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El sueño de la dulce patria

Jorge Alarcón
Por : Jorge Alarcón Instituto de Investigación y Desarrollo Educacional (IIDE). Universidad de Talca.
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La exploración propia de las humanidades y de las artes se parece más bien a lo que Huidobro dice en su Altazor: la vida es un viaje en paracaídas, y no lo que tú quieres creer. Una invitación a seguir jugando.


Con cierta sonoridad entre los especialistas de la educación y de las humanidades y de las artes, y seguramente de forma más bien anodina entre los policy makers, la pensadora americana M. C. Nussbaum remeció en su momento el ambiente con un libro cuyo título parece haber sido —dados los eventos desatados por las movilizaciones estudiantiles de 2011 en Chile— premonitoriamente elegido: Sin Fines de Lucro. Por qué la Democracia Necesita a las Humanidades (Not for Profit. Why Democracy Needs the Humanities, 2010).

La tesis del texto reside en suponer que la formación ciudadana sería la base del desarrollo económico, y que ella dependería tan inherentemente de la enseñanza de las humanidades y de las artes, que tal desarrollo tendría sus días contados reduciendo o eliminando a estas últimas del currículo escolar; reducirlas o eliminarlas implicaría reducir o eliminar la vida democrática misma y con ello toda posibilidad de desarrollo (económico, social, cultural, humano).

[cita]La exploración propia de las humanidades y de las artes se parece más bien a lo que Huidobro dice en su Altazor: la vida es un viaje en paracaídas, y no lo que tú quieres creer. Una invitación a seguir jugando.[/cita]

En esta línea, se argumenta en el texto que las habilidades de las que nos dotaría la educación en las humanidades y las artes constituirían la mejor expresión del legado de la tradición socrática, entendida como una práctica social referida al examen riguroso y crítico de las instituciones de la comunidad.

Asimismo, la autora considera que si los sistemas educativos no disponen del espacio curricular necesario para la enseñanza de las humanidades y de las artes, no sería sólo el currículo o el desarrollo el que se empobrecería, sino que se menoscabaría directamente a los miembros de la comunidad, supuesto que las personas no buscamos sólo bienestar material sino que perseguimos (y quizás perseguimos sobre todo) un sentido o un significado para nuestras vidas.

Adicionalmente, Nussbaum constata que de la ausencia de la enseñanza de las humanidades y las artes derivaría el que se esté produciendo una crisis silenciosa en el sistema educativo en el mundo, y que pocas economías hayan sido (y estén siendo) capaces de permanecer en el tiempo.

La tesis de Nussbaum es fuerte y colisiona con la tendencia prevalente en el mundo en cuanto a pretender que la mayor concentración de la formación escolar en el desarrollo de competencias aritméticas y lingüísticas, haría todo el trabajo necesario para lograr los resultados de aprendizaje requeridos por el progreso de la Nación en la multiplicidad de sus dimensiones.

Chile es un buen ejemplo de esta tendencia y, en esa misma medida, es tal vez el mejor contraejemplo de lo que Nussbaum más valora. En efecto, la Dulce Patria chilena semeja a veces, con más frecuencia de la que ciertamente nos gustaría, el agrio anhelo de un pueblo de mujeres y hombres “mal educados”: sin el disfrute de la belleza, sin la exigencia de la verdad y sin la aspiración al bien que son precisamente las herramientas de las que nos proveen las humanidades y las artes.

Pero hay que entender bien el punto. Las humanidades y las artes constituyen la extensión de nuestra tendencia primigenia al juego, en el que dos o más personas se comprometen a participar sin más garantía que el reconocimiento de estar sometidos a las mismas reglas, aún allí donde prima facie parecería no haberlas.

De modo que las humanidades y las artes no prometen conducirnos a un estado semejante al que tiene quien, cultivando la tierra, toca con su pala la roca dura que le insta a abandonar el ímpetu que le llevó a cavar. A fortiori las humanidades y las artes no son la roca dura que fundamenta.

La exploración propia de las humanidades y de las artes se parece más bien a lo que Huidobro dice en su Altazor: la vida es un viaje en paracaídas, y no lo que tú quieres creer. Una invitación a seguir jugando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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