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Cambian los votantes ¿cambia la política?

Sebastián Kraljevich
Por : Sebastián Kraljevich Consultor y profesor de campañas políticas de la Universidad Católica
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Tendremos un electorado más líquido, donde sucesos de última hora pueden cambiar el resultado previsto. Ya sea a nivel macro, como el atentado de Atocha que movilizó a nuevos votantes contra el Partido Popular español, castigando su política de apoyo a la guerra en Irak; o bien en lo micro, en el ciudadano antes no-inscrito que toma posición y se motiva al calor de la campaña, el electorado se vuelve móvil y la cifra de votos necesaria para ganar permanece oculta hasta el cierre del conteo.


En su columna de esta semana en El Mostrador, Claudio Fuentes y Mauricio Morales analizan cinco efectos de la inscripción automática. Coincidiendo en cuatro de ellos -efecto dinero, efecto participación, sesgo económico, y factores pendientes de implementación-, creo que los autores se apresuran al afirmar que no hay una transformación de la política como resultado de este nuevo electorado. Una cosa es afirmar que los eventuales nuevos votantes no  son “muy distintos” en su distribución en el eje derecha-izquierda que los actualmente inscritos, y otra distinta es concluir de esa afirmación que la inscripción automática no “transformará la política en Chile”. La llegada de estos nuevos eventuales votantes cambiará la forma en que los actores políticamente activos se relacionan con la ciudadanía. Veamos por qué:

La audiencia: El ingreso de cuatro millones y medio de nuevos eventuales votantes, de los que casi dos tercios son menores de 30 años, obliga a ajustar su mira a los políticos, partidos, candidatos e incluso a los medios de comunicación con foco en política. Le propongo el siguiente ejercicio: recuerde en la campaña pasada cuántas veces oyó a su candidato favorito hablar de pensiones o del 7% de salud de los jubilados, y luego intente recordar si alguna vez lo vio pronunciarse del servicio militar obligatorio, los colegios técnicos, o los mecanismos de selección a la educación superior. Ocurre que, instintiva o estratégicamente, los candidatos distribuyen su tiempo de campaña de acuerdo a los segmentos de la población de los que esperan obtener votos, y hasta el día de ayer los jóvenes (18-29 años) correspondían apenas al 7% del electorado. Ahora, con la inscripción automática pasarán a ser el 27% del universo, lo que evidentemente hará “rentable” para los candidatos hablar de los temas de juventud. Cambia la política.

[cita]Ahora, en cambio, los partidos deberán ser capaces de significar el voto, convenciendo a los ciudadanos no solo de apoyar a sus candidatos, sino también de transformar esa adhesión en voto. Ya no basta ser el mal menor, hay que proponer una razón para que valga la pena salir de casa a votar. Cambia la política.[/cita]

El mensaje: Además de incrementar su atención al segmento juvenil, los candidatos deberán desarrollar nuevos esfuerzos en la producción de sus mensajes. Hasta ahora, para nuestros candidatos y partidos la lucha era por conseguir adhesiones entre los ciudadanos inscritos, las que de modo “natural” se transformaban en votos. Ahora, en cambio, los partidos deberán ser capaces de significar el voto, convenciendo a los ciudadanos no solo de apoyar a sus candidatos, sino también de transformar esa adhesión en voto. Ya no basta ser el mal menor, hay que proponer una razón para que valga la pena salir de casa a votar. Cambia la política.

El instrumento: Los partidos y los comandos de campaña también sufrirán una transformación. Hasta ahora, el trabajo a nivel de base y los liderazgos locales eran los hermanos pobres de cualquier campaña nacional. De cada 100 pesos que entraban a la campaña, unos pocos, en el mejor de los casos, iban a fortalecer los “puerta a puerta”, a capacitar voluntarios, a georreferenciar los votantes y optimizar el trabajo en terreno. Ahora será distinto: El camino más corto para transformar una adhesión en voto es conocer en qué casas hay personas que simpatizan con el candidato pero no han decidido ir a votar, y presentarles un liderazgo local, creíble, un vecino que los invite a salir de su casa e ir a su mesa de votación. Nada de eso lo puede hacer un partido o candidatura exclusivamente mediática. El trabajo de bases vuelve a ser prioridad, cambia la política.

El resultado: Como corolario, tendremos un electorado más líquido, donde sucesos de última hora pueden cambiar el resultado previsto. Ya sea a nivel macro, como el atentado de Atocha que movilizó a nuevos votantes contra el Partido Popular español, castigando su política de apoyo a la guerra en Irak; o bien en lo micro, en el ciudadano antes no-inscrito que toma posición y se motiva al calor de la campaña, el electorado se vuelve móvil y la cifra de votos necesaria para ganar permanece oculta hasta el cierre del conteo. Terreno algo más resbaloso para los favoritos, cambia la política.

Ahora, ¿Cuánto cambiará la política? Eso tendremos que verlo. Desde luego no será un cambio radical e instantáneo, y habrá que situarlo en su justa dimensión, más si luego otros cambios institucionales nos permiten llegar a hablar de una reforma política estructural (sistemas electorales, financiamiento público, límites a la reelección, etc.). Por ahora hay una cancha algo nueva, y los jugadores que antes lo entiendan y primero se adapten tendrán una tremenda ventaja. Hay más incertidumbre que ayer, cambia la política.

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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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