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Editorial: Chile y Bolivia: enemigos eternos

Tanto Bolivia como Chile parecen haberse jurado ser enemigos eternos, pese a que uno tiene abundancia de gas y otro de mar. No tienen relaciones diplomáticas, viven planteándose controversias, y ninguno de los dos se enfoca de manera racional a la solución de sus intereses estratégicos: la mediterraneidad y la energía. Ello porque los enfoques y medios que usan, más los alejan que acercan de sus metas.


Un viejo aforismo jurídico señala que lo accesorio sigue la suerte de lo principal. En la política exterior de un país es muy parecido. Lo que mueve a los países son intereses y los que captan la atención de su gobierno son sus intereses más fuertes. Estos mandan sobre los intereses más débiles o secundarios, sin perjuicio de los tratados internacionales y las reglas de la buena crianza. De ahí la importancia del menú de intereses estratégicos que enarbola cada país cuando sale a construir sus relaciones exteriores y cómo este se arma.

Si es esta la racionalidad que impera, ello brinda certidumbre y previsibilidad a los escenarios internacionales y permite prever el curso de los acontecimientos, privilegiar algunas cosas sobre otras, y adoptar decisiones coherentes. En el caso de Chile y Bolivia ello no parece ocurrir. Más bien parecen atados por la fatalidad.

Desde la óptica de los hechos prácticos, es evidente que para Bolivia uno de sus intereses nacionales más fuerte es la solución de su mediterraneidad y la obtención de una salida soberana al Océano Pacífico. Se puede especular sobre todas las implicaciones que ello tiene para el desarrollo de la identidad, la cultura o el desarrollo nacional de ese país, pero está claro que es un factor determinante en una amplia variedad de temas políticos y sociales.

Para Chile, no existe ninguna duda que un interés estratégico fundamental es solucionar de manera segura y sustentable sus necesidades de energía. Parte sustancial de su desarrollo nacional está vinculado a emprendimientos mineros, principalmente en la zona norte, donde los recursos más escasos son la energía y el agua.

[cita]En democracia, ningún gobierno, ni los de la Concertación ni el actual, ha hecho un esfuerzo real por cambiar el escenario interno de Chile frente a la mediterraneidad de Bolivia. Resulta extraño escuchar, de gente de todo signo político o vocación empresarial, asegurar que no existe piso ni siquiera en el PC para ceder una franja territorial a Bolivia.[/cita]

Sin embargo, tanto Bolivia como Chile parecen haberse jurado ser enemigos eternos, pese a que uno tiene abundancia de gas y otro de mar. No tienen relaciones diplomáticas, viven planteándose controversias, y ninguno de los dos se enfoca de manera racional a la solución de sus intereses estratégicos: la mediterraneidad y la energía. Ello porque los enfoques y medios que usan, más los alejan que acercan de sus metas.

El interés superior de la soberanía, concepto con muchos ángulos difusos – cada vez más en la globalización- les hace mayor sentido cultural.

Existen diferentes significados atribuidos a ella, pero la noción más general y compartida es aquella que la refiere –como lo hace Rudolf von Ihering- a la capacidad autónoma de autolimitarse frente a un poder externo. Desde ese punto de vista, la capacidad de ceder soberanía sería el acto más soberano que puede realizar un Estado, y no como se piensa, el de afirmar su autonomía política frente a terceros.

Parece razonable que tal racionalidad requiera una base de legitimidad esencial, cual es que los actos que conducen a ella sean legales y mayoritarios, es decir, tengan su fuente en el soberano y en un sentido común de la mayoría.

Al respecto se debe señalar que los sentidos comunes en política no son eternos. Más aún, las reglas de la democracia permiten que las propuestas programáticas de los partidos políticos  sobre una infinidad de cosas – que no son otra cuestión que intereses privados llevados a lo público como visión de buena sociedad- cambien el sentido común vigente y lo transformen en una nueva mayoría. Lo que hace el liderazgo político real es hacer prevalecer una visión sobre otras, incluso si parte en desventaja frente al sentido común vigente.

En las relaciones con Bolivia, es un hecho casi anecdótico que la oportunidad más cercana de solución haya sido impulsada por dos dictaduras, la de Augusto Pinochet y la de Hugo Banzer, pese a que incluso todavía no mediaba la urgencia del tema energético. El aislamiento y falta de credenciales democráticas les impidió encontrar el apoyo multilateral que la iniciativa implicaba a la larga.

En democracia, ningún gobierno, ni los de la Concertación ni el actual, ha hecho un esfuerzo real por cambiar el escenario interno de Chile frente a la mediterraneidad de Bolivia. Resulta extraño escuchar, de gente de todo signo político o vocación empresarial, asegurar que no existe piso ni siquiera en el PC para ceder una franja territorial a Bolivia. Y decidir que lo mejor es ir tirando el carro de acuerdo a como se de la coyuntura. Parece una locura o utopia tratar de convencer a alguien en el país que se justificaría plenamente, por ejemplo, cambiar franja por combustible. El sello ineluctable de la fatalidad histórica domina la racionalidad de la decisión, presiona el exceso de sigilo de la diplomacia, o pone nota de eventual negocio, a un tema que requiere de opinión pública para que el escenario cambie.

Ello deja a Chile, una vez más, empeñado en una política exterior, en este caso de sustentabilidad energética, basada en la coyuntura y no en la estrategia. Lo que resulta complejo pues, independientemente de lo que ocurre en el interior del país, en el plano internacional el escenario se presenta complejo a mediano plazo.

Los esfuerzos de integración eléctrica con Argentina, lo más posible dadas las buenas relaciones, puede toparse con un escollo diplomático de proporciones, si el descubrimiento de yacimientos de petróleo en Las Malvinas tensa aún más las relaciones entre Argentina y Gran Bretaña. Allí Chile, que ha reconocido Las Malvinas como argentinas, puede sentir la tentación del petróleo cercano y de abastecimiento seguro, lo que augura una difícil diplomacia.

Hacia el norte de Sudamérica, la integración eléctrica ya tiene el ritmo de La Haya: lento y frío, y es poco más lo que se puede esperar de ella.

De ahí que pensar que el gas de Bolivia no existe, porque no están dadas las condiciones de inversión y explotación segura es abdicar, de manera anticipada, a una fuente que si bien difícil, existe, y en determinadas condiciones, podría estar disponible.

Se supone que los intereses estratégicos de los países son permanentes y suscitan políticas de Estado, que trascienden la temporalidad de los gobiernos. La pregunta que surge es ¿qué sería necesario hacer para que políticos de izquierda y de derecha, tan categóricos en el diagnóstico, plantearan una solución estratégica al tema? El canje territorial con Bolivia es una opción, por cierto tan opinable como la energía nuclear, la neutralidad frente a Gran Bretaña, o la alianza estratégica con Argentina. Lo único que no se sostiene es pensar que en este tema solo interesa el rating electoral.

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