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¿Aliancismo Bacheletista?

Osvaldo Torres
Por : Osvaldo Torres Antropólogo, director Ejecutivo La Casa Común
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¿Qué sería esta fórmula política? A mi juicio, es el intento de diseñar un nuevo proyecto para la derecha que se asiente en un programa económico liberal, con un reconocimiento al papel del Estado en la protección social sólo de los más débiles y de complemento a los negocios que pueden beneficiar a las empresas privadas, que venden todo tipo de servicios a éste.


El 2007, el actual ministro de Educación Joaquín Lavín, apoyado por el senador Longueira, se definió como “Bacheletista Aliancista”, provocando tanto las críticas del entonces candidato a la presidencia Sebastián Piñera, como el apoyo del que era vocero de Gobierno, Ricardo Lagos Weber.

El “Bacheletismo Aliancista” fue la propuesta de “traspasar las fronteras ideológicas” para respaldar las buenas ideas del Gobierno de la Concertación y hacer lo que la derecha “hace en otros países”, según afirmó Lavín en ese entonces.

Ahora Piñera parece querer construir el “Aliancismo Bacheletista” desde el Gobierno, según se desprende de su primer Mensaje al país, este 21 de Mayo. ¿Qué sería esta fórmula política? A mi juicio, es el intento de diseñar un nuevo proyecto para la derecha que se asiente en un programa económico liberal, con un reconocimiento al papel del Estado en la protección social sólo de los más débiles y de complemento a los negocios que pueden beneficiar a las empresas privadas, que venden todo tipo de servicios a éste. Es una estrategia de transformismo político, es decir de la búsqueda por adecuarse a las nuevas condiciones, manteniendo la identidad y sin perder el control del poder.

[cita]Sería el fin de la hegemonía del proyecto de los “Chicago Boy’s” como parámetro de la “política correcta” para la derecha, que tan bien expresa Büchi en el debate sobre el alza a los impuestos.[/cita]

Su triunfo sería el fin de la hegemonía del proyecto de los “Chicago Boy’s” como parámetro de la “política correcta” para la derecha, que tan bien expresa Büchi en el debate sobre el alza a los impuestos. Pero, no sería el fin de las buenas utilidades para la empresa privada, pues se ampliarían sus mercados al tener al Estado, y sus importantes reservas, como poder comprador de múltiples bienes; el Estado les “redistribuiría” sus ingresos. Es lo que planteó Piñera para el caso de la Salud, al abrir el poder comprador de “camas y especialidades médicas” que disponen las ISAPRES, para responder al raquitismo del sector público en esta área. Es lo que anunció como tarea para Lavín, de elevar la subvención por estudiante y crear el “mapa de rendimiento SIMCE” por comuna, como si los mejores colegios tuvieran oferta ilimitada en cada comuna; por lo que al final sólo redundará en más dinero para los dueños de esos colegios. Es lo que también tiende a ocurrir con el Plan de Reconstrucción del la zona del terremoto-maremoto, con el poder comprador abierto por el Estado dirigido a los consorcios monopólicos de materiales de la construcción y de viviendas.

Pero el “Aliancismo Bacheletista” también es el intento de una aproximación política con sectores de la DC -que se sienten cómodos en el esquema liberal-, para subordinar a lo más recalcitrante de la derecha ortodoxa; cuestión que podría cambiar el cuadro político chileno definitivamente. Baste recordar que la UDI en sus orígenes se definió como “corriente política”, que abominaba de los partidos y del mercado, teniendo como referente el corporativismo católico franquista. Posteriormente, por realismo político, fue cambiando hacia los años ochenta a un discurso conservador en lo valórico y neoliberal en lo económico. Lavín fue la mejor expresión de esa transformación, y hoy que tienen el desafío gobernar bien y prolongar su estadía en el Gobierno, puede primar el pragmatismo, tal cual lo muestra Piñera en su Mensaje que recicla la consigna de Lavín sobre el “Bacheletismo Aliancista”.

En este contexto, lo afirmado recientemente por Enrique Correa respecto a que el problema de la Concertación no es su programa sino el modo de hacer las cosas, naufraga completamente. Nos propone renovar rostros, tratar mejor al Estado y seguir modernizando al país hasta hacerlo desarrollado; lo que evidentemente no es una propuesta programática. Al final, aquí aparece el problema central: “bacheletismo aliancista” y “aliancismo bacheletista” es hacer lo mismo, pero reduciendo la disputa política entre partidos al control del aparato estatal.

¿Alguien puede entusiasmarse con semejante propuesta? ¿Las nuevas generaciones y “rostros”? Si la respuesta es afirmativa, la Concertación no tiene nada más que ofrecerle al país, salvo algunas buenas ideas sectoriales, ejecutadas por tecnócratas, por lo que daría lo mismo quien llegue al gobierno. Sería el fin de la diferencia, la muerte de la política, en algún sentido.

Este es el punto: el diagnóstico sobre el país y su modelo de desarrollo. Modernizar Chile y llegar a ser desarrollados, son cuestiones de sentido común. El debate es el tipo de modernidad que queremos y de qué desarrollo estamos hablando, y en esto se juegan cuestiones ideológicas como son el control de los recursos naturales; la redistribución del ingreso más equilibrado; la nueva Constitución Política; las leyes laborales que hagan efectivo el derecho a huelga, la negociación colectiva y la sindicalización; las libertades individuales, la participación ciudadana en las decisiones y el control sobre los poderes fácticos, entre otras cuestiones que escapan a proponer hacer más de lo mismo.

En este panorama, lo que se requiere es abrir el debate, socializándolo a todo nivel; recomponer la amistad cívica al interior de la izquierda y el progresismo; entender que la verdad no está en un lugar o dirigente, sino en la capacidad de búsqueda y diálogo colectivos. Hoy se trata de que “florezcan mil flores”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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