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Caso Karadima: ¿Hay alguna lección que sacar?

Rodrigo Larraín
Por : Rodrigo Larraín Sociólogo. Académico de la Universidad Central
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Si la prensa ha informado correctamente, la pena de Karadima se está cumpliendo “a la chilena”: al condenado se le prohíbe expresamente recibir a integrantes de la Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón o que hayan dirigido espiritualmente, así reza el fallo eclesiástico. Sin embargo, un sacerdote que cumple estas dos condiciones ha sido autorizado para visitarlo por el arzobispo. Preocupante, porque esa señal entraña una ofensa a los sacerdotes inocentes, santos y buenos, y a todo el pueblo de Dios.


Sin duda alguna, este debe ser el más penoso de los hechos relacionados con el abuso sexual de menores que ha debido enfrentar la Iglesia Católica. Mucho más que lo de Cox, el arzobispo coadjutor y después residencial, presidente de comisión organizadora de la visita del Papa a Chile y regalón de las altas esferas, y que fue sancionado por un hecho semejante al que hoy comentamos.

El caso de Fernando Karadima hoy debiera cuestionar radicalmente tanto una modalidad de acción pastoral como una forma de ejercer el poder y la disciplina al interior de los gobiernos diocesanos y arquidiocesanos porque están absolutamente fracasadas. Primero, es necesario recordar el escaso valor que tenemos los laicos, expresado cuando la jerarquía debe decidir entre un clérigo y un consagrado; como hemos sabido, monseñor Fresno recibió la primera denuncia de la conducta impropia de Karadima por medio de una carta y la rompió. Ni siquiera hay maldad, es casi un acto reflejo, inercial, para cerrar filas corporativamente. Tan poco valemos como laicos que una de las penas para eclesiásticos es “reducirlos al estado laical”, es decir, dejan de ser uno de ellos –lo cual es extraño, puesto que el estado sacerdotal, se nos dice, es indeleble- y pasan a ser uno de nosotros. El laicado entendido como castigo y degradación.

Segundo. Este caso ocurre en una mala época para la Iglesia, ha habido una oleada de pedofilia y abusos sexuales, en general, por parte unos cuantos clérigos de distintos países, frente a los cuales las autoridades locales y pontificias respondieron de un modo encubridor, lento y quitándole importancia. La frase de Juan Pablo II llamando “pecado” a lo que era objetivamente un “crimen” o delito fue lamentable. Sin duda la Iglesia Católica tiene entre nosotros una gran presencia, pero la chilena ya es una sociedad poscristiana, la influencia episcopal es mínima tanto que los últimos candidatos católicos no consideraron ninguna de las observaciones que hicieron en diversos temas morales –o valóricos como gustan decir algunos- que han concentrado los mayores esfuerzos de los obispos en estos años.

[cita]En la Iglesia se ha instalado el peligroso error que dice que de un mal se sigue un bien, cierto que Karadima cometió un delito y construyó una estructura que lo cubría, pero aunque el propósito de éste haya sido malo, la obra que construyó es buena, se nos argumenta; es la misma lógica de los legionarios.[/cita]

Tercero. Al hilo de lo anterior, la vergüenza que estamos pasando los creyentes tiene varias causas, la primera es la descristianización de varios sectores que las autoridades eclesiásticas abandonaron, basta ver los medios, especialmente la televisión, para ver lo alejada que está la juventud del cristianismo católico –y no vale la pena contradecir la realidad diciendo que hay jóvenes comprometidos con el Evangelio y la Iglesia, porque la excepción minoritaria no extingue la verdad de los hechos, nuestra sociedad se descristianizó.

Cuarto. En los debates de tipo doctrinal y de ideas la participación de la Iglesia no existe, y ha tenido muchísimas ventajas en un país donde nadie propone muchas ideas ingeniosas. Al contrario, se prefirió la amonestación –sin indicar castigos- de quienes aprueban el control natal, la píldora del día después, la regulación de las convivencias, antes se condenó a los que aprueban el divorcio… y se dio pie para que algunos fanáticos puritanos y condenadores fueran considerados los representantes de la recta doctrina y del catolicismo correcto. La prensa trae hasta el día de hoy noticias pintorescas en relación a lo católico; una repartición de rosarios en la mina San José de Copiapó antes del rescate de los mineros o la instalación de una imagen de María en un servicio público, lo inadecuado es que fueron autoridades políticas algo excéntricas.

