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La Concertación en su laberinto

Danny Monsálvez Araneda
Por : Danny Monsálvez Araneda Doctor © en Historia. Académico de Historia Política de Chile Contemporánea en el Depto. de Historia, Universidad de Concepción. @MonsalvezAraned.
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En la actualidad el otrora proyecto concertacionista, su clase dirigente o un sector de ella, se encuentra absolutamente descartada como empresa (proyecto) política, y sus partidos, como orgánicas constituidas para dirigir situaciones en momentos históricos o trascendentes, no han logrado adaptarse o leer los nuevos tiempos y las demandas de la sociedad civil.


A comienzos del presente año, el Senador del Partido Radical, José Antonio Gómez, manifestaba que la Concertación debía dar paso a la constitución de un “Frente Amplio de Oposición”, el cual tuviera la capacidad de congregar a todas aquellas fuerzas políticas y sociales que se situaran en una perspectiva crítica al gobierno que encabeza el presidente Sebastián Piñera. Nueve meses después, la presidenta del PPD Carolina Tohá realizaba un nuevo llamado a través de un texto intitulado “Convergencia opositora e inicio del camino hacia una nueva coalición”, en el cual de manera aún más explícita llamaba a superar la Concertación, no sólo en la forma (nombre y actual estructura) sino que en el fondo (ideas, proyecto y composición). De acuerdo a Tohá, se requiere una verdadera reformulación que supere la Concertación a través de una nueva coalición, actualizando sus prácticas, sistema de toma de decisiones, sobre todo, incluyendo actores, expresiones políticas, ciudadanas y una reformulación que se exprese en un nuevo referente o “Convergencia Opositora”, convirtiéndose en el espacio de acción de la actual coyuntura nacional.

Al respecto, no es primera vez que personeros concertacionistas expresan a través de entrevistas, reflexiones o documentos de trabajo y análisis la idea de realizar cambios, ampliar o bien superar la actual estructura concertacionista, entre ellos podemos mencionar “El nuevo progresismo” (7-01-2007) de José Antonio Viera-Gallo e Ignacio Walker”; “Concertación: tres fuentes de potencial “Crisis Catastrófica” (31-07-2007) de Antonio Cortéz Terzi; “Notas para refundar la coalición” (21-08-2010) de Carlos Ominami y Alfredo Joignant, “Refundar la Concertación” (14-10-2010) por Germán Correa, “Refundar la Concertación” (12-12-2010) y “Llegó la hora de superar a la Concertación” (12-09-2011) de Antonio Leal o aquel antiguo “debate” de fines de la década del noventa entre “autoflagelantes y autocomplacientes”; en otras palabras, cada cierto tiempo, emergen este tipo de reflexiones que apuntan a “pensar” el futuro de la otrora coalición gobernante.

[cita]En la actualidad el otrora proyecto concertacionista, su clase dirigente o un sector de ella, se encuentra absolutamente descartada como empresa (proyecto) política, y sus partidos, como orgánicas constituidas para dirigir situaciones en momentos históricos o trascendentes, no han logrado adaptarse o leer los nuevos tiempos y las demandas de la sociedad civil.[/cita]

Del texto de Carolina Tohá se pueden inferir algunas ideas para el análisis y debate, en vista a pensar proyectualmente la actual coyuntura nacional, especialmente en la configuración de un nuevo referente político y social, pero al mismo tiempo hacer presente los problemas que tienen a la Concertación y su dirigencia sumida en una crisis de representación y legitimidad.

En primer lugar, síntomas de una crisis política estructural que viene experimentando la Concertación, en los ámbitos programático, electoral y cultural; es decir, carencia de ideas y proyectos de transformación para propone al país. Disminución del apoyo electoral y falta de representación (vínculo) político-cultural con lo que históricamente fue su sector, la centro-izquierda. En segundo lugar y relacionado con lo anterior, los partidos políticos devinieron en estructuras burocráticas, carentes de principios, imperando el oportunismo y falta de disciplina interna; en el fondo, una carencia de continuidad orgánica. Asimismo, los partidos dejaron de cumplir su función pedagógica, formadora, aquella “escuela de la vida estatal”. Peor aun, la falta de formación teórica y doctrinaria en los partidos, por ende de sus militantes, conllevó una decadencia en la actividad política a nivel institucional, que se reflejaba por ejemplo en las prácticas políticas, en la pobreza del debate y en dejar de concebir la política como aquella actividad del pensar y hacer colectivo, apareciendo la personalización de la política, peor aún, como señala Tomás Moulián, el avance de la pseudopolítica o la política analfabeta. Y en tercer lugar, la crisis orgánica que experimenta la Concertación, no tiene una sola causa u origen, sino que es el resultado de un proceso que se  ha venido exteriorizando de muchas maneras: en la forma de cómo ser gobierno, en la (des)conexión o (falta) de diálogo con la sociedad civil, en su estructura interna, toma de decisiones y en la actualidad en su (deficiente) rol opositor; todas expresiones que a través de los últimos 20 años se superponían o complejizaban de acuerdo a determinadas coyunturas y que una vez dejado el gobierno se agudizaron.

Citando al desaparecido sociólogo Antonio Cortéz Terzi, “Las diversas instancias de la Concertación han ido experimentando distanciamientos respecto de la sociedad civil”, una “desvalorización de la sociedad civil”. Así los partidos de la Concertación dejaron de ser reconocidos como expresión propia por sus otrora adherentes, militantes y votantes o dicho de otra forma, la Concertación dejó de ser aquella representación político-cultural de una centro-izquierda.

