el concepto de tecnócrata, tradicionalmente asociado con la derecha. Como mostró un estudio sobre México de comienzos de los 90, la tecnocracia en América Latina se apoyaba en especialistas con estudios de postgrado, normalmente doctorados, para darle a las políticas públicas un sello de expertisia y, a la vez, apolítico (o despolitizado). Aunque es verdad que la Concertación se fue acostumbrando al cuoteo y a los operadores políticos, desde el primer momento en el poder, y desesperada por dar señales de gobernabilidad, nombró a ministros y altos directivos tecnocráticos. Hoy día, sin embargo, pareciera que lo que se valora es que un alto funcionario público tenga experiencia práctica, en el espíritu de un aprendiz medieval. Y si Los Eficientes tienen tres letras después de sus nombres, son M, B y A y no P, H y D.

La segunda ironía se refiere a la falta de emoción. A pesar de intentos de inyectar la ciencia política con lógicas racionalistas de maximización de intereses, la emoción siempre ha tenido y sigue teniendo un rol predominante en la política. Barak Obama llegó al poder en gran medida por la gran historia de su vida, que inspiraba un mensaje de esperanza y futuro. Esta narrativa ocultaba el tremendo pragmatismo del candidato, de manera que una vez instalado en el poder, se produjo una disyuntiva entre la emoción que causó su triunfo y la labor pragmática con el cual ha ido sacando adelante su agenda (de ahí, los bajos niveles de aprobación a pesar a un cierto éxito programático).

En Chile la Concertación perdió la elección en parte porque su candidato y su campaña carecieron de emoción, y la misma coalición, entre tanta división y agotamiento, no pudo recapturar el atractivo emotivo de su pasado. Curiosamente, el discurso político de la campaña de Piñera –el de mantener lo mejor del gobierno saliente pero mejorar la gestión– tampoco indicaba una épica muy inspiradora. Algunos han tratado de culpar los problemas que ha enfrentado el gobierno a un ‘síndrome Obama´, pero el de Piñera no es un caso de una gran épica frustrada, sino de un aterrizaje que pone en duda su promesa explícita de buena gestión, su gran fortaleza como candidato. El Transantiago fue un problema grave para la Concertación porque constituyó un ataque en contra de sus principios fundamentales: la preocupación por el acceso de los más necesitados a servicios públicos, y la capacidad del Estado de entregar eso servicios. Del mismo modo, la inquietud de los chilenos (pro y no tan pro Piñera) es que en dos semanas, el cambio más esperado, la eficiencia, se está desmoronando. A veces en el afán de ser eficientes y rápidos se cometen errores garrafales, lo que lleva a retrocesos y atrasos. Si lo barato cuesta caro, parece que lo eficiente también.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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