Quinto. Y este creo que es quid de la cuestión: después del Concilio Vaticano II surgió una cantidad de grupos muy minoritarios, pero con recursos económicos que, sistemáticamente se han dedicado a horadar la autoridad legítima de la Iglesia y sus decisiones pastorales. Han sido muchísimos años de trabajo hormiga que está dando sus frutos. Ninguno tiene observaciones doctrinales, comparten absolutamente toda la doctrina, pero difieren en cuestiones litúrgicas, de interpretación de la tradición, de moral, y todos repudian la Doctrina Social de la Iglesia. Les une el odio a una Iglesia abierta al pueblo y a sus dolores, a sus alegrías y esperanzas. Algunos se fueron de la Iglesia, de manera individual o en grupos, como el caso de los lefebvristas; otros permanecieron enquistados en la Iglesia, como Maciel y Karadima, instalando quinta columnas con características de sectas sometidas a los caprichos de sus gurúes.  Pero tienen en su corazón un pecado de soberbia infinito, sólo ellos saben quienes son los puros que se mantienen en la fe… la de ellos, naturalmente.

Lo de ellos no es el “depositum fidae”, es un tema de imponer sus ideas y a su gente, por ello es que viven la paradoja de la inconsecuencia, se supone que creen una cosa y que se comportarán en tal sentido, pero no lo hacen porque todos estos grupos no tienen gran formación porque en los últimos tiempo no ha sido esa la prioridad de la Iglesia. Formalmente se supone que cumplen con unción y detalle, mas no es así, no hay fe allí, hay costumbre y normas. Tradición tampoco hay, pues se trata de tradicionalistas bastante creativos que reinventan y acomodan las normas a sus intereses y por ello los líderes pueden modificarlas a su amaño, basta conservar una exterioridad aparente. Los que se fueron declararon que todos los papas desde Juan XXIII son ilegítimos y, por lo tanto, no se les debe considerar como tales y menos obedecer; los que se quedaron dentro prefirieron suspender el juicio y se refugiaron en una capilla, parroquia o director espiritual que les “adaptó” la religión a su medida, y se entregaron  a éste en cuerpo y alma. Ello tenía un precio modesto, juntarse sólo con quienes pensaban como ellos mismos.

[cita]El efecto de la pena canónica opera únicamente si el reo profesa la fe, de lo contrario es absurda. Parece raro que alguien siga viviendo la fe luego de contradecirla tan criminalmente.[/cita]

Sexto. Los que se quedaron dentro, refunfuñando contra un Papa demasiado innovador, un obispo al que despreciaban por sus ideas o por su clase social, tenían jóvenes que quisieron administrar esa Iglesia, y se interesaron por el sacerdocio, claro que teledirigidos por el gurú y, como para vivir distante del mundo hay que tener resueltas las vicisitudes económicas, resultó que todos eran del mismo sector social. Y la Iglesia se rindió a esta secta que les hacía las tareas en materia de vocaciones al sacerdocio. De ello se pueden inferir algunas interrogantes: cómo anda la vocación al sacerdocio en los sectores populares, cuántos seminaristas diocesanos habrán estudiados en colegios municipales, por qué hay más sacerdotes en los barrios acomodados; de ser así estamos fallando en algo medular: la evangelización a toda la sociedad chilena.

Pero quedan tareas pendientes todavía, unas prácticas y otras doctrinales, hay que “seguir tirando la cuerda” para establecer las complicidades y negaciones intencionadas. En la Iglesia se ha instalado el peligroso error que dice que de un mal se sigue un bien, cierto que Karadima cometió un delito y construyó una estructura que lo cubría, pero aunque el propósito de éste haya sido malo, la obra que construyó es buena, se nos argumenta; es la misma lógica de los legionarios. Es cierto que la realidad se construye socialmente, pero eso no implica estar en otra realidad, solamente se la interpreta de otro modo, entonces está pendiente desmontar la red de protección de este personajillo, pues sus cómplices ciertamente sabían lo que hacía.

El efecto de la pena canónica opera únicamente si el reo profesa la fe, de lo contrario es absurda. Parece raro que alguien siga viviendo la fe luego de contradecirla tan criminalmente. Por último, si la prensa ha informado correctamente, la pena se está cumpliendo “a la chilena”, en efecto, al condenado se le prohíbe expresamente recibir a integrantes de la Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón o que hayan dirigido espiritualmente, así reza el fallo eclesiástico; sin embargo, un sacerdote que cumple estas dos condiciones ha sido autorizado para visitarlo por el arzobispo. Preocupante, porque esa señal entraña una ofensa a los sacerdotes inocentes, santos y buenos, y a todo el pueblo de Dios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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