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El grito del tercer quintil

Roberto Meza
Por : Roberto Meza Periodista. Magíster en Comunicaciones y Educación PUC-Universidad Autónoma de Barcelona.
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El tercer quintil ha llegado y se mantiene donde está, gracias a que es reconocidamente responsable, cumplidor, ordenado, disciplinado y la mayoría de las veces, poco atraído por la política-partidista a la que ve ajena, conflictiva y hasta peligrosa. En nada parecido a su opuesto social, al descontento perenne, al insatisfecho de siempre, que espera todo de los demás, aquel con quien el Estado está eternamente en deuda.


Entre los 16 “alborotadores” invitados a las graderías del parlamento con ocasión de la cuenta anual del Presidente ante el Congreso Pleno hubo uno que llamó especialmente mi atención, aunque, por cierto, no conseguí saber nada más sobre él porque los medios de comunicación masivos y hasta las redes sociales no otorgaron importancia alguna a su grito en favor de políticas de Estado para atender al “tercer quintil”.

Es probable que por juventud, apuro o desconocimiento, los reporteros destinados a cubrir el acto no hayan dimensionado su relevancia, o, en fin, que en medio del conjunto de acontecimientos de mayor impacto periodístico ocurridos en la ocasión haya sido obviada la singular consigna que apenas alcancé a escuchar en un noticiario de TV, cuando el defensor del tercer quintil era sacado del recinto por una pareja de Carabineros. Por lo demás la policía debió realizar igual operación otras 15 veces el mismo día. En concreto, tras el grito-paletada, como en el poema de Pezoa Véliz, nadie dijo nada.

Desde luego, no pude sino reparar en su vestimenta y presencia. Debidamente peinado y vestido con un económico aunque sobrio ambo oscuro, camisa blanca y corbata que resguardaban las formas para una ocasión solemne, el solitario defensor del tercer quintil se veía como un respetuoso y dedicado funcionario tolstoyano de algún tradicional servicio público o el puntual y siempre gentil contable de una vieja empresa metalmecánica. Sus modestas pero cuidadas formas contrastaban con la vestimenta más casual y desordenada de otros manifestantes.

[cita]El tercer quintil ha llegado y se mantiene donde está, gracias a que es reconocidamente responsable, cumplidor, ordenado, disciplinado y la mayoría de las veces, poco atraído por la política-partidista a la que ve ajena, conflictiva y hasta peligrosa. En nada parecido a su opuesto social, al descontento perenne, al insatisfecho de siempre, que espera todo de los demás, aquel con quien el Estado está eternamente en deuda.[/cita]

Recurriendo a algunos amigos especialistas en el tema me enteré que la definición de tercer quintil circunscribe a familias con ingresos per cápita superiores a unos $ 90 mil y por debajo de los $ 140 mil. Es decir, son familias cuyos ingresos oscilan entre los $350 mil y los $600 mil mensuales y, por consiguiente, su bienestar depende en buena parte de su mayor o menor acceso a los servicios sociales provistos por el Estado en educación, salud o vivienda. Se trata, además, de grupos que pueden caer en situación de pobreza si el jefe de hogar pierde el empleo y se desliza al despeñadero del segundo quintil, donde los ingresos per cápita van desde los $ 53 mil hasta los $ 90 mil y que pese a estar por sobre la línea imaginaria de extrema pobreza definida por los organismos internacionales, son de alta vulnerabilidad y se encuentra permanentemente amenazados con derrapar al primer quintil, donde las personas no superan una renta per cápita de $ 53 mil mensuales y que en Chile alcanzan a más de 800 mil.

El tercer quintil es pues, nuestra muy estresada, sufrida y aspiracional “clase media”, aquella a la que la mayoría de los dirigentes políticos se dirigen prioritariamente como clientela de equilibrio electoral cuando la periódica hora democrática de los comicios consultivos llega, o a las que las empresas comerciales, el retail, financieras o de consumo convocan diaria y majaderamente a través de seductora publicidad en la que les representan sus sueños de tranquilidad, estabilidad y felicidad hogareña mediante avisos en los que los actores hacen su papel en hermosas casitas de 1.500 UF con pequeños y verdes antejardines y mujeres que, sencilla y recatadamente vestidas, despiden sonrientes a sus maridos que parten a trabajar en sus autos de 1.200 cc y la parejita de niños de 8 y 10 años que, debidamente uniformados, salen rumbo al colegio en los respectivos buses amarillos.

Claro. El tercer quintil –pensé- es una especie infinitamente amable. Representa el verdadero deber ser de la cultura cristiano-occidental. Son aquellos que se conforman más en el amor familiar que en el poder; aquellos que proviniendo de padres del segundo o del mismo quintil consiguieron terminar una carrera técnica o profesional y progresar gracias a su esfuerzo y trabajo duro; son los miles de Faúndez, siempre orgullosos de haber logrado avanzar, sin rezongos, excusas, ni mucho subsidio, y que sólo alegan –y con decoro- cuando sus sueños tan reciamente forjados están en peligro, por desempleo o falta de trabajo para su pequeña empresa.

El tercer quintil ha llegado y se mantiene donde está, gracias a que es reconocidamente responsable, cumplidor, ordenado, disciplinado y la mayoría de las veces, poco atraído por la política-partidista a la que ve ajena, conflictiva y hasta peligrosa. En nada parecido a su opuesto social, al descontento perenne, al insatisfecho de siempre, que espera todo de los demás, aquel con quien el Estado está eternamente en deuda y para quien sus desgracias provienen de las injusticias del sistema.

Pero el tercer quintil, dadas estas características, no llama la atención de nadie. Y como no alega, no logra influencia, ni participa en organizaciones que pudieran servir de canal de expresión de sus intereses. Por eso, el tercer quintil es sujeto maleable de las sagaces dirigencias partidistas y de las glotonas empresas de consumo que les ofrecen día a día materializar sus sueños, esos adecuados tan perfectamente al deber ser lanzado al mundo desde el Hollywood de los años 50, con imágenes familiares de bellas rubias que casadas con oficinistas pulcros y buenos cristianos, los esperaban al final de la jornada bien peinadas y vestidas, la casa impecable y la mesa lista para servirle al jefe del hogar su comida diaria, no sin antes agradecer a Dios por el alimento.

Por eso llamó mi atención que por primera vez en un acto público alguien debidamente vestido, peinado, comedido y bien educado, como aquel personaje que espetó su pertenencia al tercer quintil y que saliera sin mucha resistencia del salón acompañado por Carabineros, se hubiera unido al resto de los demandantes sociales. Y es que si el tercer quintil está gritando ¿no será que los problemas son, en realidad, más profundos que los que, con cierta autocomplacencia, estamos viendo?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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