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Sexos: ¿guerra superada?

Marcela González
Por : Marcela González Corporación La Morada
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Nos preguntamos qué otros progresos nos esperan a las mujeres en esta lógica gubernamental, ¿volver a identificarnos con el lugar de la pasividad erótica? ¿Volver a la idealización perenne del amor romántico?


La ministra del Sernam anuncia que la ‘guerra de los sexos’ queda atrás y que desde este momento a nivel gubernamental, todos los esfuerzos estarán orientados, más que a enfrentar a un sexo contra el otro –lo que habría sido la postura del Sernam de la Concertación (¿?)- , a trabajar en conjunto hacia una misma dirección (El Mercurio 21/06/10).

Por mucho que tal proclama suene a cliché rosa ultra manido, y a cierta frase de póster ochentero, es interesante analizar qué argumentos subyacen a tal declaración y dónde se asienta el espíritu que permite sostenerla y que genera una cierta sospecha y alarma en nuestros oídos.

En primer lugar, se habla del enfrentamiento entre los sexos como si fuera una estrategia mal planificada y poco astuta de parte de las mujeres que la han sostenido, una estrategia por tanto posible de ser modificada de un plumazo por un espíritu progre, como si esta ‘guerra’ escandalizara a las mujeres de hoy, como si fuera un hecho retrógrado que sólo acontecería a otras, nunca a ellas.

[cita]Nos preguntamos qué otros progresos nos esperan a las mujeres en esta lógica gubernamental, ¿volver a identificarnos con el lugar de la pasividad erótica? ¿Volver a la idealización perenne del amor romántico?[/cita]

Lo grave de la postura es que invisibiliza así un hecho político de trascendencia histórica y transcultural indesmentible, la más antigua y persistente forma de dominación entre los seres humanos, la que acontece entre hombres y mujeres de tan variadas maneras que desestimándolas –por ligereza o ignorancia- nunca  estaremos en condición de interrogarlas y desarmarlas.  En otras palabras, detrás de esta postura idealista, ‘buena onda’ y convenientemente ingenua respecto a la relación entre los sexos, se olvida el problema del poder que subyace en el mundo público y en el privado a la relación entre los sexos, el problema del valor desigual atribuido aún hoy a hombres y mujeres, el problema de las complejas dinámicas relacionales, de las dependencias amorosas y económicas que operan en la pareja, entre tantos factores que tornan este tema una cuestión fundamental.

Por otra parte, y no menos delicado, es asistir al desvanecimiento -como foco de las políticas públicas-, de la figura central de la mujer en tanto tal, a favor de la figura de la madre, cuestión que desde el mundo conservador siempre ha insistido, llevando nuevamente a la mujer a su lugar; es decir, su relación con la familia y los niños como lugar de identificación y realización final de su subjetividad. Frente a este hecho, nos preguntamos qué otros progresos nos esperan a las mujeres en esta lógica gubernamental, ¿volver a identificarnos con el lugar de la pasividad erótica? ¿Volver a la idealización perenne del amor romántico?

Convengamos sin embargo con la ministra en que nadie quiere vivir en guerra, nos agota, desgasta y aturde en su infructuosidad; sobre todo sabiendo que es cierto que tanto hombres como mujeres somos prisioneros de los mandatos culturales de género que señalan posiciones rígidas e incómodas para la convivencia paritaria de la pareja. Aboquémonos a trabajar entonces para interrogar las relaciones entre los géneros, permitiéndonos no igualar demasiado rápidamente posiciones éticas marcadas –querámoslo o no- por una dimensión política insoslayable, y no invisibilizar tampoco las marcas en la subjetividad que el ejercicio cotidiano del poder de género inscribe en los hombres; así como aquellas prácticas naturalizadas, que imponen ciertas impunidades establecidas como hábitos de vida, que las mujeres refrendamos automáticamente, cada vez que asumimos que cambiar un pañal o hacer el aseo es nuestro problema.

El desafío entonces para las mujeres es construir potencia de si, crear condiciones para las libertades por venir. Por supuesto, la cuestión se complica cuando notamos que una construcción de autonomía político-subjetiva para las mujeres, necesita y pasa por crear las condiciones para la deconstrucción de poder de dominio en los hombres, entusiasmándolos con abandonar territorios ganados de los cuales gozan habitualmente sin pudor, a favor de una conquista simbólica por llegar: la tregua con las mujeres y el arribo al puerto del entendimiento mutuo… (algo así como el mar para Bolivia… )

En otras palabras, queridos, esto es una guerra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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