En la actualidad el otrora proyecto concertacionista, su clase dirigente o un sector de ella, se encuentra absolutamente descartada como empresa (proyecto) política, y sus partidos, como orgánicas constituidas para dirigir situaciones en momentos históricos o trascendentes, no han logrado adaptarse o leer los nuevos tiempos y las demandas de la sociedad civil. Por ello, el intercambio de opiniones al interior de la Concertación sobre reemplazar (superar) su actual estructura, es una muestra de aquel debate, en el cual por una parte un sector de su dirigencia se resiste a realizar cambios de fondo, mientras  que otros sectores pugnan por construir algo realmente nuevo, que va más allá de modificar el nombre y su actual composición política.

No se trata simplemente de dar por muerta a la Concertación desde el punto de vista formal, para que (de manera natural) surja un nuevo frente o convergencia opositora. Se trata -entre otras cosas- de terminar con aquellas “relaciones invisibles” que generaron su estancamiento, reflejado en prácticas clientelares, burocratismo, operadores, maquinarias internas, personalismo, redes de poder, lobbystas, que impidieron una radicalización de la democracia (nueva Constitución, reforma electoral, reforma tributaria, fortalecimiento del Estado) y acallaron las críticas de los que intentaban poner en el tapete de la discusión aquellos temas.

Entonces, el desafío es mayor y va mucho más allá de plantear la configuración de un Frente Amplio Opositor o Convergencia Opositora. Los nuevos tiempos que corren, las movilizaciones sociales, el cuestionamiento al actual sistema democrático, las críticas a las instituciones del Estado, son señales de una crisis hegemónica, que requiere ser pensada en perspectiva de la constitución de un nuevo referente, un “bloque histórico”, como relación orgánica, que se ajuste a una formación política y social concreta e históricamente determinada, teniendo como tareas principales producir cambios al sistema económico neoliberal y a la institucionalidad política, que la sociedad civil esta requiriendo.

Un bloque histórico que apunte a recuperar y concatenar a los dirigentes con los dirigidos, la intelectualidad con los actores sociales, la teoría con la práctica y donde el ethos  político-cultural de un nuevo referente sea la expresión de aquel amplio mundo de la centro-izquierda.

Un bloque histórico, pensado más allá de cualquier determinismo, sectarismo o dogmatismo, que no se reduce a una simple alianza entre determinados sectores políticos y sociales, sino que permita la mancomunición de aquellos sectores, privilegiando una articulación interna; y en esta tarea los partidos tienen (superada su crisis y debilidad) una responsabilidad y función importante. Si se logra aquello se dará un paso significativo en la dirección de contribuir estratégicamente en aunar las diversas voluntades sociales, estableciendo objetivos coyunturales necesarios para proyectar la unión de lo social con lo político en la conquista de las metas establecidas.

Un bloque histórico que termine con aquella desafortunada disociación de lo político con lo social, lo cual no hace otra cosa que distanciar dos variables que han sido parte constitutiva de todo proceso histórico, donde la lucha por la emancipación social es al mismo tiempo una lucha por la emancipación política. De ahí la tarea y desafío post Concertación sea buscar los mecanismos, vías e instancias para (re)establecer lazos y “empoderar” a los diversos actores de la sociedad civil. Aquello permitirá traducir los intereses particulares, en un interés general, lo cual se obtiene por medio de un proceso de agregación de demandas y de generalización de las mismas.

Un bloque histórico en el cual la tarea de la sociedad civil y de los partidos políticos sea aunar fuerzas para la construcción de un mejor sistema democrático, donde la lucha, conflicto, contraposición de ideas de sociedad por un orden deseado, sean  un valor positivo de su existencia.

Un bloque histórico entendido como un proceso de reconfiguración ideológica y practica centrado en tres aspectos: un cuerpo teórico-crítico (ideas) para representar el nuevo escenario y proyectar la acción política hacia el futuro; en segundo lugar, la acción política en el campo de la lucha y el conflicto político y en tercer lugar la nominación o relación con la sociedad civil; es decir, la renovación, como proceso de cambio no debe quedar circunscrito a un ámbito cupular intelectual, desconectado de las bases, militancia, simpatizantes o masas. Sino establecer una mancomunión a través de un marco referencial teórico que permita una nueva hegemonía para la acción política contingente. De allí que la tarea (superada la crisis) deba centrarse en un debate social y político de ideas y proyectos, incluso más allá de las elecciones.

Pero la concreción de un bloque histórico conlleva tareas, desafío e interrogantes, al respecto: ¿quiénes serás los encargados de impulsar este nuevo referente?, ¿será la generación más antigua de la Concertación, aquella que responde a otro momento histórico (fin de la dictadura y periodos de transición)?, ¿será la generación de recambio, los más jóvenes, la encargada de asumir aquella responsabilidad?, asimismo ¿qué dicen los militantes, qué plantean o proponen las juventudes de los partidos, qué dicen las instancias regionales, qué dice la “intelectualidad” concertacionistas”?.

En resumen, pensar en un bloque histórico post Concertación, implica superar aquella conducción y visión que obedece a la política de los acuerdos y consensos (intraelite) del periodos de transición; por lo tanto, este nuevo referente debe ser la expresión de la relación (suma) partidos, sociedad civil y proyecto país, que contribuyan a hacer aparecer lo nuevo, aquello que se ha transformado en necesario para el actual momento histórico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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