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Solidaridad

Cristián del Campo
Por : Cristián del Campo Capellán de Un Techo para Chile y Un Techo para mi País.
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Si protestas por la mala calidad de la educación que reciben los más pobres, anda a un campamento donde viven niños que desertan del sistema escolar y sirve como tutor. Si me indigna la miseria en que sobreviven los presos en mi país, animarme a visitar algunos presos simplemente para acompañarlos.


“La caridad comienza donde termina la justicia”, sentenciaba el Padre Hurtado, causando la confusión y el escándalo. ¿Justicia? ¿Qué tiene que ver eso con la responsabilidad cristiana? Pero como aguijón insoportable que fue, insistió sin amilanarse, confrontando a todos los que o confundían caridad con justicia, o simplemente creían que el deber cristiano se cumplía con alguna dádiva cada cierto tiempo. Con su claridad profética, el Padre Hurtado no solo distinguía caridad de justicia, sino que les daba un orden de prioridad: lo primordial es trabajar por la justicia; solo entonces se puede hablar de caridad.

Este hombre santo se nos fue un 18 de Agosto, y desde hace algunos años Agosto es el mes de la solidaridad en Chile. Si se aprovecha bien, puede ser un espacio de renovación del siempre escaso espíritu solidario, espíritu que habitualmente despierta ante una catástrofe climática o sismográfica—tal como nos ocurrió el primer semestre del año pasado—, pero que generalmente descansa en el estado de indiferencia cuando la normalidad retorna.

[cita]Si protestas por la mala calidad de la educación que reciben los más pobres, anda a un campamento donde viven niños que desertan del sistema escolar y sirve como tutor. Si me indigna la miseria en que sobreviven los presos en mi país, animarme a visitar algunos presos simplemente para acompañarlos.[/cita]

El desafío es ser solidarios en tiempos de normalidad. Para lograrlo necesitamos mirar bien la realidad que nos rodea y ver aquellos terremotos permanentes, aquellas verdaderas tragedias sociales que conviven desde hace demasiado tiempo con nosotros. Si el primer semestre del 2010 estuvo marcado por el terremoto y el tsunami, el segundo lo estuvo por tragedias sociales. Mineros, mapuches, presos nos enrostraron injusticias de siglos. Y a esto se les sumó este año un mundo joven movilizado por el escándalo de una educación segregada y perpetuadora de las desigualdades en el país. Es en este escenario de indignación social donde se presenta el llamado a ser solidarios.

Ser solidarios hoy no puede ser lo mismo de siempre. Ser solidarios hoy es creer que no basta con una acción solidaria puntual que afecte a una persona o grupo de personas por un determinado tiempo, sino que además debemos solidarizar con los que no podemos llegar a atender con nuestros limitados esfuerzos. Por eso que practicar la solidaridad hoy es también ponerse del lado de toda aquella persona o de aquel grupo marginado que reclama por sus derechos, que pide justicia. Es hacerse parte de la raíz de los problemas que en nuestro país marginan a tantos miles de personas. Es informarse bien, estudiar, debatir, escribir, preguntar, fiscalizar, organizarse, proponer para que no nos contentemos con atacar los síntomas y no la enfermedad.  La solidaridad entendida como un ejercicio de caridad no va a cambiar verdaderamente lo que necesita ser cambiado en nuestro país.

Nuestra acción solidaria tiene que ser al mismo tiempo una denuncia clara y valiente de alguna situación de patente injusticia en nuestro país. Cada acción solidaria tiene que poner de manifiesto una realidad más profunda y más compleja que no va a ser solucionada de verdad solo con organizaciones solidarias o personas altruistas, sino con una política social que nivele la cancha para que los mismos de siempre no sigan jugando cuesta arriba.

Y al mismo tiempo la denuncia solidaria siempre deberá ser mediada por una acción concreta. Palabras sobran, acciones faltan. Si protestas por la mala calidad de la educación que reciben los más pobres, anda a un campamento donde viven niños que desertan del sistema escolar y sirve como tutor. Si me indigna la miseria en que sobreviven los presos en mi país, animarme a visitar algunos presos simplemente para acompañarlos. Si no comprendemos los reclamos de los mapuches, informémonos y escuchémoslos de verdad. Cada acción solidaria, por sencilla que sea, vale y mucho, pues alguien en necesidad lo agradecerá. Y porque, finalmente, será un test inmejorable para comprobar el grado de veracidad del compromiso personal y corporativo por una realidad injusta que nos indigna y que queremos cambiar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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